El 2 de junio de 2002 se estrenaba en la HBO estadounidense The Wire, la que iba a ser considerada para muchos críticos y espectadores como la mejor serie de la historia. Una sentencia que la cadena de cable intuyó desde el principio porque, a pesar de no tener casi audiencia ni lograr premios, permitió su continuidad durante cinco temporadas.
No fue un éxito comercial -ya que perdía espectadores semana tras semana- pero medios como The New York Times, The Guardian, Entertainment Weekly, The Telegraph y Vulture, entre otros, la catalogaron como el mejor trabajo de ficción de todos los tiempos.
Barack Obama también señaló en varias ocasiones que se trataba de una de sus series de cabecera y en concreto se mostró “fascinado” con el personaje de Omar Little (interpretado por el fallecido hace meses Michael K. Williams). Según Alan Moore -autor de Watchmen-, “es la obra de televisión más asombrosa que nunca se ha hecho en Norteamérica, posiblemente la obra de televisión más asombrosa jamás hecha”.
No solo expertos y personalidades piensan así. La BBC encuestó a más de 200 personas para publicar una lista con las mejores series de todos los tiempos, y la número 1 era The Wire. En el Top de Filmaffinity también lidera el primer puesto, y en IMDB la puntúan con un 9,3, rozando el 10.
¿Pero qué tiene The Wire para ser considerada la mejor serie de todos los tiempos?
“¡Que se joda el espectador medio!”
David Simon, uno de los creadores de The Wire, fue durante años periodista del Baltimore Sun, donde le pedían escribir para un lector medio al que debía masticar las historias. Al pasar a escribir para la televisión pronunció la famosa frase: “Fuck the casual viewer!”, refiriéndose a que sus guiones irían dirigidos a un espectador inteligente que entendiera el relato sin “aclarado”.
Al hacer The Wire, fueron muy conscientes de que no iba a ser una serie para todos los públicos. Pero no es casual que a partir de su nacimiento (y el de unas cuantas más en canales de pago) dejara de llamarse a la televisión “la caja tonta”.
Cinco series distintas en una sola obra maestra
Hablando de la complejidad de The Wire no podemos olvidarnos de Ed Burns, el otro creador de la serie, que trabajó durante años como investigador de la policía y profesor en Baltimore. Así, un periodista y un policía se unieron para relatar la realidad de una de las ciudades más peligrosas de Estados Unidos.
Lo relataron a partir de cinco temporadas muy diferentes entre ellas que dificultan encasillar la serie en un único género. Como si fueran cinco series en una sola, enfocadas en el mundo policial, en el de los camellos, de los profesores, de los estibadores, de los periodistas y de los niños. Porque la realidad es diversa, tiene giros inesperados y no tiene música. Así es The Wire, casi un documental, un teatro callejero con algunos actores que antes habían sido delincuentes. Más de realidad que de ficción.
Cuando los personajes son el mejor cliffhanger
Al apostarlo todo al retrato social, pocos son los cliffhangers que pueden hacerse en la narración. Algo que tampoco importa en The Wire porque se sobra y se basta con sus potentes personajes. Son ellos quienes enganchan al espectador. Su destino personal es lo que preocupa. De hecho, la reciente muerte de Michael K. Williams conmocionó a los seguidores de la serie por tener tanto en común con su personaje.
Son muchos los perfiles que dibuja la ficción, y ese es otro de sus atractivos: podemos identificarnos con más de uno, con rasgos de casi todos y por eso se les odia y se les ama a la vez.
Una deuda con la sociedad
Simon y Burns han reconocido en multitud de ocasiones que la idea de lanzar The Wire era retratar a toda una parte de la sociedad estadounidense escondida, relegada por cuestiones de clase y de dinero. Porque (al trabajar como periodista y policía) sentían rabia y frustración al ver la imposibilidad de cambiar el sistema.
La serie, para sus creadores, fue una forma de pagar una deuda con una sociedad que había dado la espalda a parte de ella. Y seguramente por eso, The Wire es considerada la mejor serie de la historia: porque también es una forma de pago por parte de los espectadores. Porque verla no es entretenimiento puro, sino compromiso.