'The Terror: Infamy' invoca en vano lo sobrenatural, cuando la historia esconde un horror mayor
Asumiendo con entereza su inesperada condición de antología tras la primera temporada, se atisba en The Terror: Infamy (ídem, Alexander Woo, Max Borenstein, 2019) la pretensión de ligar con su antecesora inmediata en términos narrativos: una comunidad de personajes cerrada y replegada sobre las dudas de su propia identidad, fuera de su elemento; un entorno hostil, pintado en tonos casi desvanecidos que contagian una sensación térmica fría; una progresión narrativa reposada pero en tensión permanente. Incluso los primeros minutos del episodio inaugural parecen escritos en paráfrasis a los de la entrega anterior: si allá, en algún punto del Estrecho de Victoria en 1845, se nos abordaba con la imagen de la primera víctima previa a su sepultura, aquí, en la pequeña comunidad niponamericana de Isla Terminal (San Pedro, California) en 1941, se nos desenvuelve una estampa similar. Tras el velatorio a la señora Furuya, un fuerte viento de procedencia sobrenatural doblega los soportes del féretro, provocando que este se precipite y exhiba el cuerpo inerte, augurando el mal porvenir. El rictus de ambos cuerpos es diferente, pero en ambas expresiones -la desencajada o la fruncida- se aprecia el carácter inescrutable, inexplicable, del horror inmediato a la muerte.
Siguiendo la hoja de ruta literaria de Dan Simmons, The Terror (ídem, David Kajganich, Soo Hugh, 2018) propuso dar un rodeo sobrenatural al acercarse a la tragedia naval que frustró las ansias del imperio británico por dominar el Ártico. Encalladas en el hielo, las tripulaciones del Erebus y Terror veían empequeñecido su poder dentro del inabarcable paraje que pretendían hacer suyo. La serie atracaba en mitad del siglo XIX para contemplar el daño que conceptos aún vigentes como la superioridad nacional -y cultural, la anglosajona y blanca- acarrean aún a sus propios sirvientes. Infamy, por su lado, también pretende hablarnos del hoy desde el ayer, apuntando con su foco a una injusticia a menudo ensombrecida en el recuento de la historia del siglo XX en Estados Unidos: el traslado a campos de concentración de la población con sangre japonesa residente en suelo americano ordenada por el gobierno de Roosevelt (y secundada por su homólogo canadiense) tras el ataque a Pearl Harbor.
Al relato de esta xenofobia paranoica que se propagó de forma vertical, desde la Casa Blanca hacia abajo, también se le reviste de una pátina fantástica, que traslada la imaginería nipona a suelo yanqui mediante un yurei -por simplificar: espectro, a menudo de rasgos femeninos, como es el caso- que también diezma al clan protagonista mientras han de enfrentarse a su nueva situación sociopolítica.
Quizás el elemento sobrenatural, o la manera de integrarlo en el contexto histórico, sea el gran problema de lectura de esta iteración. La bestia que asolaba el campamento de The Terror prefiguraba el símbolo de la naturaleza indomable sobre la que el hombre pretendía reinar, a la par que rellenaba con ferocidad los agujeros del relato histórico. Desde el primer episodio de Infamy, la presencia vengativa que envuelve al atribulado Chester Nakayama (Derek Mio) y a su familia se aparece casi en paralelo al terror telúrico, fehaciente, que se representa. No hay una vinculación o fusión, como sí la había en la primera temporada, entre el acontecimiento histórico y la aparición del monstruo, sino que ambos actúan por separado contra las víctimas. Al no existir posibilidad de simbolismo, la maldición fantasmal opera como agravante innecesario, incluso podría decirse que gratuito, de una tragedia suficientemente turbia de por sí.
Así, la narración renquea al buscar el balance entre dos fuerzas perturbadoras, la que procede de la estricta realidad documentada y la que bebe de la mitología, probándose esta última como una débil invocación.
Más allá del prólogo y la coda del primer episodio, Un gorrión en un nido de golondrinas (A Sparrow in a Swallow's Nest, Josef Kubota Wladyka, 2019) con leves reminiscencias a lo que propuso La huella (Masters of Horror: Imprint, Takashi Miike, 2005), los forzosos influjos demoníacos en Infamy no inquietan como sí conseguía su precedente marítimo a fuerza de integrarnos en sus gélidas rutinas. En cambio, cuando la serie atiende a los hechos probados, cuando llama la atención sobre las simas de la naturaleza humana (de nuevo, la superioridad cultural, la intolerancia racial como ejes temáticos), hace gala de un poder mucho mayor, más sugestivo.
Los mejores pasajes, entonces, los encontraremos en el encierro de los presos sospechosos de espionaje, castigados por el ejército sin otra finalidad que el mismo martirio revanchista, en Todos los demonios siguen en el infierno (All the Demons Are Still in Hell, Josef Kubota Wladyka, 2019). Es aquí donde la escritura afina la fusión entre mito y realidad, donde nos otorga imágenes repletas de enigma y desconcierto (el infiltrado federal que queda aislado en el hielo, con el suelo, quebrándose a su alrededor, abandonado para siempre por los compatriotas a los que ha traicionado) y nos aboca a la desolación sepultada entre líneas en la historia: “Toda cara que veamos podría ser la de un espíritu malvado”, dice el venerable inmigrante Yamato-san (George Takei).
Lástima que Infamy no lo tome en cuenta y se empeñe por concretar esos rasgos del mal. Lo que debiera importar, lo que nos descompone, no es tanto la expresión del terror, sino la expresión que el terror nos dibuja en el rostro.
*'The Terror: Infamy' se estrenó el lunes 18 en AMC España. Su lanzamiento en Estados Unidos tuvo lugar el 12 de agosto.