La tecnología es una ventana al conocimiento. En la era de los smartphones y del 4G, cualquier persona puede conectarse a Internet y realizar una sencilla búsqueda para obtener cualquier tipo de información en cuestión de segundos. Consiguen hacerlo todos, incluso niños. Es entonces cuando la libertad puede convertirse en 'libertinaje' y los padres tienen que pedir ayuda a ese ángel de la guarda llamado control parental.
La mayoría de dispositivos electrónicos cuentan con una función para proteger de contenido ofensivo a los menores. La tiene Windows, Android y Netflix, entre muchos otros, y permite desde bloquear ciertos programas o páginas webs hasta establecer un tiempo de uso para el gadget. Black Mirror, como viene siendo habitual, lleva este concepto al extremo.
La miniserie creada por Charlie Brooker explora un terreno hasta ahora inexplorado en su universo: la maternidad. El segundo capítulo de su cuarta temporada, Arkangel, nos sitúa en un futuro cercano donde han desarrollado un dispositivo que traslada el control parental virtual a la vida real. El episodio despertaba especial entre los espectadores, especialmente después de conocer que Jodie Foster (Taxi Driver, El silencio de los corderos) iba a dirigirlo. Se convierte así en la primera mujer encargada de ponerse tras las cámaras y orquestar la trágica función de Black Mirror.
Según dijo Brooker a Entertainment Weekly, la idea del episodio surge a raíz de un problema personal: “Mis hijos tienen tres y cinco años y me preocupo por ellos constantemente”. Continúa diciendo que, precisamente por eso, siente “empatía con los padres que tienen la necesidad de proteger a sus niños”.
Pero, aunque el creador de la serie ha sido el artífice del guion, Foster también ha tenido la oportunidad de incorporar algunos detalles como, por ejemplo, la relación de Marie (la protagonista) con su padre: “Ella reforzó ese papel, que antes estaba planteado de forma muy leve”, confesó Brooker al medio estadounidense. El producto final es un cóctel que aúna la relación con los hijos, privacidad y nuevas tecnologías. Antes de empezar a analizarlo, os advertimos: comienza la avalancha de SPOILERS.
This browser does not support the video element.
Un chip para atar y vigilar todo
Una vez que comienza la historia, necesitamos pocos minutos para comprobar que Marie es una madre excesivamente controladora. En el cuidado de su hija Sara, le ayuda Russ, su padre. Sobre el progenitor de la niña no sabemos nada, y ni siquiera se hace mención a él en el capítulo. Puede que se desentendiera totalmente de la pequeña o que, por otro lado, la protagonista decidiera ser madre soltera mediante inseminación artificial. El verdadero drama comienza cuando un día deciden visitar un parque cercano. Es entonces cuando Sara, que empezó a perseguir a un gato, desaparece por unos instantes.
Tras no verla entre los toboganes, Marie sufre una crisis de pánico. Sin embargo, la cría aparece poco después sana y salva en brazos de uno de los muchos vecinos que empezaron a buscarla. Al encontrarla, la madre se aferra a ella entre llantos y lamentos como si hubiera estado al borde de la muerte, todo mientras le pide perdón por despistarse unos segundos. El episodio detona una decisión: suscribirla al programa Arkangel destinado a “garantizar la paz interior”.
Se trata de un microchip instalado en la cabeza de Sara que permite una serie de mecanismos para su seguridad. Gracias a él y a una tablet, la madre puede ver a través de sus ojos, localizar su ubicación en caso de pérdida, consultar sus constantes vitales, o activar un filtro parental que se activa cuando aumenta el nivel de estrés ante imágenes violentas. De esta manera, la pequeña ya no debe temer al perro agresivo que siempre le ladra o a los vídeos violentos que sus compañeros le muestran en el recreo. En su lugar, aparece una macha distorsionada con un sonido indescifrable.
