El pasado 3 de febrero TV3 estrenó su primer true crime: Crims (“Crímenes”). Una producción de Goroka y True Crime Factory que relata crímenes reales ocurridos en el territorio catalán.
En realidad, es la versión televisiva del programa homónimo de Catalunya Ràdio, dirigido y presentado por Carles Porta, donde ya tuvo mucha repercusión y al estrenarse en la pequeña pantalla… arrasó.
Se convirtió en el mejor estreno de un programa nuevo desde septiembre de 2018 y a lo largo de sus 10 capítulos ha mantenido las buenas cifras. Pero en televisión sabemos que los números no lo son todo, y Crims ha logrado algo que en la época de los True Crime todos ellos buscan: levantar al espectador del sofá para luchar por su causa.
Lo consiguió Making a Murderer (Netflix) con miles de firmas de indignados por el caso que pedían al gobernador de Wisconsin y a Barack Obama la libertad de Steven Avery. Lo bordó The Jinx (HBO) al lograr que la serie llevara a la cárcel a su protagonista. Y lo deja en evidencia Don’t fuck with cats y El Farmacéutico (las dos en Netflix) demostrando que la gente ya es capaz de resolver casos por sí misma y después convertirlos en documental.
Pues bien, ha sido la última entrega de esta primera temporada (con doble capítulo titulado: “La bibliotecària Helena Jubany”) la que ha movilizado a las redes siendo el punto de partida de una investigación paralela que algunos han llamado “Don’t fuck with Helena Jubany”.
El movimiento “Don’t fuck with Helena Jubany”
Los dos últimos capítulos de Crims son diferentes al resto porque el caso que cuentan es el único que ha quedado sin resolver.
Todo empieza cuando aparece muerta Helena Jubany, una joven bibliotecaria que en un principio parece que se ha suicidado pero la autopsia revela que no. A partir de ese momento, la policía nacional, periodistas, familiares y amigos narran la investigación que se llevó a cabo y que dejó flecos sueltos por todos lados.
Sobre todo en lo que concierne a Santi Laiglesia Plà, al que el propio policía encargado de la investigación señala como autor del homicidio pero al que nunca pudieron investigar porque el juez instructor lo impidió.
Él sigue en libertad y el capítulo final subraya que, en 5 años, el caso habrá prescrito y los culpables se habrán librado de la pena. Eso acrecentó el sentimiento de impotencia de los espectadores y el hashtag #CrimsJubanyTV3 se inundó de propuestas para investigar a ese tal “Santi Laiglesia Pla”.
Con ello muchos propusieron hacer un grupo, como hicieron en Don’t fuck with cats, para resolver entre todos lo que no habían dejado acabar a la Policía Nacional. A partir de ahí varios desvelaron que el supuesto culpable era hijo de un diplomático y por ello el juez había preferido no ensuciarse las manos. Otros descubrieron que en la actualidad está trabajando para la Generalitat.
… y la investigación de los espectadores continúa. Una movilización que, como decíamos anteriormente, ningún true crime español había logrado hasta ahora.
Una primera temporada tan brillante como espeluznante
Como ocurriera con el podcast Serial en 2014, el Crims de Catalunya Ràdio ya destacó entre sus oyentes que quedaban fascinados con lo que había ocurrido a su alrededor hace pocos años.
Y es que en la época dorada del True Crime lo que atrae de este formato es que cuenta casos reales con los ingredientes de la ficción. Mientras que la realidad es neutra y no tiene introducción, nudos, desenlaces, giros de guion, o cliffhangers… estas producciones los adornan con todo ello y acaban conquistando incluso más que una serie.
Más aún cuando se trata de crímenes que han ocurrido en tu ciudad, en tu comunidad autónoma, y estás reconociendo las calles, las gentes, los informativos de aquella época y eso es lo que ha logrado Crims de TV3.
En sus dos primeros capítulos presentan a “Brito y Picatoste” dos fugados de la cárcel que dejan en el camino varios cadáveres y se esconden en una de las montañas más conocidas de Barcelona. En el tercero se centran en un trabajador de una residencia de ancianos que resulta ser un asesino en serie de éstos: “El zelador d’Olot”.
Algo así ocurre con el cuarto y quinto capítulo en el que un tal “Josep Talleda”, empresario de un pueblo y conocido por todos, acaba siendo condenado por el asesinato de varias mujeres que habían trabajado para él.
Otro de los más llamativos es el titulado “Mataiaies” que sigue la investigación de una homicida que acaba con la vida de personas mayores de Barcelona a las que roba sin violencia. Una de las pocas mujeres asesinas en serie de nuestro país.
Mientras que la cuarta y octava entrega tienen como punto en común los asesinatos de mujeres en parkings.
Todos ellos episodios con una factura impecable, con planos aéreos exquisitos y una narrativa que te atrapa y no te suelta hasta que la voz de Carles Porta te devuelve a la realidad. Totalmente recomendable, en TV3 a la carta y con subtítulos en castellano, inglés y árabe.