Este verano, TNT estrenó Claws. Cinco episodios después, la cadena anunciaba la renovación de la serie por una segunda temporada. A España llegó el 15 de octubre de la mano de HBO. Y, ahora, tras visionar la primera entrega, aquí están las conclusiones.
La serie, ideada por Eliot Laurence (Welcome to me presentando a un grupo de manicuristas que demuestran que vestir las uñas de sus clientas -con evidente maestría cabe admitir- no es lo único que saben hacer. Y es que la caja fuerte del salón de belleza de Desna Simms (Niecy Nash) no solo acoraza ingresos legítimos, sino también otro tipo de ganancias producto de prácticas poco o nada ortodoxas como, por ejemplo, el tráfico de estupefacientes en una clínica regentada por Uncle Daddy (Dean Norris), un peligroso mafioso.
Pero mejor empezar por el principio: podríamos definir a Desna como la “mamá gallina” de un variopinto elenco de mujeres que resultan la antítesis de sus homólogas de Sexo en Nueva York: la clase no la llevan ni en la vestimenta ni en el modo de comunicarse. Sí en los andares aunque nada en sus antecedentes que, en el caso de la gran mayoría, son penales.
Pero hay algo que estas dominan y que escapa totalmente de los conocimientos de la icónica Carrie Bradshaw: el arte, en ocasiones violento, tosco y peligroso, de enfrentarse con éxito a las múltiples adversidades que les granjea la ciudad de Palmetto y, más concretamente, sus malas compañías.
Son las divas de la calle.
Mientras la aparentemente inocente Polly (Carrie Prestonâ) se pasea por ahí con una tobillera telemática por robo de identidad; Jennifer (Jenn Lyon), la mejor amiga de Desna, es una exalcohólica casada con el hijo del mismísimo Uncle Daddy; y Quiet Ann (Judy Reyes) se define como la 'segurata' parca en palabras que no se separa de su pesado bate de béisbol, el cual incluso podría llegar a rivalizar con el de Negan en The Walking Dead -vale, quizá no tanto-. Finalmente está Virginia (Karrueche Tran), la novata que se cree que trabajar en un salón de manicura no se encuentra a su nivel, por lo que optará por prácticas algo más sucias para ascender...
...que tendrán graves consecuencias.
Una eterna espiral
La historia de Desna no es fácil. Su mayor obsesión es ofrecer a su hermano autista, Dean (Harold Perrineau), un futuro mejor. Pero para ello necesita acrecentar sus beneficios, razón por la cual decidió aceptar la propuesta de Uncle Daddy de emplear su salón para blanqueo de capital, así como de prestar su ayuda para gestionar los turbios negocios que esconde en su clínica.
El personaje de Nash rinde cuentas a una nociva liga de altos vuelos con una implicación que va más allá de lo profesional: su romance con Roller (Jack Kesy), hijo adoptivo de Uncle Daddy e intrépido matón a domicilio sin escrúpulos, le traerá más quebraderos de cabeza de los que se imagina.
Bajo ambas perspectivas, Claws proyecta una trama que va más allá de lo superficial y ahonda en un relato de corte asfixiante y con toques de soup opera que parece sumido en una espiral sin final.
Estéticamente inmejorable
Teniendo en cuenta que buena parte de las escenas se desarrollan en un salón de belleza, la ficción casi tenía la imperiosa necesidad de destacar por su factura visual. Y efectivamente, lo ha hecho.
Con gusto por los detalles, Claws deriva en una explosión de colorClaws. Las ofertas de Desna y sus chicas abarcan tonalidades en forma de esmalte que seguro no sabía que existían. En cada episodio y según qué situación, las protagonistas lucen las uñas más extravagantes de la generación, con combinaciones imposibles e incluso ornamentos decorativos añadidos como pequeñas pistolas y cadenas que acentúan la implacable personalidad de todas ellas.
Pero no es solo en las uñas donde reside el efecto, a simple vista artificial, de su estilo; la ropa, ceñida hasta en lugares inapropiados, rompe moldes y contribuye aún más a fortalecer el carácter de las féminas. Y luego está la ciudad de Palmetto, retratada con luces de neón, espectáculos con strippers -incluso en funerales- y llamativos flamencos rosas que atrapan el interés del espectador.
Vendían una comedia, pero...
Si busca grandes carcajadas, esta no es su serie. Si las busca pequeñas, tampoco. Pronto se verá blasfemando a la pantalla tanto para celebrar como para lamentar los éxitos y fracasos de un reparto en estado de gracia. Quizá alguna media sonrisa cómplice u otra torcida que exclame un intrínseco “¡chúpate esa!”, pero lo que definitivamente no hará visionando Claws será reír.
Ya que, aunque TNT calificó la serie como una “comedia dramática”, en términos generales, las situaciones vividas en esta no tienen cabida ni para el más negro de los humores. Hay tensión, empatía, sobrecarga emocional, un elevado índice de violencia y muchos sueños rotos los cuales, con ritmo trepidante, conducen hasta un inevitable cliffhanger fatal que, sin llegar a ser una obra maestra, multiplica las ansias del espectador por cada nuevo episodio, generando en este una especie de catarsis directa al alma.
Provocadora, glitter, refrescante, sexy, poderosa, atrevida, colorida, extravagante, intensa y sexual, eso es Claws. Un drama criminal sin pelos en la lengua centrado en la clase obrera marginal del sur de una Florida regida por las leyes de la hampa.
En esta, todo es blanco o negro; no hay matices ni espacios para la sutileza. Lo mismo ocurre con la impresión que el espectador adopta de ella tras verla: o la ama o la odia. Una servidora optó por lo primero.