'Westworld': Empatía artificial
¿Qué ocurre si ponemos bajo las órdenes del visionario productor J.J. Abrams a los premiados Anthony Hopkins y Ed Harris y les dotamos de un paraje idílico, vasto y salvaje, ambientado en el romanticismo del lejano Oeste americano? Pues que obtendremos la nueva “niña mimada” del gigante estadounidense HBO: ‘Westworld’. Las audiencias millonarias cosechadas en su lugar de origen por este “universo Marlboro” han hecho plantearse a algunos incluso la posibilidad de que esta ficción futurista se convierta con el tiempo en la digna sucesora de ‘Juego de Tronos’, la gallina de los huevos de oro dentro del gremio de la series. Y no es para menos, ya que esta potente producción, sumamente cuidada, guarda ciertos paralelismos con la susodicha. Además de la calidad de la factura y las localizaciones de ensueño –en California y Utah– que alimentan el metraje de esta cautivadora historia, la duración de los episodios ronda los sesenta minutos y su primera temporada está compuesta por una tanda de diez entregas, al igual que la serie basada en la novela de George R.R. Martin. Así mismo, los créditos de entrada van acompañados de una melodía solemne –que acaba siendo memorizable cuanto más se escucha– y una metáfora visual sobre los elementos conductores de la serie sin mostrar a los actores en sí. Pero lo más importante es que una vez se sobrepasa la barrera del séptimo capítulo, la vertiginosidad de la trama se embala como una montaña rusa bajando por uno de los más altos lifts y ya no se puede parar.
La fiebre parece no haber llegado todavía a España –aunque la segunda temporada ya está planeada para 2018 y se conoce el nombre del primer capítulo: ‘El viaje a la noche’– así que hemos dispuesto los spoilers que contiene esta review por estratos: el primer nivel es para aquellos que no la hayan visto y necesiten un incentivo para hacerlo. El segundo es para quienes se encuentran a caballo viviendo las aventuras de Westworld y están a medio camino del final. Y el tercer nivel, el más reflexivo, es para aquellos afortunados que han asistido al magnífico cierre de la primera temporada y pueden contarlo.
En cualquier caso, querido lector, es mejor que procedas con cautela y, ante la duda, no avances demasiado por estos parajes desconocidos…
(Spoilers secuenciados)
“Animatronics” casi reales
‘Westworld’ o como lo llaman en Latinoamérica, ‘Oestelandia’, es un parque temático ambientado en el lejano Oeste. La recreación no pierde detalle: grandes cañones de roca que llegan hasta donde alcanza la vista; enormes y verdes praderas regadas por ríos infinitos, y una exquisita ambientación de las ciudades y pueblos de la época. Todo para el uso y disfrute de los visitantes, los cuales, acceden a esta salvaje región montados en un viejo y clásico tren a vapor. Y por si la experiencia no fuera lo suficientemente inmersiva, para hacer las delicias de los huéspedes les esperan los anfitriones. Ésta es la forma de denominar a los habitantes del parque: inteligencias artificiales con un alto grado de realismo, simulando ser seres humanos. Los seres humanos que se supone habitarían ese inhóspito lugar. Y cada uno con su propia historia, o bucle, como parte de las múltiples atracciones que ofrece el parque.
Y como en todo buen western que se precie, no pueden faltar los tiroteos y el sexo. Al fin y al cabo, eso es lo que vienen buscando la mayor parte de los visitantes: sacar a pasear la furia interior y desfasar como no lo pueden hacer en el mundo real. Además, suelen pertenecer a clases altas –la entrada no debe ser precisamente barata–, por lo que es habitual que traigan consigo una actitud aplasta cráneos muy acorde con quien toda su vida ha estado acostumbrado a hacer lo que le viene en gana. Y por si fuera poco, los animatronics no pueden herir a los visitantes. Como mucho pueden dispararles con lo que parecen balas de fogueo, pero no pueden defenderse ni plantar cara de verdad a sus abusadores. Porque otra cosa no, pero ‘Westworld’ es un lugar de culto a las barbaridades perpetradas por los humanos a las máquinas. Unos aparatos pensados para servir de vehículo a las bajas pasiones de los insensibles patanes que quieren jugar a ser vaqueros por un día. O quizás no.
