Crítica

'Caminantes': De la crueldad como pasatiempo y otros terrores idóneos para el presente

De la inhumanidad intrínseca en un filtro de imagen digital dejó buena constancia el cortometraje Funny Webcam Effects (Néstor F., 2012), una diminuta pieza que destacó dentro de la cosecha del Notodofilmfest 2012 en la que un joven (David Pareja) recibía la desgraciada noticia del fallecimiento de un ser querido, olvidándose a causa del impacto de que había dejado activado un efecto de abultamiento a la cámara de su ordenador. Un efecto que había estado probando por pura procrastinación delante de la pantalla, como un entretenimiento efímero. Un instante después, le observamos romperse en llanto deformado, patético, mientras su amigo (Javier Botet), el que le ha informado del suceso, se percata de las divertidas posibilidades de la tecnología: este lo abraza, no ya para consolarlo, sino para colocarse en el centro del plano y ver cómo se aplica el abombamiento en su propia cara. La angustia que traía consigo ha desaparecido bajo una colección de muecas imposibles.

Nada más cruel que pasar la muerte por un filtro de snapchat. Nada más terrorífico que convertirla en un contenido efímero, en un pasatiempo vano. Caminantes (José A. Pérez Ledo, 2020) lo prueba cuando tapiza el asesinato de un chaval por un efecto boomerang, haciendo que la flecha penetre y salga de su cuerpo en bucle; lo prueba también cuando se pintan los rostros moribundos de las víctimas diseminadas por la primera ficción original de Orange TV en España con los colores del arco-iris, cuando los verdugos prueban a añadir esos simpáticos efectos a las escenas de depravación de las que son autores materiales. Esas imágenes, con las que sus personajes parecen postularse como contribuyentes al enésimo volumen de Faces of Death (John Alan Schwartz, 1978), demuestra la contundencia de un producto consciente, que no autoconsciente, de que no hay nada más terrorífico que una cara desencajada ante la asunción de su funesto destino.

El entorno inadvertido

Perdiéndose en la espesura geográfica y telúrico que esconde el Camino de Santiago, esta fábula de jóvenes excursionistas en serios apuros construye su viaje en paralelo a otras expediciones patrias recientes por el slasher, como La cueva (Alfredo Montero, 2014) o Verano rojo (Carles Jofre, 2016), que también centraban sus esfuerzos a dejar al aire las entrañas de burgueses bien criados en cuanto se incursionasen en territorio ajeno; la primera de las mencionadas, de hecho, también se inscribe, como esta, bajo los códigos del metraje encontrado. No obstante, donde una se desarrolla en cierta paráfrasis con la escritura de [·REC] (Jaume Balaguero, Paco Plaza, 2007) y la otra no esconde su consanguinidad con La matanza de Texas (The Texas Chainsaw Massacre, Tobe Hooper, 1974), el recorrido de Caminantes transita parajes reconocibles del género según avanzan sus sintéticos ocho episodios, hasta acercarse a coordenadas del mondo a medida que los villanos de la función asumen el poder de la cámara y, con ello, del punto de vista. No es una obra referencial, por más que demuestre tener bien estudiados a sus referentes, pero supedita el guiño cómplice a su modelo narrativo.

La clave radica en las connotaciones que implica el carácter personal, amateur si se prefiere, de la grabación doméstica sobre el que la serie se construye. Los cinco protagonistas abordan la experiencia desde una perspectiva mediatizada que los distancia del entorno. El camino, la selva de Irati, es para estos millennials un fondo intercambiable, una postal temporal. Las eras que se plasman en los horizontes que cruzan les son ajenos, cuando no directamente indiferentes. Lo que importa es la subjetividad, el yo. Su exposición al entorno es tan limitada como los contenidos que crean, graban y que suben a sus redes sociales, que desaparecerá del recuerdo en unas horas. Ellos mismos se convierten en víctimas de su propia concepción al entrar en esos bosques, pues la relación se invierte: es este quinteto el que queda reducido no ya a víctimas punibles por atravesar un territorio que no se esfuerzan en entender, sino en pasatiempo, en recuerdo fugaz para quienes se han acostumbrado a ser, precisamente, una efímera noticia. Las grabaciones de antiguos programas informativos que se intercalan en el relato, en paralelo al presente del relato, y que advierten de los orígenes del mal subyacente en la zona, operan en ese sentido.

La tragedia de narrar

La presencia en el grupo de un aspirante a cineasta, Iván (Carlos Suárez), se aprecia determinante en esta interpretación. Más allá de justificar la disponibilidad de una serie de medios técnicos en favor de obra -el dron, las ópticas adaptadas a los móviles que registran todo lo que ocurre-, su fútil pretensión por ejercer de cronista y tomar el control del plano hacen de él en estas circunstancias el más trágico de los Caminantes, por revelarse como el más prescindible en esta época de la hipermediación y de la ubicuidad de las cámaras. Si antes el profesional era el protagonista último del prototípico found footage, en tanto disponía del equipo y se convertía en perspectiva del espectador, ahora su relevancia queda reducida en el nuevo contexto; de igual forma que Atún, el cámara de [·REC]3: Génesis (Paco Plaza, 2013) resultaba el gran damnificado de la decisión del filme de abandonar la primera persona para adoptar un enfoque convencional de la historia. Que sea este chico el principal objeto de escarnio que toman los matarifes se diría la gran broma macabra de Pérez Ledo y Koldo Serra, agazapados en la sombra, entre la maleza.

Las simpatías de ambos, guionista y director, está con esos monstruos humanos a quienes dan la misma oportunidad para el divertimento vano que esos mochileros urbanitas para quienes no significan nada, para controlar la fotografía y experimentar con ella. Para inhumanizarlos con filtros como ellos antes los deshumanizaron y olvidaron primero. Cuando esto ocurre, y culmina con la penúltima entrega, esto deja de ser un disfrutable artefacto y demuestra su turbia naturaleza, reflejo distorsionado del mundo de hoy.

Al fin y al cabo, con su formulación en episodios cortos, de poco más de 15 minutos, Caminantes se ajusta a la realidad que esos dispositivos móviles nos posibilitan más que como espectadores, usuarios, mientras los vemos aprovechando el tiempo en cualquier circunstancia pasajera, abstraídos con los auriculares, buscando el ángulo ideal para observar la pantalla. Enajenantes distracciones capaces de cambiarnos el rictus facial con su crueldad. ¡Qué efecto tan divertido!

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