Crítica

'Sky Rojo' mantiene el violento ritmo en su temporada 2 y suma una dosis importante de adrenalina

Lucía Ortega

22 de julio de 2021 19:59 h

Solo cuatro meses después del lanzamiento de su primera temporada, Netflix estrena este viernes 23 de julio la segunda entrega de Sky Rojo. Esta conocidísima serie de Alex Pina y Esther Martínez Lobato sorprendió con una estética muy particular y una narrativa de reconocibles influencias tarantinianas.

Después de un estreno en primavera impactante y llamativo, el anuncio inesperado de una segunda tanda de capítulos sembró la duda sobre si estaría a la altura de la primera, por mucho que el final se mantuviera abierto. Y así ha sido: el punk-rock característico de la serie de Vancouver Media no desaparece, y continúa golpeando con cada escena.

Lo mismo ocurre con los propios personajes, que no dejan de ser uno de los pilares más importantes para sostener la trama. Eso sí, cambian disimuladamente de rol. Los secuaces del proxeneta Romeo (Asier Etxeandia), interpretados por Miguel Ángel Silvestre y Eric Auquer, desnudan su alma más que nunca; pero sin duda la visión femenina del trío protagonista continúa siendo la clave más importante de los nuevos capítulos. Las víctimas de trata Coral (Verónica Sánchez), Wendy (Lali Espósito) y Gina (Yany Prado) con un pasado -y un presente- golpeado duramente por la miseria, luchan, si no es por una vida mejor, por lo menos para seguir respirando. Encontrar la manera de evadirse de la realidad está más presente aún con cada segundo que pasan en una situación peliaguda.

'Sky Rojo' continúa con su violento ritmo

La temporada 2 de Sky Rojo es lo que necesita este verano para terminar de rematar probablemente la que sería la época estival más esperada hasta el momento. Y no uso el término “rematar” de forma casual, puesto que la violencia continúa al menos en los cuatro primeros capítulos que VerTele! ha podido ver hasta el momento.

Aunque a primera vista la dureza de las imágenes se plasma de forma diferente -aunque no menos impactante- que en la primera temporada, en cuando a la frenética energía no ocurre lo mismo: antes de que dé tiempo a parpadear, la acción vuelve a irrumpir a contrarreloj, ya sea en forma de persecución, de pelea o de “fiesta inofensiva”. La estética ya característica que consigue Miguel Amoedo con su fotografía hace que el espectador viva cada secuencia como si formara parte de ella. Esto es gracias también al hecho de que esta entrega sea una continuación directa de las tramas que se quedaron a mitad en el final de la anterior.

Si algo sorprendió de la serie de los creadores de La casa de papel fue el tema alrededor del que giraba la historia audiovisual: la prostitución en España. La cruel realidad mostrada de forma grotesca y emperifollada caló sobre todo por las lecciones y datos que lanzaban los personajes acerca de la industria. En esta temporada, el guion continúa estando formado por comentarios sobre la trata, que vuelven a deleitar con afirmaciones que hacen reflexionar o bien que pertenecen al pensamiento colectivo, o incluso con ambas características a la vez.

Una creíble evolución de los personajes

Si bien la historia narrada en la serie trascurre solamente a lo largo de varios días, los personajes van creciendo obligatoriamente con cada una de las situaciones que deben desafiar. Las actuaciones sorprendieron gratamente en la primera entrega, y estas no dejan de mejorar. No todos siguen el camino que se les marcó en un primer momento, y las dudas y dicotomías son un ejemplo más de la humanidad de cada personaje. No sería creíble de otra forma después del ritmo que llevan en pocas horas. Supone un cambio de tornas necesario y natural, potenciado por las vivencias de las protagonistas, que se siguen viendo en flashbacks que enriquecen la historia.

Por mucho que físicamente hayan salido del microcosmos del burdel Las Novias, las mentes de las chicas continuará divagando por las crueles y desgarradoras experiencias que vivieron en manos masculinas, y esto les afectará en cada decisión. Como ya adelantaba la plataforma, una Gina más fuerte que nunca cogerá las riendas de la situación más de una vez, convirtiéndose en la mujer del trío de amigas más razonable y sensata. En cierta forma, se convertirá en líder.

Una interesante elección de Mateo cambiará el rumbo de los acontecimientos. La historia de amor es otro factor que dota de misericordia -selectiva, cabe decir- a los personajes y, aunque no es el eje central de esta segunda tanda de Sky Rojo ni mucho menos, los sentimientos románticos vuelven a ser las virutas de chocolate que acaban de adornar el pastel. El amor fraternal también es fundamental para los secuaces en estos episodios, algo que trastocará irreversiblemente la familia que Romeo había creado.

El humor pasa a un segundo plano

El cambio más llamativo de la continuación recae en el recurso del humor negro que arrancaba alguna que otra carcajada dentro de la tragedia y lo dantesco en la temporada de primavera. Esta vez, la situación se torna más seria: la desestabilización del burdel Las Novias siembra duras dudas en los proxenetas, y lo reflejan sin escrúpulos en frívolos actos. La parte de comedia que tanto suavizaba el duro argumento de la serie, si no ha desaparecido del todo, sí que se ha diluido en exceso. Ya hay poco que amenice el agobio que golpean algunas duras imágenes.

Sin embargo, esta carencia enriquece más el duro tema que trata la serie: si en la tanda de capítulos de estreno trastocaba un poco la sátira en el argumento de la ficción, en esta veraniega entrega la gravedad del asunto cae por su propio peso en la pantalla con cada secuencia.

En definitiva, la segunda temporada de Sky Rojo llega para entretener completamente el periodo vacacional. Se mantiene la esencia de Vancouver Media, sin caer en errores típicos al alargar una fórmula de éxito y, además, su proximidad con el final de la anterior entrega hace que el espectador no de puntada sin hilo y pueda seguir a la perfección cada caótica situación.

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