De la inteligencia a la empatía
En este universo conviven constantemente dos mundos: el real y el ficticio. Un parque de estas prestaciones necesita de un equipo técnico multidisciplinar que se encargue de su mantenimiento y sobre todo del de los anfitriones. Con cada masacre perpetrada en el salón o con cada prostituta ahogada por un visitante al que se la ha ido la mano se requiere de la intervención de profesionales capaces de reparar a los robots y ponerlos de nuevo en funcionamiento.
El desencadenante de esta historia se pone de manifiesto en Dolores Abernathy, uno de los primeros anfitriones del parque, cuando empieza a presentar alteraciones en su comportamiento. Gracias a una nueva actualización llamada “ensueños”, los animatronics empiezan a desarrollar la memoria a largo plazo. Un recurso prohibido para ellos por las consecuencias horribles para sus mentes. A diario estos seres artificiales son asesinados, torturados, violados o profanados por los asiduos visitantes del parque. Todo dentro de unos guiones preestablecidos, pero al fin y al cabo son sus vidas. Ninguna psique, ni siquiera artificial, podría mantener la cordura si tuviera que revivir una y otra vez todas esas atrocidades.
Sin embargo, la reacción en cadena parece imparable. Y al igual que Dolores, varios de sus compañeros de la primera generación están empezando a despertar. En especial Maeve Millay, la madame del burdel de Sweetwater, el centro neurálgico del parque y donde se da la bienvenida a los recién llegados. Desde aquí, la experiencia se puede agrandar en la medida en que se avanza hasta los confines del parque. Resulta curioso cómo un robot que era un bandido que quería matarte, al día siguiente se convierte en tu aliado y se embarca contigo en una nueva empresa. Todo es fruto de las narrativas creadas por el doctor Robert Ford (Hopkins), uno de los fundadores del parque.
Pero volviendo con Maeve, hay que decir que ella se convierte en el paradigma de todo este embrollo futurista. Como no-humana, ella da un paso en la escala evolutiva de las inteligencias artificiales, adquiriendo una conciencia y una empatía que se supone, sólo están al alcance de los seres vivos. Con crudeza tiene que revivir todos los ataques sufridos junto a sus compañeras, e incluso recordar una narrativa anterior: antes de ser madame, era una granjera con una hija a su cargo. Sin embargo un visitante las mató a las dos. Este punto de inflexión fue lo que llevó a sus creadores a resetearla como prostituta, pero la memoria se había vuelto a abrir camino por sus circuitos.
Así que haciendo gala de la fiereza que los programadores habían conferido a su personalidad, y al ritmo de la inolvidable ‘Back to black’ de Amy Winhouse, inició su particular revolución hasta lograr contactar con uno de sus reparadores y persuadirle para que le contara todo. Así fue cómo descubrió que a quienes ella tenía por dioses no eran más que unos tristes seres humanos. Sus creadores, pero a fin de cuentas, con sus debilidades y sus mezquindades de pacotilla.
Una narrativa dentro de otra
Con todas estas crisis de identidad parecía que el parque estaba al borde del colapso. ¿Casualidad? Obviamente no. Justo en el momento en que la junta de accionistas había decidido quitar de en medio a uno de los padres fundadores de todo aquello, van sus creaciones y se revelan. Tal parece que se tratara de una bomba de relojería que había permanecido dormida durante veinticinco años para estallar en el momento justo. Ese que daría al doctor Ford la oportunidad de despedirse por todo lo alto y liberar a sus estimados anfitriones.
Pero la onda expansiva se llevaría a muchos por el camino. La primera, Theresa Cullen, la directora de seguridad del parque y amante de Bernard Lowe, responsable de comportamiento y discípulo de Ford. Qué irónico e impactante fue verla morir en sus brazos, instantes después de descubrir que Bernard también era un anfitrión. Pero cuando este vital secreto se desveló, el castillo de naipes se desplomó. Y sin darnos cuenta nos metimos de lleno en una vorágine tan imparable como adictiva. Bernard estaba hecho a imagen y semejanza de Arnold, el socio de Ford, y cuya última voluntad era no abrir el parque. Dolores, su hija artificial, le demostró que estaba viva al superar con éxito el juego del laberinto. Por tanto sabía que no podía condenar a sus hijos, seres vivos, a acabar almacenados en un almacén oscuro y húmedo como si de un puñado de maniquís se trataran.
