Decía Umberto Eco que la mente es un laberinto en el que nosotros somos el propio minotauro. Dentro se hallarían nuestros miedos, contradicciones internas y nuestra infinita capacidad de error. Es decir, todo lo que nos hace humanos. Pero, ¿y si ocurriese lo mismo con los robots? La teoría del filósofo italiano se convirtió así en el mayor enigma de la primera temporada Westworld y en el hilo conductor de todas las tramas.
El último episodio, La mente bicameral, derribó las certezas que creíamos tener sobre la conciencia de los anfitriones. Ya no debían encontrar la salida del laberinto para liberarse del yugo humano, sino moverse por él para aprender de su pasado. Un pasado lleno de violaciones, infanticidios y mutilaciones perpetradas por los visitantes del parque, que ahora asisten embobados al despertar de las máquinas. Solo que esta vez no se mueven por un código programado, sino por algo mucho más peligroso: la sed de venganza.
“Creía que las historias nos volvían más nobles, arreglaban lo que estaba roto en nosotros y nos convertían en la persona con la que siempre hemos soñado. Mentiras que revelaron una verdad más profunda”, dijo el doctor Ford (Anthony Hopkins) justo antes de que Dolores (que antes no mataba ni a una mosca) le volase la cabeza en la season finale.
La revolución de los robots contra los humanos ha tardado 35 años en tomar forma, pero solo es el comienzo de una nueva narrativa que deja paso a otras mil preguntas. La segunda temporada, que se estrena el próximo lunes 23 de abril, será la encargada de resolverlas o de plantear cuestiones nuevas. Pero antes, revivamos y desvelemos los cinco enigmas de la apuesta más ambiciosa de HBO.
1. Las líneas temporales
El uso del tiempo fue una de las bazas más inteligentes de la serie en su primera temporada. Los flashbacks no se anunciaban con un rótulo con la fecha o tiñendo la imagen con un filtro sepia, sino mediante los pequeños detalles. La evolución del logo del parque, los distintos escenarios o la desaparición de ciertos personajes en las tramas invitaban a pensar que no se trataba de una sola línea temporal. Pero el aspecto inalterable de los robots (sin contar algún cambio de modelito) ayudaba a dar esta ilusión de continuidad.
Al final descubrimos que había más que un pasado y un presente: eran tres líneas narrativas intercaladas en un mismo montaje. La primera la protagonizan Dolores, la primera anfitriona de Westworld, y el socio fundador, Arnold (no confundir con Bernard). Sus conversaciones se dan en la fase de prueba del parque y es cuando Arnold descubre que los robots “están vivos” -como él dice- y que pueden alcanzar la conciencia a través de un viaje interior por el laberinto de su mente.
La segunda tiene lugar poco después de que el parque haya abierto sus puertas, cuando un joven llamado William llega arrastrado por su odioso cuñado. Allí conoce a Dolores y se enamora profundamente de ella. Tanto, que sus ansias por encontrarla nublarán su juicio y le transformarán en un ser obcecado y sin compasión. La última tiene lugar treinta años más tarde, en un impreciso presente, y es donde los anfitriones empezarán a mostrar los primeros síntomas de autonomía.
2. Los ensueños
Los huéspedes que van a Westworld pagan por una realidad inmersiva. Por que la prostituta finja (o sienta) el deseo auténtico y que su víctima suplique antes de meterle una bala entre los dos ojos. Eso solo puede ocurrir si los robots recuerdan el placer o el miedo que han sentido con anterioridad, lo que en el laboratorio del parque llaman reveries (ensueños).
“Imagina lo jodidos que estarían si estos pobres recordaran lo que les han hecho los clientes. Por eso les damos pesadillas”, dice uno de los técnicos. En un principio pensamos que este cambio introducido por el doctor Ford sirve solo para convertir a las máquinas en seres más reales. En el capítulo La mente bicameral, sin embargo, los ensueños se revelan como una forma de “conocer al enemigo”, según le dice Ford a Bernard. Sin el recuerdo de esas experiencias dolorosas, jamás estarían preparados para la revolución.
