Las enfermedades mentales, sus tratamientos, ir al psicólogo y los psiquiátricos son realidades que continúan caminando por la vida en una acera paralela a la del resto de la sociedad. A ratos estigmatizada, otros muchos invisible, infrarrepresentada, temida incluso, rechazada y desconocida.
Inmersos en un contexto en el que la pandemia lleva casi un año fusilando nuestra salud mental, sigue siendo un tema que no termina de estar del todo en el centro del debate. No importa que vivamos en la era de la ansiedad, que las consecuencias del confinamiento y sucesivas noticias negativas nos azoten.
Cuesta mirar de frente a los trastornos, llamar a las cosas por su nombre, preguntarnos qué tal estamos. También parece existir un temor a la hora de llevarlo a la pantalla y, cuando se hace, no siempre se está a la altura de las circunstancias.
“Así como la ficción puede ayudar, también puede hacer daño”, comenta al respecto el orientador, psicólogo clínico y crítico de cine Javier Rueda. Un especialista que, pese a que aplaude y reivindica la visibilidad de estas enfermedades, incide en la “responsabilidad” que implica retratarlas.
Por ello, lamenta que un caso como Los espabilados, la serie de Albert Espinosa para Movistar que el pasado viernes estrenó sus dos últimos episodios, haya desaprovechado su valiente oportunidad.
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Los protagonistas de la ficción son cinco adolescentes que deciden escaparse del psiquiátrico en el que están internos. A priori, una propuesta singular teniendo en cuenta que no es una temática habitual en las producciones.
Su periplo es retratado como una aventura y culpa en varias ocasiones al “mundo estropeado” de que ellos padezcan esquizofrenia o fobia social. Las enfermedades son presentadas como etiquetas que rechazar y con las que no sentirse identificado. Sin embargo, Rueda es crítico y señala como “peligrosa” la “tesis antidiagnóstica” presente en la serie.
“Entender, aceptar y asimilar es el primer paso de una cura”, comparte y cita un ejemplo de otra propuesta, Crazy Ex-Girlfriend, sobre la que alaba una escena en la que su protagonista, interpretada por Rachel Bloom, canta aliviada la canción Un diagnóstico, después de conocer que padece un trastorno bipolar.
“Lo explica no como estigma, sino como un contexto de encuadre que te ayuda a entender, un perchero en el que puedes ir colocando los síntomas y las cosas que te pasan”, explica.
En la serie de Espinosa, en contra, con frases como “no soy esquizofrénico, el mundo me ha vuelto loco”, lo que hace para el orientador es “decir que las enfermedades no existen”. “No estás ayudando a reconocer, estás ayudando a huir, que es lo que es la serie, una huida”, puntualiza.
Psiquiatras como seres “estrafalarios y enajenados”
“La ficción es fundamental a la hora de transmitir una imagen real y fiable de lo que es la patología mental y el sufrimiento que de ella se deriva”, explica Alberto Santiago, MIR de Psiquiatría del Hospital Universitario Príncipe de Asturias de Madrid.
De ahí a su relevancia a la hora de perpetuar o mejorar la mala prensa de la medicación. En la serie describen como “vegetales” a aquellos jóvenes medicados. “Lo más común es mostrar a personas en estados de profunda sedación a causa de los psicofármacos prescritos”, lamenta el Dr. Santiago.
Algo que genera un estigma que “no solo afecta al que padece la enfermedad mental, también a los que somos responsables de los tratamientos”. “Es común la representación del psiquiatra como un ser estrafalario o enajenado”, apunta citando como ejemplo a Hannibal Lecter.
Otra visión igual de “poco favorecedora es la de la especie de chamán con bata y pelo cano capaz de ejercer poderes sobrenaturales, o cuando se muestran prácticas psiquiátricas, como la lobotomía en Alguien voló sobre el nido del cuco, que afortunadamente quedaron en el pasado”.
“Todas estas visiones del psiquiatra y de su práctica, por disparatadas que parezcan, están muy arraigadas en el imaginario social”, subraya, “y pueden hacer que las personas muestren reticencias a la hora de ponerse en tratamiento”.
Similar se comporta la representación de los hospitales psiquiátricos, como el de American Horror Story que para este profesional sirve de “prototipo de lo que vemos en televisión”.
