En 2016, la BBC gastó una pequeña broma a sus espectadores al estrenar, casi por sorpresa, un episodio de su serie insigna, Sherlock, que planteaba un salto temporal para situar a Benedict Cumberbacht a finales del XIX. Un episodio estrenado como ‘especial navideño’ y titulado La novia abominable que, con el tiempo, ha resultado ser más que un chiste la concreción de un interés renovado por una época y un género.
Si echamos un vistazo al catálogo de la mayoría de plataformas online resulta sorprendente comprobar el creciente interés de la industria en un fenómeno menos mediático de lo que cabría esperar: el siglo XIX vive una particular nueva edad de oro en el thriller televisivo. Desde derivaciones formales en clave feminista como Alias Grace, pasando por pesadillas atmosféricas de corte británico como The Frankenstein Chronicles -ambas en Netflix-, a desviaciones fantásticas como Penny Dreadful en Movistar+, o dramas alucinados como Taboo en HBO o The living and the Dead en Filmin.
Más que un mero decorado de decadente aire victoriano, todas ellas rastrean a su manera aspectos dramáticos de un siglo que configuró la mentalidad del ciudadano contemporáneo tanto como lo harían las dos guerras en el siguiente.
De hecho, y aunque la concreción no sea precisamente uno de sus fuertes, ya en sus créditos iniciales El alienista rastrea los fantasmas de la sociedad actual: en pocos segundos vemos cómo algunas de las construcciones más emblemáticas de esa urbe-símbolo que es Nueva York se deconstruyen mediante montajes fotográficos. El puente de Manhattan, Grand Central Terminal o la estatua de la libertad son desnudados pieza a pieza hasta quedarse sólo metal y cemento. Pocas series de hoy son capaces de decir tanto en tan poco, pues El alienista busca, desde el thriller psicológico, construir una curiosa alegoría social de la fundación de la ciudad, símbolo de la Norteamérica moderna.
Científicos, criminales y viceversa
Basada en una novela de Caleb Carr, esta historia nos sitúa en 1896. El cadáver de un niño vestido de mujer es encontrado en el puente en construcción de Manhattan. La saña del asesinato, con el menor mutilado y sin ojos, hace pensar que quien perpetró el crimen es alguien metódico que volverá actuar si no se le paran los pies. Un asesino en serie al que la policía de la ciudad parece no querer enfrentarse.
Ante el inmovilismo de las autoridades, un científico llamado Laszlo Kreizler -interpretado por Daniel Brühl- se propone cazarlo utilizando sus conocimientos psicológicos. Le ayudarán un periodista y dibujante llamado John Moore -Luke Evans-, y una secretaria de la policía de nombre Sara Howard, interpretada por Dakota Fanning. Heterogéneo triángulo que si bien sostiene ciertos clichés del género, se mantiene siempre tenso gracias a la inesperada química de sus intérpretes.
Desde su mismo título, El alienista alude a una dicotomía interesante en torno a la ciencia y el crimen en su época. En el siglo XIX, a las personas con alguna enfermedad mental no reconocida se las consideraba alienadas de su naturaleza. Por consiguiente, a los profesionales y expertos que las estudiaban se les conocía como alienistas. Gente que tenía que bregar contra viento y marea para que quienes ostentaban cargos de poder en las instituciones -sanitarias, políticas o de cualquier tipo-, respetasen sus métodos sin tacharles de dementes o perturbados a ellos también.
Lo mismo pasaba en la reciente -y ciertamente fascinante- Mindhunter de Fincher, en la que se rescataba la revolución que supuso la inclusión de nuevas técnicas de investigación psicológicas en casos de asesinos en serie en el FBI de los años setenta.
En este sentido, El alienista funciona casi como una precuela simbólica de la serie de Fincher, esta vez filtrada por el savoir faire de Cary Fukunaga, el creador de True Detective, que inicialmente iba a dirigirla y que finalmente ejerce como productor y mente pensante de la misma.
Él parece ser el encargado de aproximarnos a la ciencia pretérita y su utilización para fines policiales. Más allá de los primeros pasos de una psicología del serial killer, la serie de Netflix funciona como compendio de disciplinas incipientes que van desde la dactiloscopia con fines identificativos, a la utilización de la antropología forense en la identificación de patrones de conducta, o el estudio de patologías aún no diagnosticadas, así como la negación de algunas que no eran tal.
Es, precisamente, en este retrato circunstancial del clima opresivo pero apasionante de la investigación policial de la época el terreno en el que la serie encuentra sus mejores virtudes. Su exquisita puesta en escena disimula con habilidad el desarrollo errático que enmarca, su interés en desmenuzar la mente criminal franquea el diseño de personajes secundarios perezosos de cartón piedra, y su carácter militante de puro entretenimiento sortea momentos de pretendida intensidad dramática ciertamente sonrojantes.
Un asesino en las alturas
El alienista propone un recorrido a ritmo de novela pulp, tan poco ortodoxo como entretenido, por un mundo oscuro en los aledaños de un cambio de siglo y paradigma social. El thriller pues, se configura de forma paralela al retrato de la época, que plantea interesantes debates que no deberían pasar desapercibidos.
Por una parte, en torno al personaje de Dakota Fanning, la primera mujer en trabajar en la comisaría de Nueva York, se establece un interesante retrato de la lucha feminista contra la mentalidad conservadora y machista del siglo XIX que explotaría años más tarde con la lucha sufragista de principios del XX.
Por otra, gracias a su retrato de la corrupción moral de la élite, la serie plantea una interesante alegoría sobre cómo el capitalismo urbano emergente nació manchado de sangre. Desde instituciones religiosas absolutamente criminales en sus manejo del poder, a comisarios jubilados que afirman sin remilgos dedicar su tiempo a especular en bolsa, casi todo lo representado ofrece una segunda lectura satírica e inteligente.
Algo que confiere un seductor aire metafórico a la trama criminal principal de la serie. No es casualidad que los cadáveres que estudian el trío protagonista se encuentren siempre en construcciones de una ciudad en auge. Y menos, que siempre estén en las alturas pues nada simbolizó tanto el poder como los rascacielos neoyorquinos.