La importancia del tiempo y sus cadencias es una constante en el corpus de Enrique Urbizu y, en nuestra conversación con él, un condicionante. La espiral promocional en la que se encuentra inmerso con motivo del lanzamiento de Libertad solo permite una breve conversación de 10 minutos con el cineasta bilbaíno, que pronto habla, con su vehemencia habitual, del vicio del audiovisual moderno a perseguir el impacto continuado en su relación con el espectador.
La exigencia y demanda para conversar con él obliga a imponer también esa política del corte rápido también en lo que se refiere a las entrevistas, lo que supone un desafío al redactor, teniendo ante sí (en este caso, virtualmente) a un profesional de palabra profusa. Su faceta docente, que ha desarrollado en las aulas de la Universidad Carlos III y en la ECAM, queda expuesta rápidamente en su discurso, tanto en la articulación que hace de las claves de su oficio, como en su resignación al observar el uso que a su juicio se da a sus herramientas.
Lograr un encuadre ideal para este breve encuentro supone también darle aire para que pueda explorar él mismo algunos de los recovecos de esta aventura irresoluble que ha planteado en doble formato con Libertad: por un lado, una miniserie de 200 minutos disponible para consumir en su completitud en el catálogo de Movistar+ desde el viernes 26 de marzo; por otro, un montaje en forma de largometraje de 138 minutos que reordena y reinterpreta el material y sus componentes para adecuarlo a las necesidades de una gran pantalla. “Son dos mundos. En la sala vemos y oímos de una manera, y en casa, de otra”, nos dice Urbizu justo cuando antes de que nuestro turno con él toque a su fin.
Turno bien aprovechado, afortunadamente, para analizar las claves de esta epopeya de bandolerismo, un proyecto soñado desde su juventud que ahora, en 2021, toma cuerpo. Como todas las cosas buenas, requiere de tiempo.
Resalta en 'Libertad' esa ambición de ir a contracorriente, tanto de las formas imperantes en el relato actual como a nivel puramente narrativo, con personajes entregados a la aventura sin un rumbo concreto, sin expectativas. ¿Cómo de liberador ha sido el proceso?
Ha sido como si fuera la primera vez. Ha sido puro cine, el sabor de rodar algo que no has rodado nunca, hacerlo en condiciones físicas difíciles, con un equipo a prueba de bomba, con un reparto espectacular, y así de bien abrigado, emprender un viaje a un género que no había hecho pero había deseado hacer muchísimo, con una protagonista impresionante, muy potente. Cuando tienes una madre de “prota” de una película de bandoleros, ya dices, '¡Bien!'.
Desde muy, muy joven con la primera vocación cinematográfica y los primeros placeres infantiles de la aventura, de las lecturas y de las primeras películas está en el ADN hacer una de bandolero en España. Estoy lo compartía con los guionistas y el productor. Llegó el momento y había que hacerla. Luego, la serie se ha hecho a sí misma, porque es muy particular. El tratamiento es muy original, nos escapamos de Andalucía como entorno paisajístico y nos fuimos al norte, lo que cambia el físico habitual del género... En definitiva, nos lo hemos pasado bomba haciendo cine como si fuera la primera vez que hiciéramos cine.
Inevitablemente se habla del western al hablar de 'Libertad', con ese Isak Férriz que tiene algo del Warren Oates a las órdenes de Peckinpah. Pero más allá de la porosidad genérica siempre presente en su obra, destaca la importancia del plano general en el relato. ¿Se ha perdido de forma irreparable la noción de la composición, de la lectura del encuadre?
Yo lo veo a diario. En las clases en la escuela de cine es un tema recurrente de conversación y de debate. El lenguaje audiovisual está intencionadamente muy maltratado, buscando más noquear mediante el impacto permanente al espectador que tratarle como a un lector de textos audiovisuales complejos, maduro e inteligente. La monoforma que te lo da todo explicado, donde todo es obvio y no hay margen de duda, donde no puedes dejar ni un minuto del relato sin impactar, con la duración de los planos, la iluminación, la presencia constante de músicas, el montaje trepidante, el corte que no tiene ningún sentido, da igual donde cortes... Todo eso para mí es veneno a evitar.
Intento sobrevivir en este oficio haciendo lo que sé hacer. Hay que tratar al espectador con respeto y darle imágenes construidas, donde haya tiempo para que estemos mirando, escuchando, y donde puedo elegir dónde mirar dentro del encuadre. Yo me he educado así. El cine y la televisión que me gustan me tratan a mí así, y mientras tengas historias que te permitan estas cadencias y este ritmo, es nuestra obligación proponérselo a los espectadores, hoy más que nunca.
La serie comienza y acaba con una narración de linterna mágica por parte de “El Inglés”, y está repleta de personajes que quieren escribir su propia historia. Justo es la protagonista, Lucía, quien rehúsa ser objeto de relatos. ¿Hay un comentario sobre la importancia de crear narrativas, sobre esa idea fordiana del “print the legend”?
Sí, eso es muy curioso. La que no quiere ser contada es la narrada, y todos los que quieren que cuenten su historia quedan más al margen. Es esa preocupación por perdurar, por dejar huella. El Lagartijo está empeñado en perdurar y que quede huella de su existencia; El Gobernador quiere que se plasme lo que está haciendo él por el país; y El Aceituno tiene un momento espectacular justo después de rajar un cuello tranquilamente, cuando dice: 'Yo te contaré quienes somos para que nos recuerden, nos respeten y nos comprenden'. Y tú piensas, 'Pues no sé cómo te voy a comprender, pero te acabo de ver asesinar a sangre fría a un hombre desarmado y sin pestañear'. Está esa paradoja.
De hecho al inglés le perdonan la vida para que les siga contando su historia. Hay un momento en que El Lagartijo lo ve ahí y se lo dice, 'Te dejo porque sé que eres escritor'. Hay un relato dentro del relato y lo bonito es observar también la diferencia entre la leyenda que construye el escritor y los hechos que contamos nosotros, que no siempre coinciden.
'Libertad' presenta una naturaleza dual en su forma de presentarse: por un lado, está la formulación como miniserie de 5 episodios, y por otro lado, su presentación cinematográfica. ¿Qué diferencias clave hallaste a la hora de marcar el tempo adecuado para desarrollar cada formato, y desarrollarse ambas de forma autónoma?
Es muy buena pregunta. Cuando vimos la serie en pantalla grande a todos, incluida la cadena, les parecía que era una pena no intentar presentar un montaje para pantalla grande, no dar la oportunidad a la gente de disfrutarla en condiciones cinematográficas. A partir de tener la constatación montadora [Ascen Marchena] y yo de que había un largo sólido, empezaron una serie de procesos técnicos muy cuidadosos y delicados, que incluyen la mezcla de sonido, una nueva elaboración de la banda sonora, cambios en la escaleta, con desapariciones de personajes...
Las condiciones de visionado son muy distintas: la serie es más impactante, la mezcla de sonido es más compacta, lleva más música, tiene la estructura de capítulos propia de una serie, con sus clímax al final de cada capítulo, de tal manera que la escena de capítulo clímax en la serie en el largo no lo es, porque está en el minuto 20. Tiene que obedecer a otra modulación narrativa. El acabado final de la escena en la serie va en lo alto, y en el largo sigue. Eso ha sido apasionante de ir realizando... Son dos mundos. En la sala vemos y oímos de una manera, y en casa, de otra.
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