“Dejad de preguntarme qué me pasa”. María (Leticia Dolera) está agotada, frustrada y de muy mal humor. Seis meses después de dar a la luz a Juanito, ser madre “no es lo que esperaba”. Cris (Celia Freijeiro) y su marido intentan salvar su matrimonio probando a abrir la relación. Esther (Aixa Villagrán) se ha echado una novia más mayor que ella, viven juntas y se van a casar. Así nos reencontramos con las protagonistas de Vida perfecta en el arranque de su segunda temporada, que llega este viernes 19 de noviembre a Movistar+. La ficción regresa con un punto más de seriedad, sin perder un ápice de realismo y compromiso en su retrato de las 'consecuencias' -buenas, malas y regulares- de la treintena.
Los nuevos episodios son continuistas al desmitificar la maternidad y evidenciar que nuestro objetivo vital no debe ser cumplir unas expectativas impuestas, innecesarias e inviables. Después de ver las respectivas catarsis de los personajes en la primera tanda, ahora toca recolocarse, adaptarse y seguir adelante.
Algo que no es fácil y que forma parte de un aprendizaje continuo porque la vida, en cierto modo, es una sucesión de crisis. Al plasmarlo, la serie consigue dar un paso más allá en cuanto a madurez. Una evolución especialmente palpable en Gari (Enric Auquer). La visibilidad del día a día de las personas con discapacidad sigue siendo un tema clave dentro de la producción, que se ha despojado por completo de los resquicios del idealismo del que pecó en algunos momentos de la anterior temporada.
Gari lo pasa mal porque ha de sobrevivir en una sociedad que le impone límites. Ahora tiene un hijo y comprende que para ser “un buen padre” necesita sacarse el carnet de conducir. Continúa trabajando y tiene novia, que le apoya de forma incondicional, pero inevitablemente le cuesta. En gran parte, porque debe seguir lidiando con demostrar que no es tan diferente como le hacen -hacemos- creer, que no 'tiene excusa' si saca 10 fallos en el examen teórico del permiso, que puede responsabilizarse de cuidar de Juanito, quererle, lavarle, llevarle a la guardería y nadar con él. Vida perfecta lo enseña sin paternalismo, dejando que sea él quien se cuente. Un valioso logro de los guiones de Dolera y Manuel Burque; a los que se suma la gran interpretación de Auquer.
La 'auditoría' de los gemidos y la reivindicación de la terapia
Las relaciones sexo-afectivas siguen teniendo gran peso dentro de las tramas. Enseña cómo una mujer que ha dado a luz teme volver a verse la vulva, que se la vea otra persona, que le practiquen sexo oral y que le penetren. Habla del miedo a la sequedad vaginal que puede provocar la menopausia, la pérdida del apetito sexual, la presión que genera el sexo finalista, la falta -o abundancia- de deseo y el 'tener que' correrse. “¿Me estás auditando los gemidos?”, pregunta María, a modo de defensa, cuando es descubierta tras fingir un orgasmo. Algo que, por supuesto, no reconoce a su pareja, pero sí a su psicóloga.
La salud mental sigue sin ser una prioridad en la agenda de los políticos, pero sí un eje central de varias series destacadas. Vida perfecta es un claro ejemplo de ello y en esta tanda se le ha dado un espacio aún mayor, “llevando” a una de sus protagonistas a terapia. Aunque sano y necesario, no es sencillo enfrentarse a uno mismo, abrirse en canal para llegar al origen de los problemas, reconocer que los tenemos y tener que hurgar en aspectos dolorosos para entendernos.
Llamar a las cosas por su nombre, superar la “vergüenza” y “culpa” que puede generar reconocernos y escuchar cosas que no siempre queremos oír es un ejercicio que cuesta. Y mostrar que ayuda, sana y que no es motivo de sentirnos mal -si no más bien todo lo contrario- es fundamental. Darle a la terapia la importancia y naturalidad que merece, aporta a Vida perfecta un grado más de solidez y responsabilidad con su público/sociedad.
Quizás sea por ese grado más de madurez o porque tras dos temporadas la empatía que generan sus personajes ha aumentado, pero lo cierto es que el 'pellizco' que genera ésta es mayor. Las emociones traspasan en mayor medida la pantalla, las protagonistas esconden menos su vulnerabilidad, sacan mayor partido a su fortaleza, siguen equivocándose, luchando y aprendiendo. Se esfuerzan. Su vínculo sigue siendo precisamente la esencia, la forma en la que discuten, se aconsejan, se van de despedida de soltera, se acompañan, divierten y sienten. Y lo hacen como la propia serie, sin la osadía ni prepotencia de decretar cuál es la solución. Porque no va de eso. Se dan posibles herramientas, se normalizan estados de ánimo y se visibilizan realidades.
Ritmo, masculinidades diversas y compañía
Vida perfecta continúa siendo muy entretenida. En gran parte, por repetir la acertada estrategia de su primera temporada: estar conformada por seis episodios de 30 minutos que se prestan a ser vistos del tirón. Una forma de visionado que, quienes quieran, podrán llevar a cabo, ya que Movistar estrena las seis entregas de golpe este viernes.
La evolución de los personajes masculinos funciona también como novedad y atractivo de la serie. Además de lo comentado sobre Gari, vemos a hombres que ven el borde del precipicio y hacen lo imposible por buscar una solución. Igual que las mujeres no debemos sentirnos culpables si no queremos ser madres, ocurre lo mismo con los hombres. Ellos también pueden sentirse inseguros, tener miedo o, directamente, rechazarlo. Y está bien. Al mostrarlo, la ficción cuestiona la masculinidad hegemónica y con ello, enriquece su propio universo.
En definitiva, Vida perfecta es una serie que nos humaniza a todos, sin excepción. Nos humaniza porque no nos concibe como clientes, consumidores, influencers, números ni úteros. Nos humaniza porque se toma en serio contarnos sin frustrarnos, nos hace sentir acompañados. Nos pone en el centro del relato desde prismas absolutamente diversos sin juzgarnos. Nos respeta y habla de tú a tú.
Su propio título y carteles -con las protagonistas del revés- reivindican que la vida no es perfecta, ni tiene que serlo, ni nuestro gran objetivo ha de ser conseguirlo. La vida son subidas y bajadas; blancos, grises y negros; sonrisas y lágrimas, aburrimiento, diversión, sexo, dolor, dudas, compartir, aprender y, también un poco, dejarse llevar. María, Cris y Esther no han sido concebidas para ser ejemplo de nada; pero han conseguido volver a ser las tres mujeres más reales, supervivientes y divertidas del año.
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