Las 12 conmovedoras confesiones de los supervivientes de los Andes a Évole y la frase “que hubiera cambiado la historia”

Paula Hergar

28 de enero de 2024 23:05 h

Este domingo, Lo de Évole entrevistó a 'Fito', Daniel y Eduardo Strauch, los primos supervivientes del accidente de avión de los Andes, que ahora está de plena actualidad por la película La sociedad de la nieve.

Para hablar con ellos, Jordi Évole viajó hasta su casa donde les preguntó por esos 72 días que pasaron en la Cordillera, por cómo fue el accidente del avión, la primera noche “infernal”, cómo se encargaron de diseccionar los cadáveres para dar de comer a sus compañeros y cómo fue su vuelta a la civilización.

Los entrevistados respondieron con reflexiones que sorprendieron al presentador, como que han vuelto al lugar de los hechos y a alguno le gustaría que se tiraran sus cenizas allí. Que sienten “nostalgia” por aquello que vivieron y que fue mucho más que “unos tipos que se tuvieron que comer a sus amigos para sobrevivir”, como la historia los ha resumido.

“Nunca se profundizó como nos estás haciendo profundizar ahora”, aseguraron al catalán, porque “había tabú de preguntar” cuando regresaron de entre los muertos. Así como también se emocionaron cuando recordaron cómo les recibieron, las novias, las madres...

Y de entre todas las confesiones que hicieron en el programa de laSexta, resumimos las más llamativas:

  • “Era como vivir en un cementerio. Ahí no haces muchos chistes. Estaba lleno de cadáveres. Sientes la angustia de no comunicar que estás vivo porque pasaban los días y yo seguía muerto para mi familia. Había momentos para el humor negro, apostábamos quién se moría primero. Todo el mundo muerto de risa. Podíamos estar sin comer, sin sexo pero era una necesidad encontrar un motivo para reírse”.
  • [Al quinto día] “nos preguntábamos '¿qué hay que hacer, qué hay que hacer?' y era asqueroso lo que había que hacer. Comemos rompemos el tabú o nos vamos a morir poco a poco. ¿Estamos locos o qué? Fue el gran conflicto interno que empezamos a abrir”. (...) “Ahí podría haber cambiado la historia si vos me decís que '¡soy loco, ¿qué estás pensando?'” aseguró otro de ellos al recordar el dilema que tuvieron antes de comerse los cuerpos.
  • “Fue conmovedor el pedirles disculpas a los que habían muerto y pensar que hubieran hecho lo mismo que nosotros. Salí fuera, sin saber qué cuerpo era, moví a uno que estaba boca abajo y corté la piel de la nalga. Ahí probamos. A los pocos días la mente se había bloqueado y parecía que comiéramos pollo. No pensábamos más. La riqueza eran los cadáveres. 50 años después me empieza a parecer brutal pensarlo y contarlo”.
  • “Durante los 72 días no sentí hambre, ni frío, pero sí sed. Te inflaba la panza pero sí sentías la sed. El hambre no duele, la sed sí duele”.
  • “[Los primos] éramos los únicos que sabíamos a quién comíamos. Seleccionábamos a la gente que no conocíamos, era mucho más fácil. Si eran más cercanos costaba más. Un padre me preguntó si podía ir a buscar a su hijo a la montaña, finalmente lo fue a buscar y lo trajo. Él me estaba preguntando si nos lo habíamos comido o lo podía ir a buscar. Estaba entero”.
  • “[Después del alud] empezamos a escarbar y entraba el oxígeno. Subimos a la superficie y así volvimos al horror de vivir”.
  • “Te queda el conocimiento profundo del ser humano. Es lo que tienes adentro, no lo puedes sacar porque la sociedad te absorbe con riqueza y cosas. Otro superviviente nos llamó diciendo que daría cualquier cosa por volver allí unos segundos. Lo que me estaba diciendo es que quería volver a sentir aquello que tuvimos. El ser humano busca unirse, la sociedad te separa”.
  • “Cuando nos rescataron todos sentimos nostalgia. Es rarísimo. Sentía felicidad absoluta y después nostalgia de dejar todo ahí. Creamos una sociedad de la nada, con nuestros propios medios y mi mente nunca fue tan libre como allí. Fue un lugar en el que vivimos horrores pero también otras muchísimas cosas. Quiero que lleven mis cenizas allá”.
  • “No tuvimos más remedio que contar la verdad. Si hubiéramos podido la escondíamos, pero era imposible”.
  • La psicóloga que nos analizó nos dijo que no teníamos ningún problema, que la terapia la habíamos hecho allí arriba. No hemos vuelto a hacer terapia, nosotros nos hacemos la autoterapia. Jamás estuvimos juntos sin hablar de la Cordillera en algún momento”.
  • Fue la madre de todas las experiencias de mi vida: me sirvió para otras cordilleras que tuve después. Como cuando mi mujer tuvo cáncer. Le dije que íbamos a luchar. Quizá si yo no hubiera estado en la montaña me hubiera puesto a llorar con ella y se hubiera muerto”.
  • Lo que queda es la hermandad entre nosotros. Cómo nos aconsejamos aún. Existe el vínculo de estar pendientes unos de otros”.