3. El laberinto de la conciencia
“¿Recuerdas?”, repite una y otra vez la voz de Arnold a Dolores. El título del último episodio de la serie no es fortuito. La doble cámara, o bicameralism, es una teoría psicológica para describir la mente dividida entre la parte que habla y que transmite la memoria, y la parte que obedece. Cuando el fundador de Westworld descubre que sus criaturas van a ser conscientes de las atrocidades del parque, decide implantarles un resorte que les anime a confrontarse y a luchar.
Esa voz, junto a las ensoñaciones de Ford, serán las pistas que les guíen por el laberinto de su propia mente. Para que los robots alcancen el mayor estadio de autonomía necesitan tiempo y dolor. Como en el budismo, toda su existencia es sufrimiento y “dolor porque el mundo no es como quieres que sea”. Ford le explica a Bernard que cada anfitrión necesita una backstory desgarradora para alcanzar su despertar. La de Bernard es la de su hijo enfermo (heredada de la realidad de Arnold), la de Maeve es el asesinato de su niña a manos del Hombre de negro, y la de Dolores es la culpa por haber matado a Arnold.
La conciencia ya no se descubre como una pirámide donde el primer paso es la memoria, después la improvisación y por último el control absoluto de la mente artificial. Es un laberinto en el sentido de que cualquier robot puede quedarse atrapado en los traumas del pasado sin saber cómo llegar al centro. Por eso es tan importante la voz que les guía, que no es ni Arnold ni Ford, sino ellos mismos. El secreto, “el don divino”, está dentro de la mente de los anfitriones, como ya dibujó Miguel Ángel en La creación de Adán.
4. La matrioska de personajes
El laberinto no era el único pasatiempos que mantenía ocupada la cabeza de los espectadores. Había tres personajes cuya naturaleza y obsesiones copaban titulares y las teorías conspiranoicas de los mayores fans. Eran Arnold, el Hombre de Negro y Wyatt. ¿Cómo es posible que hubiésemos llegado al sexto episodio sin saber nada más de ellos?
La respuesta residía en que los estábamos viendo continuamente en la pantalla. El programador estrella del parque, Bernard, era en realidad un robot creado a imagen y semejanza de Arnold, el socio misterioso de Robert Ford. El Hombre de Negro resultó ser el bueno de William en su versión más escéptica y desgastada. Y, por último, el personaje de Wyatt se convirtió en uno de los mayores giros del ultimo capítulo al descubrirse que era la némesis de Dolores. Esa parte de la mente que subleva a la damisela en apuros y la pone en modo asesina.
5. El juego del despiste
Jonathan Nolan y Lisa Joy consiguieron mantener una cuota de atención pública que pondría a salivar a cualquier productora. Con sus trucos de personajes dentro de personajes y sus vaivenes temporales, Westworld ha desafiado las reglas de la ficción televisiva como una serie sobre la propia calidad de las historias. Pero, ¿jugó limpio durante toda la temporada?
Hubo multitud de tramas que se quedaeon colgadas por el camino y que no parece que vayan a volver a tener su minuto de gloria. El pasado de Teddy como guardia confederado, la mujer de los zapatos blancos que siempre recuerda Bill o la familia robot secreta de Ford son despistes pasajeros. Como la serie rompe con la narración típica de causa-efecto, los guionistas pudieron cambiar de prioridades en función del momento.
No obstante, el colofón de la serie cumplió con su tarea y dejó al público encantado con la posibilidad de un Samurai World y brindando por el grandioso relevo de Perdidos. Como decíamos, aún quedan preguntas por resolver, pero de momento nuestra conclusión no ha variado: a la espera de su regreso, Westworld sigue siendo la mejor serie de la anterior temporada.