Hoy queda como un recuerdo muy lejano, pero Pep Guardiola no empezó con buen pie su aventura como entrenador del Barcelona. Su Barça, probablemente el equipo más dominante de la historia del fútbol de clubes, perdió el primer partido de liga contra el Numancia y empató el segundo ante el Racing de Santander. No fue hasta el tercero, cuando goleó al Sporting de Gijón en El Molinón, cuando aquella constelación de estrellas encabezada por Leo Messi, Andrés Iniesta, Xavi Hernández, Samuel Eto'o y Thierry Henry empezó a exhibir su potencial para, solo unos meses después, acabar convirtiéndose en un equipo de leyenda.
Aquel dubitativo arranque liguero vino a demostrar que, por muchas estrellas que un equipo reúna sobre el campo y por muy ambicioso que sea su planteamiento sobre el césped, el éxito casi nunca llega de inmediato. Que todo proyecto necesita su tiempo hasta encontrar una idea de juego que consiga explotar el talento que atesora de partida. Y esto es aplicable al fútbol, al deporte y a cualquier ámbito de la vida. Incluidas las series de televisión.
The Morning Show, la ficción que aquí nos ocupa, no pretende ser para el mundo de las series lo que el Barça de Guardiola fue para el mundo del fútbol, pero sí comparte con aquel proyecto mastodóntico un reparto de ensueño (reunir a Jennifer Aniston, Reese Witherspoon y Steve Carell está al alcance de pocas producciones) y una compañía (Apple) que, al igual que el Barça en su terreno, a veces es víctima de las altas expectativas que genera con cada una de sus decisiones.
De ahí que el arranque de The Morning Show resulte tan decepcionante como lo fue el del Barcelona de Guardiola. Porque cuando uno tiene esos mimbres, y pertenece a la empresa/equipo de fútbol al que pertenece, uno espera ver de primeras un producto excelente. Pero esto no siempre es posible. A veces es necesario un período de autoaprendizaje hasta descubrir cómo jugar con las piezas de las que dispones. Que en el caso de la ficción de Apple son muchas y muy potentes, empezando por su punto de partida.
Un inicio torpe para un producto con mucho potencial
En el universo creado por Jay Carson y desarrollado por Kerry Ehrin -que se puso al frente del proyecto una vez que el primero lo abandonó por diferencias creativas-, The Morning Show es el matinal más exitoso de la televisión estadounidense. Un formato de enorme éxito que empieza a tambalearse cuando su presentador estrella, Mitch Kessler (Carell), es despedido por un presunto caso de abuso sexual contra varias compañeras de trabajo.
La tranquilidad que aportaba el periodista desaparece hasta convertir los pasillos de The Morning Show en un festín de egos, disputas personales y nervios a flor de piel. Un clima que se agrava con la llegada de Bradley Jackson (Witherspoon), una reportera que pone el programa patas arriba y cuya presencia altera la acomodada vida de la copresentadora del formato, Alex Levy (Aniston), que lucha por mantener su estatus en el programa ante los intentos de un directivo de la cadena -magníficamente interpretado por Billy Crudup- por aprovechar el escándalo de Kessler y renovar por completo The Morning Show ante la amenaza de perder su longevo liderazgo.
Cuenta Eric Abidal, lateral izquierdo titular en el Barça de Guardiola, que después de aquel empate ante el Racing de Santander, el técnico de Santpedor solo pidió una cosa a sus jugadores: que creyeran en su plan de juego. En sus tres primeros episodios, The Morning Show parece estar pidiendo algo parecido. Que confiemos en ella y en el potencial que esconde detrás de la maraña de errores que acumula su arranque. Y la verdad es que invita a hacerlo.
A pesar de empezar confusa y sin saber qué hacer con según que tramas y personajes, de tener una dirección que provoca frialdad cuando debería generar tensión y de contar con un guion que funciona a brochazos, The Morning Show sabe jugar sus cartas lo suficientemente bien como para que queramos seguir viéndola. Jennifer Aniston, Reese Witherspoon y Steve Carell, espléndidos en sus respectivos papeles, ayudan notablemente a ello, pero no tanto como los propios temas que la serie pone encima de la mesa.
Una serie que tarda en arrancar en tiempos de inmediatez
A través del personaje de Kessler, The Morning Show no se limita a abordar el movimiento #MeToo solo desde el punto de vista de las víctimas, sino también desde otros dos ángulos igual de interesantes. Por un lado, el del supuesto agresor, que ve cómo su vida se desmorona a velocidad de vértigo sin que pueda hacer nada para remediarlo. Y por el otro, el de sus excompañeros, sospechosos de haber silenciado la supuesta conducta inapropiada del presentador.
A pesar de estar tratada con tacto y humanidad, esta trama concentra algunos de los principales fallos de The Morning Show. Por ejemplo, que no sabe qué hacer con Kessler una vez se destapa el escándalo, lo que da pie a ciertas escenas sonrojantes que no deberían haber pasado del primer borrador del guion. Pero una vez lo han hecho, la ficción de Apple sabe sobreponerse a partir de unas secuencias, unos monólogos y unos diálogos tan notables como claramente influenciados por la obra de Aaron Sorkin, probablemente el guionista que más ha ficcionado el mundo de la televisión gracias a series como Sports Night, Studio 60 y The Newsroom.
Producciones de las que The Morning Show bebe directamente para construir un relato que no termina de romper hasta el capítulo cuatro, pero que una vez lo hace y consigue encajar todas sus piezas, empieza a acercarse a esa gran serie que esperábamos ver desde el principio y que, con el paso de los capítulos, aún aspira a ser. El problema es que el mundo de las series, como el del fútbol, vive instalado en el 'cortoplacismo' y la inmediatez. Grandes enemigos para una ficción que tarda más de lo esperado en explotar su potencial. Sin embargo, a veces la espera merece la pena. Y si no que se lo digan a Guardiola.