Y para ello llevó a cabo el mayor de los sacrificios. Dio su vida y simuló que Dolores se había vuelto loca, ya que ella y su novio Teddy Flood aniquilaron al resto de sus compañeros y al propio Arnold. Sin embargo, esto no funcionó y Ford abrió el parque. Parecía que su memoria nunca sería honrada. Hasta ese momento.
Antes de anunciar públicamente su retiro, –la junta, temerosa de sus decisiones, decidió apartar a Ford sutilmente para intentar quedarse con su tecnología–, dio las órdenes necesarias a Dolores para que de nuevo ella fuera la mano ejecutora. En el mismo escenario donde empezó todo, Dolores se convirtió en el azote de esa tierra, reclamándola por derecho propio para todos sus congéneres artificiales, y llevándose consigo el alma del segundo padre creador.
Lo que nunca habría imaginado es hasta qué punto ella era la protagonista de todo ese reino, porque fue su amor truncado con Billy –aquel tierno visitante que le demostró que podía amar como cualquier otro ser humano- el que hizo que éste se obsesionara con el parque y con el tiempo se convirtiera en el accionista mayoritario de la entidad que lo conservaba. Su primera experiencia allí le sirvió para encontrar su verdadero yo y descubrir que había un malvado dentro de él. Para probárselo a sí mismo, asesinó a Maeve y a su hija en la granja y así fue cómo se completó su metamorfosis en el maquiavélico vaquero vestido de negro interpretado por Ed Harris. La frustración de saberse olvidado por Dolores –que reseteaba y brindaba su amor a cualquier nuevo extraño- se vio cortocircuitado cuando ésta le mostró que se acordaba de él después de tantos años. De hecho, como espectadores vivimos confusos el viaje que acabó llevándola hasta él, atrapados entre el momento actual y el pasado, hasta descubrir que nada quedaba del bueno de William.
Y es sin duda esta doble línea temporal uno de los momentos más fascinadores de la serie. Básicamente por su impacto. Todo este tiempo la solución ha estado delante de nuestras narices pero estábamos demasiado ocupados buscando pistas por otros lugares. Demasiado embelesados con las atracciones del parque.
Pero hay que decir que su originalidad le viene prestada de una versión cinematográfica homónima de 1973, encabezada por Yul Brynner, en cuyo eslogan se prometían unas vacaciones donde nada podía fallar. Y lo más interesante: en esta cinta se podían intuir los derroteros de la segunda temporada, ya que al parecer, existen más universos ambientados en otras épocas. De hecho, ¿no se vislumbran unos pocos samuráis mientras Maeve y los suyos intentan escapar por las instalaciones de mantenimiento en el último episodio?
Habrá que esperar. Pero de momento, con lo que llevamos visto de parque, hay que reconocer la brillante interpretación del elenco de actores y la pasión que imprimen a sus personajes. Sin duda nos encontramos ante una de las grandes atracciones de la época actual y lo mejor es que podemos disfrutar de ella sin movernos del sofá de nuestro hogar. Una visita más que recomendable.
¿Qué ocurre si ponemos bajo las órdenes del visionario productor J.J. Abrams a los premiados Anthony Hopkins y Ed Harris y les dotamos de un paraje idílico, vasto y salvaje, ambientado en el romanticismo del lejano Oeste americano? Pues que obtendremos la nueva “niña mimada” del gigante estadounidense HBO: ‘Westworld’. Las audiencias millonarias cosechadas en su lugar de origen por este “universo Marlboro” han hecho plantearse a algunos incluso la posibilidad de que esta ficción futurista se convierta con el tiempo en la digna sucesora de ‘Juego de Tronos’, la gallina de los huevos de oro dentro del gremio de la series. Y no es para menos, ya que esta potente producción, sumamente cuidada, guarda ciertos paralelismos con la susodicha. Además de la calidad de la factura y las localizaciones de ensueño –en California y Utah– que alimentan el metraje de esta cautivadora historia, la duración de los episodios ronda los sesenta minutos y su primera temporada está compuesta por una tanda de diez entregas, al igual que la serie basada en la novela de George R.R. Martin. Así mismo, los créditos de entrada van acompañados de una melodía solemne –que acaba siendo memorizable cuanto más se escucha– y una metáfora visual sobre los elementos conductores de la serie sin mostrar a los actores en sí. Pero lo más importante es que una vez se sobrepasa la barrera del séptimo capítulo, la vertiginosidad de la trama se embala como una montaña rusa bajando por uno de los más altos lifts y ya no se puede parar.