“Recuerdo cuando abríamos la puerta y dejábamos a los niños vivir”, reprocha Russ, que no se muestra muy conforme con Arkangel. Pero la niña va creciendo y, a medida que lo hace, aumenta su curiosidad por aquello que no puede contemplar porque el programa pixela todo aquello que eleva ciertos niveles de estrés en el cerebro. Por muy sofisticado que sea, el algoritmo no es humano. Este se aplica en toda situación violenta, incluso cuando el abuelo de Sara sufre un accidente y queda tirado en el suelo. Una serie de incómodas circunstancias provocan que Marie decida desactivar el filtro y guardar la tablet en el desván. Aunque la tentación siempre está ahí, la niña ahora puede ver todo aquello que antes tenía prohibido.
En solo 25 minutos pasamos por tres etapas distintas de Sara y no por ello se echan de menos más líneas de guion. Todo lo contrario: agiliza la historia y cuenta lo esencial. No es necesario más, para eso ya está Boyhood. Este no es un relato que recuerda al último episodio de la primera temporada, Toda tu historia, donde los personajes tienen un dispositivo para grabar constantemente aquello que contemplan con sus ojos. La diferencia es que en uno explota la privacidad en el ámbito amoroso, y en el segundo en el maternal.
Cuando el control se convierte en espionaje
Una vez que entra en la adolescencia, Sara comienza a sentir cambios en muchos aspectos de su vida. Empieza a salir para beber cervezas con sus amigos, conoce su primer novio, experimenta con algunas drogas… Actividades que, por supuesto, oculta a la madre por una razón: sabe que jamás las aprobaría.
Una noche, después de hacer numerosas llamadas y no obtener respuesta, Marie desespera. A medida que telefonea a los padres de los amigos de su hija, la preocupación va en aumento: no saben dónde está. Solo queda una opción, la de Arkangel. Pero enciende la tablet justo en el peor momento: cuando Sara mantiene su primera relación sexual. A partir de ahí, vuelve el espionaje.
“Esas frases porno, no hace falta que las digas para mí”, le dice a Sara su primer novio, justo después de mantener una relación. Aquí Brooker deja hueco para la otra parte del mensaje. No solo critica la reacción sobreprotectora de su madre, también cómo los niños tienen acceso desde una edad muy temprana a contenido que posteriormente instaura valores inadecuados. Aunque quizá, esta no es una vertiente tan explorada como la otra y solo nos haga quedarnos con el mensaje central, el de una persona controladora.
La trama se empieza a torcer, pero aún no es suficiente. Al menos, no para Black Mirror. La situación estalla cuando Sara acude al médico y descubre que había tomado la píldora del día después sin que ella lo supiera. Solo quedaba una opción posible: su madre continuaba vigilándola a través de Arkangel y le había colado el medicamento.
Marie sufre la llamada profecía autocumplida, ya que justo provocó el resultado que más temía: el abandono de su hija. El conflicto se resuelve de forma brutal y sin contemplaciones. Sara pilla a su madre con la tablet y, acto seguido, se la quita de las manos para golpearle con ella repetidas veces en la cabeza hasta dejarla inconsciente. La última escena muestra cómo la pequeña, ya no tan pequeña, escapa de casa con la maleta a cuestas mientras su madre con la cara ensangrentada intenta desbloquear el dispositivo roto.
No es la primera vez que Black Mirror tiene un final de estas características. Ya ocurrió en el mencionado Toda tu historia, donde el personaje principal terminaba arrancándose el chip implantado por la fuerza. El problema es que Marie pasa de ser una niña ejemplar a golpear la cara de su madre sin tener razones de peso que justifiquen el giro. Sí, la espía y controla, pero habría resultado más creíble si no se tratara del primer enfrentamiento que tienen por culpa de Arkangel.
Aun así, aunque con un final predecible, se trata de uno de los mejores episodios de la temporada. Ni la protección maternal escapa de los tentáculos tenebrosos de Black Mirror, y lo que parece una medida de seguridad al final acaba siendo causa de los males. Los ángeles de la guarda no sirven con Charlie Brooker.