Crítica VERTELE

BBC, invadida por la culpa colonial en su sentida adaptación de 'La guerra de los mundos'

El parapeto que se busca la BBC para contemplar el devastador impacto de los rayos calóricos con los que se inaugura La guerra de los mundos (The War of the Worlds, Craig Viveiros, 2019) define la estrategia emprendida en esta y la diferencia de previas recreaciones de la contienda narrada por H.G. Wells. George (Rafe Spall) asume el foco del relato y empuja a un segundo término la plasmación de la ofensiva marciana, mientras el protagonista masculino emprende una búsqueda desesperada para encontrar a su amada, Amy (Eleanor Tomlinson). Un trágico ralentí dilata el tiempo que separa en la escena a la pareja, casi advirtiendo del funesto destino que les espera, en contraposición con la urgencia que transmitía Ray Ferrier (Tom Cruise) al zigzaguear entre la bruma de cadáveres desintegrados durante la invasión que proponía la versión de Steven Spielberg.

Si bien es la transcripción mucho más fiel al texto original la carta de presentación de esta enésima adaptación -nos ubica en la Gran Bretaña de la época eduardiana, un contexto en el que las producciones audiovisuales anteriores no se habían incursionado; la pareja estelar, eso sí, ha sido creada para la ocasión-, es esta suerte de recogimiento dramático lo que concede el interés. Esta nueva Guerra, dispuesta en tres episodios, se aparta de las grandes batallas y reduce su censo de personajes al mínimo, recluyéndose estos tanto de las tropas alienígenas como de los monstruos internos.

Reconocer al otro en uno mismo

La empatía que caracteriza a Ogilvy (Robert Carlyle) en la primera secuencia debe servir como brújula para el viaje posterior. El científico -astrónomo en la novela, es definido con cierto desdén como químico aquí- ejerce como mesurada y comprensiva voz de la razón, y su pronta desaparición apenas el primer meteorito desvela las terribles intenciones que escondía en su interior, deja paso a un periodo de confusión y desconcierto, donde colisionan entre sí las esferas políticas, militar y social del reino. Con la ciencia, y con ello la reflexión, en paradero desconocido, el caos toma las riendas del imperio y amplifica la resonancia de los conflictos que la pareja protagonista ya arrastraba y que simbolizan problemas de mayor calado para el país.

Mientras la devastación acecha en el fuera de campo, el texto adaptado por Peter Harness se impregna de un profundo sentimiento de culpa. Así, las fuerzas políticas y militares resultarán tan ajenas, incluso hostiles, como los propios enemigos del planeta, pues remiten al mismo expansionismo absurdo que motivó el exterminio de los aborígenes tasmanios apenas unas décadas antes del tiempo de la diégesis; pero también al patriotismo mal entendido que, en el tiempo del relato, manifiestan la incertidumbre de los ingleses en el nuevo escenario sociopolítico que delinea el Brexit, prueba de la quiebra de Occidente. Así, no parece gratuito que el vanidoso astrónomo real Stent (Daniel Cerqueira) observe su reflejo en la masa negra del meteorito antes de acabar reducido a cenizas. Si otras lecturas versaban sobre las políticas del miedo al otro, esta insiste en reconocer al otro en uno mismo.

Que el hermano mayor de George ostente un cargo gubernativo (secretario del ministro de guerra, para más señas) plantea esta problemática a escala reducida, lejos del campo de visión de las criaturas extraterrestres. “Llevamos años haciéndole esto a la gente desprotegida [...] ¿Qué habría sentido un hombre que viviendo en la selva hubiera visto llegar a los blancos por primera vez cargados con armas que causan la muerte y le acribillan?”, diagnostica el protagonista, mientras Frederick (Rupert Graves) lo desacredita con actitud paternalista (“Georgie”, insiste en llamarlo).

La elección de un actor como Spall para transmitir este discurso se antoja de lo más apropiada, pues entronca en buena medida su rol de la excelente El ritual (The Ritual, David Bruckner, 2017), otra obra que disertaba a través de terrenos fantásticos sobre el pecado y la responsabilidad. No obstante, la que toma con firmeza el mando es Tomlinson prefigurando con su Amy a una suerte de matrona de la humanidad que está por venir.

Una batalla más efectiva en la retaguardia

Esta lectura feminista, por más que lógica y congruente dentro de una trama que también apunta con su particular láser a las convenciones sociales y maritales, viene subrayada sin necesidad al establecer dos tiempos narrativos, alternando la guerra con su consiguiente posguerra apocalíptica. Además de no pintar ninguna imagen poderosa en estos pasajes futuristas (la paleta de ocres saturados no terminan de casar con los tonalidades gastadas y polvorientas del pasado), el recurso de la doble línea temporal tiende a descalibrar el eje del discurso. Como decíamos, lo que hace interesante a esta Guerra de los mundos no es tanto la visión del cataclismo como las reacciones y reflexiones que estos suscita. El plano corto al plano general.

La estrategia de La guerra de los mundos de BBC resulta más efectiva cuando se coloca en la retaguardia y funciona como pieza de cámara, sumiendo a sus personajes entre las sombras de sus propias dudas. Al fin y al cabo, el aire humanista de la adaptación, que incluso reniega del concepto de victoria militar, desaconseja otro enfoque que no sea el del agazapamiento de sus mismos personajes. No obstante, eso no evita que la producción también cargue con munición pesada: véase la secuencia de la emboscada del tercer episodio, con un inteligente, por imperceptible, uso de la iluminación y el travelling con el que se modula una terrorífica imagen a menudo prohibida: el fin -literal- de la inocencia como ejemplo más sombrío de los horrores que esconde una guerra, sea o no intergaláctica.

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*Tras su premiere en el Festival de Sitges, La guerra de los mundos se encuentra disponible en Movistar+ (España) desde el 11 de octubre.