El éxito de BoJack Horseman siempre fue improbable. Imaginemos por un momento al creativo que tuvo que explicar de qué iba la serie ante una mesa de ejecutivos. La persona que describió que iba a ser una ficción desarrollada en un mundo donde animales y humanos convivían en armonía y con cuerpos antropomórficos. Que seguiríamos los pasos de un caballo que había protagonizado una sitcom muy popular en los noventa, y que ahora intentaba retomar las riendas de su vida contratando a una joven para que le escribiese una biografía. Un actor en horas bajas que compartía su vida con un joven sin oficio ni beneficio que vivía en su sofá, una gata que era su exnovia y su agente, y otro actor -un labrador amable y exitoso- que también era su mejor amigo-enemigo. En Los Ángeles. En la actualidad.
Ahora pensemos en el contexto en el que iba a estrenarse. En el catálogo de la plataforma que pretendía habitar BoJack Horseman, triunfaba la droga de Narcos, las tortazos de inspiración religiosa de Daredevil, las cloacas del poder de House of Cards, los escabrosos procesos judiciales de Making a Murder o la prisión de mujeres de Orange is de New Black. Pero esta serie iba a versar sobre los dilemas morales de un caballo con tendencias depresivas, que lidiaba con su narcisismo, sus miedos, sus adicciones y la terrible visión de sí mismo que había cultivado.
Sin embargo, el escritor Raphael Bob-Waksberg y la ilustradora Lisa Hanawalt lo consiguieron y aquella mesa de ejecutivos se convencieron de que esa debía ser la primera serie de animación para adultos de Netflix. Cuatro años después ya va por su quinta temporada y, en contra de lo cabría esperar, parece que su delicado equilibrio entre la exploración de las heridas de una generación perdida en sus esperanzas y los chistes de gatetes, sigue funcionando a pleno pulmón.
Deconstrucción de la cultura pop actual
BoJack Horseman siempre ha sido una serie profundamente autoconsciente. Ambientándose en Hollywood era de esperar que una de sus principales armas discursivas fuese la capacidad para ejercer de sátira moderna de la industria del espectáculo. Y así fue durante las primeras temporadas, en las que eran habituales las apariciones de Naomi Watts, Paul McCartney o Daniel Radcliffe, así como los cameos de Andrew Garfield o Beyoncé.
Sin embargo, con el tiempo sus creadores han ido madurando cautelosamente su visión, focalizando la reflexión sobre sobre sus personajes y limando cada vez más el guiño pop. Hasta tal punto que en esta quinta temporada no sólo desaparecen los cameos y las bromas auxiliares, sino que da rienda suelta a una exhortación sobre el alcance de la cultura pop mucho más política de lo esperado.
La mezquindad de la industria, las contradicciones del feminismo, el circo mediático del escándalo, o el ataque frontal al depredador sexual asentado en los altos cargos de los estudios hollywoodienses son algunos de los temas que, hoy, se abordan con seguridad y fundamento en BoJack Horseman.
“La cultura popular normaliza las cosas de forma inherente y ese poder funciona en ambas direcciones”, dice el personaje de Diane Nguyen en un episodio de la serie. “Puede normalizar las cosas para bien, como Ellen DeGeneres que hace que la mitad de Estados Unidos no odie a los gays. Pero también las normaliza para mal, como lo que hizo Jack Bauer con la tortura, o Jimmy Fallon con el playback. Al darle voz a un acosador, estás participando de normalizar las cosas para mal”.
Replanteamiento de nuestro rol como espectadores
Lejos de quedarse en la crítica de cara a la galería, BoJack también se atreve ahora a mirar a los ojos del espectador e interpelarle. Pero no lo hace mediante dispositivos obvios, como la ruptura de la cuarta pared tan aplaudida en productos mainstream como Deadpool. Lo hace mediante un guión cada vez más inteligente que ya no tiene miedo en meterse consigo misma o con sus fans.
