'The Following' 3X02 Review: un asesino nunca cumple sus promesas
Por Silvia MartínezSilvia Martínez
La semana pasada ya señalamos que el regreso de ‘The Following’ no había defraudado a los adeptos al género. Todo lo contrario: ha vuelto con toda la artillería pesada de la que solía hacer gala las dos temporadas anteriores, dispuesta a hacer las delicias del respetado.
Eso sí, siempre con su toque de fantasía e irrealismo, los culpables de que esta ficción estadounidense haya creado una escuela propia en la que dicha fantasía es tan criticada como alabada. En ocasiones, incluso las dos cosas a la vez.
Lo importante es que a nosotros, ‘Los Devoraseries’, ‘The Following’ nos enamoró desde el primer día con sus pros y sus contras, y a día de hoy, con su 3x02, sigue haciendo lo mismo.
(CUIDADO, ¡SPOILERS!)
Un juguete nuevo para Mark
Como bien sabemos, uno de los pasatiempos favoritos de Mark Gray – aparte de hablar con su ahora alter ego Luke mirándose al espejo –, es hacer sufrir y todas esas cosas que se les dan tan bien a los psicópatas. Y si es a agentes del FBI, él aún lo goza más. Precisamente especial para uno de ellos, identidad desconocida aún, es para quien ha montado una nueva forma de tortura digna del mismo Jigsaw.
Mientras tanto, Hardy empieza a avanzar en su relación con Gwen mostrándole un poco de su interior, tan reservado hasta ahora como digno hombre atormentado que es; al mismo tiempo que trata de que el que deje de ser tan reservado sea Andrew, el hombre que empapó a las novias de sangre en el capítulo anterior, para ver si suelta prenda acerca de sus futuros planes psicopáticos y los inicios de su relación con Mark Gray.
Más tarde descubriremos que el quid de la cuestión no es su relación con el hijo de Lily, sino con el doctor Arthur Strauss, con quien tuvo el mismo gusto que Joe Carroll de compartir sabiduría.
La asfixia y su sensualidad desconocida
Por otro lado, Daisy y Kyle, la pareja psicópata con planes propios que todavía no conocemos, se esfuerza por hacerse la simpática con Mark porque, ya se sabe, si no tratas bien a un demente…nadie sabe cómo puedes acabar.
Tan adorables y graciosos son, que se dedican a hacer apuestas en un súper para ver quién se liga a quién aún diciendo que están casados. O al menos eso creíamos, que era tan sólo una apuesta, hasta que vemos que la mujer a la que ha intentado ligarse Kyle en el supermercado está ahora atada en su propia casa y siendo obligada a llamar a su marido para que también entre a formar parte del macabro juego.
Y, ¿quién es su marido? Pues no es otro que el agente Jeffrey Clarke, que casualmente acababa de desahogarse con Ryan recordando cómo estuvo a punto de ser sobre pasado por la presión y no contarlo cuando, hace ahora casi un año, todo el asunto de Carroll estaba en pleno auge. Desde luego, este hombre no gana para disgustos: al llegar a casa, recibe un golpe y la parejita feliz se lo lleva a no sabemos dónde. A su mujer la dejan en la misma silla donde estaba pero con una bolsa en la cabeza, algo que parece excitarle mucho a Daisy, quien se siente muy apenada por no poder ver el numerito entero. Todos muy cuerdos, sí.
Lo que ni la parejita ni el mismo Mark Gray saben es que el FBI ha rastreado el vehículo con el que este último había ido al garaje al principio del episodio y se dirige allí a intentar desbaratar el plan que quieran llevar a cabo. Como era de esperar, el mecánico sí que desaparece por siempre jamás pero Gray logra escapar. ¿Parte buena? Tienen fotos de Anna, la mujer de Clarke, colgadas por toda la sala y, no hay que ser del FBI para saber que eso indica que tienen que ir para su casa cuanto antes mejor.
Un asesino nunca cumple sus promesas
Ahora ya sí, todo el FBI ha entrado en estado de máxima tensión al ver que los psicópatas tienen a Clarke y no tener ni idea de dónde. A su mujer la han conseguido salvar, pero a él…A él, si quieren salvarlo, lo que tienen que hacer es declarar en televisión que a Lily Gray se le ejecutó a sangre fría – cosa que, recordemos, ni siquiera la agente Gina Méndez sabe –.
Mientras tanto, en Psicolandia, la pareja se entera por Gray de que el plan del mecánico ha fallado y se disponen a ejecutar el Plan B, o lo que es lo mismo, llamar a un loco aún más loco que ellos que, probablemente, tenga una manera de torturar aún más salvaje que la suya. Esa era mi deducción y, desde luego, no me equivoqué: El tal Neil está acabando de retocar una minúscula caja en la que piensa meter dobladito al agente Clarke a menos que Hardy y compañía salgan a declarar por televisión. O, a menos, que sea el mismo Jeffrey el que declare.
Desesperado, Clarke logra quitarse la cinta americana como quien se está desatando unos cordones – ¡y yo que me hago un lío hasta para despegar un ínfimo trocito de celo de donde sea! – y huye por el inhóspito almacén hasta encontrar un teléfono con el que llamar a Hardy e intentar que localicen la llamada. Todos sabíamos que en mitad de llamada lo iban a pillar, y, en efecto, no en mitad pero sí cuando sale pensando que no hay nadie, se vuelve a llevar un golpe y se despierta ya en una camilla que indica que el inicio de su tortura está próximo.
Ryan y su equipo, por su parte, salen más que escopetados hacia la zona de Pennsylvania donde han rastreado la llamada a ver si dan con la zona donde Clarke está escondido. Un Clarke al que, recordemos, le han prometido soltar si hacía una declaración en streaming de todo lo que él había consentido estando al mando de la operación Carroll hace ahora un año.
Pero, por si no nos acordábamos, las promesas de un psicópata, a menos que sea Hannibal Lecter enamorado de Clarice Starling o el ya citado Jigsaw, no suelen valer para nada y, para cuando Hardy y su equipo llegan, el agente Clarke ya descansa en su pequeña caja.
Por Silvia MartínezSilvia Martínez
La semana pasada ya señalamos que el regreso de ‘The Following’ no había defraudado a los adeptos al género. Todo lo contrario: ha vuelto con toda la artillería pesada de la que solía hacer gala las dos temporadas anteriores, dispuesta a hacer las delicias del respetado.