Ana Milán fue uno de los fenómenos del confinamiento. Sus directos de Instagram, hablando con sus fans distendidamente sobre su vida, de cómo estaba llevando la pandemia y en definitiva, haciendo mutua compañía, se hicieron virales y terminaron por ser esperados por sus seguidores cuales citas. Su tirón fue tal que Atresmedia decidió aprovecharlo y expandir su universo personal en una serie para Atresplayer Premium, ByAnaMilán, cuyo primer episodio de 25 minutos llega este domingo a la plataforma.
Con estas piezas sobre el tablero, todo parecería augurar una victoria segura. Pero quizás para entonces hubiera hecho falta ampliar las miras un poco más allá. ¿Acaso aquellas retransmisiones fueron repetibles entre sí? ¿Cómo se recrea una espontaneidad que surgió en una etapa en la que a todos nos igualó no salir de casa y adaptarnos como podíamos al cuadro de situación que nos estaba tocando vivir?
La actriz logró acaparar atención porque, independientemente de su popularidad, no tuvo reparo en aparecer con su característico moño a comentar lo que tocara, a ponerle humor a aquellos días de puertas cerradas y calles vacías. Y fue así porque surgió. Con su naturalidad generando un magnetismo hasta mágico. También porque su objetivo no era tampoco edulcorar el contexto, sino simplemente decirlo en voz alta.
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La naturalidad será innata o no se creerá
La diferencia entre aquello y ByAnaMilán es que el espectador que instintivamente espere rencontrarse con aquella versión de la intérprete, podrá caer en la tentación de estar más preocupado por saber cuánto de verdad hay en la historia que ahora cuenta, y cuánto de la ficción que se ha escrito para armar los episodios de la serie. Así, aunque como trama pueda funcionar y genere curiosidad saber cómo van a irse resolviendo sus problemas, fundamentarse sobre una base de anécdotas hace peligrar su esencia.
En el primer episodio, se plantea cómo la vida de Ana cambia cuando la mañana después de haber elegido su vestido de novia y enterarse de que va a protagonizar la próxima película de su prometido (interpretado por Israel Elejalde), este desaparece. Así, sumida en la desgracia, trata de sobrellevar la situación con menos suerte que atino. Aunque la comicidad convence, hay dos puntos que desconciertan. Para empezar, que si tu pareja no da señales de vida lo suyo es llamar directamente por teléfono y no esperar a que respondan a 50 audios que nunca se van a escuchar. Y para continuar, que el universo de la serie se haya acogido al mundo anterior al coronavirus. Que un policía le pida un autógrafo a la actriz porque es fan de sus directos indica que la acción tiene lugar después del confinamiento, y sin embargo allí nadie lleva mascarillas ni gel hidroalcohólico encima.
Como anticipaba, estos puntos débiles forman más parte del núcleo que de la forma del producto, que partiendo de su piloto deja con ganas de saber algo más, consiguiendo hacer empatizar con la protagonista que accidentalmente se prende fuego en su propia casa. Una escena que desata su desesperación y es divertida por el roce de lo absurdo, pero que acaba pesando menos que lo demás.
Mejor no esperar una continuación de los directos de la actriz
Quizás si la serie no se hubiera anunciado como una traslación de las anécdotas de Milán, tendería más puentes con el espectador virgen. Pero claro, lógicamente no habría contado con el reclamo que sí va a tener este fin de semana de cara a todos aquellos que se entretuvieron con sus charlas. Para ellos, lo mejor es que se lancen al visionado avisados de que no deben esperar una prolongación de sus directos, sino otra cosa. Ni mejor ni peor, pero sí diferente.
“Cuando una puerta se cierra, se abre otra ventana y yo estoy deseando tirarme por ella”, dice Milán en un momento determinado, tirando de esa franqueza que, por poco habitual, tanto enamora. Al igual que su reacción cuando descubre que no puede hacer nada más que “esperar” a que su novio de señales de vida: “¿Y qué hago mientras, me pongo a tejer un tapiz y los deshago por las noches?”. Eso sí, la aparición de Lope de Vega encarnado en la Iglesia como señal de “ida de pinza” promete por su potencial para generar mayor comedia en lo que la ficción tiene todavía por ofrecer.
Mientras tanto, la primera entrega deja con un sabor algo descafeinado por no haber, de momento, conseguido que la frescura y naturalidad de aquellas conversaciones en redes se hayan trasladado a la pequeña pantalla. Esa era realmente la novedad que la serie podía aportar, sabiendo que la historia de fondo iba a ser lo de menos, y que lo más valioso sería reencontrarse con ese tono mordaz, ingenioso y eficiente que caracterizó a la Milán que se abrió sin tapujos durante el confinamiento.