Hoy en día, en un panorama en el que el 70% de los españoles se reconocen ‘adictos’ a las series, ser ‘seriéfilo’ se ha convertido en un trámite más de socialización colectiva, de significación política e intelectual. Y no falta nunca la avanzadilla intelectual que es necesario repartir carnets de culto, que es mejor ser fan de Bojack Horseman que serlo de Rick y Morty, que The Handmaid's Tale te hace mejor persona, o que es obvio pagar antes por HBO que por Netflix.
En esta quinta temporada, BoJack protagoniza una serie policíaca llamada Philbert. Interpreta a un detective sospechoso de haber asesinado a su mujer, misántropo y atormentado. Y durante la lujosa premiere del show, asegurará que ese personaje le ha ayudado a sentirse mejor consigo mismo. “Ese no es el objetivo de Philbert: que los tíos lo vean y se sientan bien”, le dirá su amiga Diane. “No quiero que ni tú ni nadie justifique su comportamiento de mierda por esta serie”, le espeta la joven dirigiéndose a nuestro querido caballo antropomorfo, pero también a nosotros como espectadores.
“Lo que sé sobre ser bueno lo aprendí en la tele”, dirá también el protagonista en un episodio ambientado en un funeral que a buen seguro se convertirá en uno de los más comentados de la ficción. “En las series, hay personajes que se preocupan por los demás con gestos sorprendentes. Y creo que parte de mí sigue creyendo que el amor es eso. Pero en la vida real, un gran gesto no es suficiente. No puedes cagarla en todo y luego lanzarte al mar a por tu mejor amigo, o resolver un misterio en Kansas. Hay que hacerlo todos los días, y eso es dificilísimo”, reflexionará BoJack. Al tiempo que habla de su trauma, establece un diálogo de tú a tú con espectador, como si un monólogo de stand-up comedy se tratase, sobre las expectativas vitales que la cultura pop nos ha hecho desear, o incluso creer merecer. “Cuando eres un niño te convences de que un gran gesto puede ser suficiente. Yo esperaba eso. Y sigo esperando”.
Luz al final del túnel generacional
Y todo ello se construye en torno a personajes con un desarrollo jamás concretado: ninguno de sus personajes tiene un objetivo claro, ni una evolución obvia del punto A al punto B. Tienen ambiciones, esperanzas y miedos. Cometen errores, desandan sus pasos, se debaten internamente… y vuelven a probar. De ahí que su creador, Raphael Bob-Waksberg, se haya cansado de que se etiquete a la serie como un drama profundamente deprimente.
“Me gustaría aprovechar esta oportunidad para aclarar un par de cosas”, decía en la introducción del libro BoJack Horseman: The Art Before de Horse que acaba de ver la luz. “La primera es eso de que tuve una infancia difícil porque crecí en una casa amarga y rota como lo hizo BoJack. De hecho, vengo de una familia grande y cariñosa que me enseñó a ser divertido y a ser compasivo. Tengo mucha suerte y no estaría donde estoy ahora sin su apoyo. Lo segunda es que soy una persona tremendamente deprimente porque BoJack Horseman es un show desesperanzador. Dejaré que otros decidan si soy deprimente, pero personalmente no creo BoJack Horseman lo sea”.
Cuenta en el libro que la mejor forma que tiene de explicar su visión de la serie es aludiendo a Madre coraje y sus hijos de Bertolt Brecht. La vio un día de otoño en Central Park, con Meryl Streep como la susodicha, y jamás se le olvidó. “Al final la protagonista lo pierde todo, en parte por la guerra y en parte por su forma de ser. Pero después de dejarse llevar por su dolor, la última imagen de la obra nos presenta a Meryl Streep recogiendo su carrito y siguiendo su camino”, reflexiona Bob-Waksberg. “Eso es en lo que pienso cuando escucho a la gente decir que BoJack es deprimente. Tal vez estoy malinterpretando mi propia obra de la misma forma que no entendí a Brecht, pero cuando miro a BoJack veo esperanza. Veo un mundo lleno de personajes que sufren tremendamente pero que, de alguna manera, siempre encuentran una forma de recoger su carrito y seguir adelante”.