El problema de romantizar, dulcificar y sesgar
Ambos especialistas comparten una postura crítica hacia la forma en la que se puede sesgar esta representación, lamentando que en “muchas ocasiones”, como explica el Dr. Santiago, “se ofrezca una imagen del enfermo mental, impredecible, violenta y que debe ser medicada o encerrada en un asilo”.
Situaciones que, según comenta, son “una minoría”. El psiquiatra asegura que “la gran mayoría pueden llevar una vida que les permite desarrollarse en sintonía con el resto de la sociedad. Esto último rara vez lo veremos en series o películas pues lo impactante, terrible y dramático vende más”.
Eso sí, tan grave es pecar de este extremo como optar por dulcificar estos trastornos, algo en lo que para Rueda sí cae Los espabilados: “Romantiza tanto la enfermedad que lo que hace es traicionar a las personas que la padecen, porque no es realista”. Algo que también ocurrió en otros títulos como Hasta los huesos con la anorexia y Por trece razones con el suicidio.
“Podrían haber tenido un coach de síntomas”
Los aspectos de Los espabilados aquí abordados están relacionados con su premisa y guion. No obstante, hablamos con Laia Ricart, acting coach de la ficción, para conocer cómo se trabajó en la producción la representación de las enfermedades de los protagonistas. Ella fue la persona que ayudó a los jóvenes intérpretes a preparar sus papeles.
La actriz cuenta con amplia experiencia en su ámbito, incluyendo en su trayectoria otros títulos como la laureada Verano 1996 y Pulseras rojas, anterior serie de Espinosa. Aprovechando la celebración del Día Internacional del Cáncer Infantil, recordamos que el también escritor lo abordó en ella basándose en su propia experiencia.
“Podrían haber tenido un coach de síntomas si se hubiera querido desde la producción”, reconoce Ricart, “alguien que trabajara exclusivamente eso, pero se optó por trabajarlo todo junto”.
“El coach empieza viendo dónde están y dónde necesitan llegar”, describe, “primero intentamos tener claro cómo eran y después incorporar que tenían unas enfermedades con unos síntomas concretos, que había que explicar en su viaje”.
“Encontrar rasgos, tics, maneras de mirar, comportamientos que se fueran quedando en ellos”, continúa al abordar la labor realizada con el joven elenco, “no cogerlos todos y que salieran uno detrás del otro”. Ricart, que en su carrera como acting coach ha podido comprobar que la representación de estos trastornos es poco habitual, opina que “no se habla mucho de estos temas porque están un poco estigmatizados aún”.
Los ejemplos de buena praxis a seguir
Queda camino por recorrer, pero afortunadamente contamos con buenos ejemplos y espejos de los que obtener un reflejo esperanzador. Sumando que la ficción, como indica Rueda, “puede construir realidad”, al ingente consumo audiovisual actual se abre una puerta a que la pequeña pantalla vaya de la mano de una sociedad que debería tener menos reticencia a hablar de las enfermedades mentales.
Atypical, En terapia, Bojack Horseman, Skam España y Euphoria; y películas como La herida, Las horas del día y Despertares, sí han sabido hacer retratos fidedignos, realistas y respetuosos de sus temáticas. En el caso de la protagonizada por Zendaya, Rueda destaca especialmente los dos capítulos especiales estrenados recientemente en HBO.
“El primero muestra a Rue durante una hora hablando con su acompañante de la adicción. En el segundo es brillante cómo cuenta la terapia de Jules (Hunter Schafer), cómo recorre su identidad trans, su construcción de la feminidad... Referentes que van al psicólogo cuando les pasan cosas”.
Los tabús son excluyentes y el desconocimiento suele conllevar rechazo por miedo a lo “diferente”. Por ello, cuanto más se hable sobre enfermedades mentales, cuanto más llamemos a los problemas por su nombre y consigamos que palabras como depresión, anorexia, esquizofrenia o trastorno límite de la personalidad no generen rechazo automático, menos costará detectarlos y empezar a trabajar por superarlos.
Y de paso, entender que los pacientes siguen siendo personas las 24 horas del día. Tienen inquietudes, sueños, se enamoran, desean, se enfadan, aprenden, crean y hablan. Tomémonos en serio patologías que cualquiera podríamos padecer -o hemos padecido- en algún momento. Para no tenerles miedo, para saber que tienen cura y para hacernos la vida un poco más fácil a todos.