Euforia: Sensación exagerada de bienestar que se manifiesta como una alegría intensa, no adecuada a la realidad, acompañada de un gran optimismo. Así define la RAE la palabra que da título a la serie que HBO estrena este lunes. Y no podría ser más acertado, aunque faltaría añadirle efímera. Los personajes de la ficción dirigida por Sam Levinson deambulan por sus vidas con más angustia, obsesión y abatimiento que alegría, aunque gracias a la droga, la violencia o el sexo, “disfrutan” de vez en cuando de algún periodo de paz mental.
La euforia es la que les lleva a desorbitar sus comportamientos, ya sea en una fiesta, acostándose con alguien o discutiendo con quien se ponga delante. Incluso pegando. La tensión está sofocantemente presente. La plataforma apuesta por esta serie, a priori adolescente, pero que poco tiene que ver con otros títulos recientes dirigidos a este target como 'Sex Education', 'Élite' o 'Por trece razones'. 'Euphoria' va unos cuantos pasos más allá a la hora de ser explícita y descorazonadora, dando a la obsesión por el sexo, el porno, el abuso o la distorsión de la imagen en redes sociales absoluto protagonismo. Con permiso de Zendaya.
La actriz sobresale al tiempo que encarna a una chica adicta a las drogas que regresa a casa tras pasar el verano en un centro de rehabilitación. Sin embargo, no tiene pensado dejar de consumir estupefacientes, al ser los que le permiten desconectarse de la realidad, sentirse libre y capaz. “El mundo se acaba y ni si quiera me he graduado”, pronuncia en el primero de los ocho episodios que componen la producción. Una muestra de cómo su personaje no vive, sino sobrevive, pero sin rumbo.
Obsesión por el sexo, explícito
El sexo goza de una relevancia y adopta un papel protagónico en este tipo de series. Si bien Sex Education se ganó el aplauso de expertos en el tema por su retrato constructivo y hasta didáctico, en Euphoria el tratamiento es más bien el contrario. Su director Levinson (Nación Salvaje) se ha asegurado dar que hablar con la ficción, con su nivel de provocación y de escenas explícitas.
Aquellas en las que se mantienen relaciones sexuales, ya sean entre alumnos de instituto o adultos con menores de edad, el placer brilla más bien por su ausencia. Y a más de uno le molestará ser testigo de ello aunque, como la serie bien se preocupa de dejar claro en una conversación entre dos jóvenes en plena faena, imitan lo que han visto en el porno. E inserta planos de este tipo de grabaciones para demostrarlo. La confusión generada hace que un chico piense que a su pareja le va a encantar que simule que la asfixia en pleno coito.
La línea que separa el abuso del consentimiento es en Euphoria muy fina, condicionada por la obsesión por el sexo, que nubla ver más allá de un chico/hombre penetrando a la chica/mujer que, con el rostro hundido en la almohada, espera a que pase. Las explícitas escenas llevaron incluso al abandono del rodaje de un actor tras la grabación del piloto. Brian “Astro” Bradley tuvo que ser sustituido. Seguramente pueda llevar a que varios desistan en su visionado, pero si deciden seguir adelante, habrá espacio para entender y hasta disfrutar del espectáculo visual con el que consigue introducirse y reflejar lo que pasa por la cabeza de estos adolescentes.
Euforia visual con intensidad de color y éxtasis
Levinson sumerge en este universo, basado en sus propias experiencias con la adicción en el pasado, en el que se combina la cámara lenta, los cortes frenéticos, flashbacks, cambios de color e intensidad, sonidos e imágenes hipnóticos que envuelven el aura de desubicación de los protagonistas. El trabajo técnico detrás de las cámaras y en la sala de edición aleja a 'Euphoria' del convencionalismo, y lo eleva como producto depurado que insiste en retratar a sus jóvenes personajes en gran medida descendiendo a los infiernos.
Es igualmente incisiva al abordar la relación que establecen los adolescentes con la imagen y las redes sociales. En tiempos en los que es difícil ver manos sin estar pegadas a teléfonos móviles, las de la ficción de HBO aprovechan cualquier momento para sacar sus aparatos y grabar todo evento que presencien, para compartirlo. De repente no parecen concebir el sexo sin grabarlo, aumentando la concepción de los polvos como trofeos que, por otra parte, no siempre tienen en cuenta a ambas partes.
La construcción de la identidad y las dudas, incertidumbre e inseguridad que ello genera, hace que el poder de las fotografías y vídeos, los comentarios y viralidad que adquieran, puedan ser fundamentales en su propia percepción. Sus efectos pueden ser irreversibles, al atacar de lleno sus autoestimas y conciencias.
Familias ausentes, presentes y desesperadas
¿Desde donde viven los padres este tumultuoso proceso? En la serie se les retrata muy detrás de la barrera, ajenos a las prácticas de sus hijos, apenas pidiendo explicaciones ni esperando despiertos. A excepción de la madre de Rue, el personaje de Zendaya, que no sabe cómo ayudar a su hija en su drogadicción, y aguanta sus embistes, mentiras y recaídas como puede. A pesar de los gritos, engaños e incluso actitud violenta a veces, sigue confiando en ella, en que estará, y aprovechando los momentos en los que su hija es ella misma.
Su sonrisa será uno de los reducidos instantes en los que la ficción permite tomar algo de aire y esperanza, ya que se caracteriza más bien por generar desasosiego. Su cruda representación viene acompañada de la voz en off de la protagonista, encargada de narrar y generar aún más incomodidad al acompañarla en la velocidad con la que ocurren las cosas en su cabeza.
Sus palabras taladran y explican los pasados de los personajes, sus contextos y el de la sociedad en la que están inmersos. Quizás con demasiados traumas e infancias truncadas, que hacen echar de menos instantes de felicidad o, al menos, que rompan con el océano de dramas en el que reman sus personajes.