“Uno de los cuatro candidatos que hoy nos acompañan será el próximo presidente del gobierno. De ahí la trascendencia de este gran debate, el primero de estas características que realiza en toda su historia TVE”, introducía Xabier Fortes una cita organizada por la corporación, tras múltiples vaivenes, en el que los candidatos de Pedro Sánchez (PSOE), Pablo Casado (PP), Pablo Casado (Unidas Podemos) y Albert Rivera (Ciudadanos) habían de “convencer, reafirmar certezas y disipar sus dudas”.
Más allá del contenido político en sí, esta esperada emisión se vio marcada por la rigidez de los discursos del cuarteto de convocados en Torrespaña, de la que se impregnó inevitablemente en la puesta en escena.
“Igual soy un poco pesado, pero creo que es bueno para el debate: dosifiquen. Esta bien el mensaje, pero también que crucen propuestas”, insistía el presentador de Los Desayunos de TVE, tratando de animar el debate. El pacto de mínimos al que llegaron estas fuerzas políticas tan distantes y desconfiadas para garantizarles una sensación de neutralidad permitió asistir, al menos durante su primera hora, a un programa “de guante blanco” pero no tanto a una discusión real.
La realización, a contra marcha para romper la rigidez
No era tanto un problema de medios, sino de materia prima. La realización no podía inventar intensidad donde aún no la había. Así se evidencia en una planificación muy marcada por el estatismo en el inicio, con primeros planos más o menos abiertos en los que cada uno de los presentes enunciaba sus promesas electorales sin entrar a enfrentamientos más profundos de propuestas claras. No debiera pasarse por alto que durante los primeros minutos del bloque los políticos tuviesen dudas sobre si mirar al frente, a su potencial elector, y no a su alrededor para contraponer ideas.
Los esfuerzos por avivar el ritmo desde la cabina de realización resultaban forzados. Ahí está la opción, especialmente utilizada durante los primeros minutos de dividir la pantalla en cuatro cuadros: el talante de los cada uno -uno de ellos centrado en su alocución y los otros tres con la cabeza gacha repasando sus apuntes- iba en contra de esta composición. Hay que tener en cuenta que el primer duelo, es decir, el primer plano dividido en dos mitades enfrentadas directamente, no se produjo hasta el minuto 15 de emisión.
Este hermetismo y, si se quiere, falta de sorpresas, restó dinamismo y dio como resultado un debate irregular al que le costó animarse y ganar en interés. Habían acudido con la lección bien aprendida y solo los marcadores evitarían que el monólogo acabase en mitin. Ahí hay que agradecer la labor del moderador que, en vista de la tesitura, fue tomando más protagonismo e invitó a sus contertulios a “perderse el respeto educadamente” y a gestionar con más soltura sus turnos, en lugar de consumirlos de una sola vez.
Menos exposición y más confrontación
Sería en su última media hora, cuando los debatientes entraron en el cuerpo a cuerpo, cuando el formato daría resultados y permitiría definir más claramente las relaciones y oposiciones entre unos y otros. Lo cierto es que fue en el momento idóneo: la escaleta daba paso entonces al tema de los pactos de gobierno. Fue ahí donde unos y otros se retrataron y permitieron al televidente entrever el nivel de transparencia de cada uno de ellos.
Es en situaciones como esa donde un debate de este calado muestra su eficacia. Pablo Iglesias mostraría, por ejemplo, su predisposición a alcanzar un acuerdo con Sánchez; si bien este –que había agradecido minutos antes el apoyo de Unidas Podemos a su ejecutivo- no contestó con la claridad esperable a la cuestión de si aceptaría un hipotético acuerdo con Ciudadanos.
De forma un tanto inevitable, el tono se fue volviendo más bronco y empezaron a aflorar apelativos y expresiones poco amables: “¡Qué desfachatez!”, clamaba Pablo Casado contra el candidato a la reelección, aunque el más bronco sería Albert Rivera. De hecho, no dudó en atacar a Rosa María Mateo, administradora única provisional de la corporación, al abrir el debate, insinuando (falsamente) que fue elegida a dedo.
Fue, también, el más teatral, con un aire grave en sus intervenciones y con una tendencia a interrumpir continuadamente a sus interlocutores (“no se ponga nervioso, señor Sánchez”). El recurso de los carteles también le hizo particular foco de atención y de broma en Twitter. Especialmente llamativa fue la fotografía enmarcada que dispuso sobre su atril de Pedro Sánchez y Quim Torra, sin duda el detalle más comentado en las redes sociales.
Mientras Pedro Sánchez buscó mensajes concisos, cuidando las formas pero también recurriendo a frases que se antojaban efectivas aunque un tanto premeditadas (“El vientre de la mujer no es un taxi”, le espetó a Rivera); mientras que Iglesias optó, precisamente, por señalar las costuras de los mensajes de todos, con una presentación a cámara más informal pero también más mesurada.
Un ejemplo de neutralidad
El debate de TVE fue de menos a más, haciendo un notable esfuerzo durante la emisión por rebajar las restricciones y relajar a los políticos. Quizás hubo que esperar a que ellos mismos pudieran comprobar que no había irregularidad en el programa para conseguirlo: a fin de cuentas, ninguno se quejó por sus tiempos, y si se quedaron sin posibilidad de replicar una acusación de otro fue por una inadecuada gestión de los minutos. Más allá de la alusión de Rivera a Mateo, nadie puso en duda el trabajo de la televisión estatal, o tuvo motivos para ello. Más al contrario, Pablo iglesias expresó su agradecimiento a la plantilla “por su defensa de la independencia”.
Los grandes vencedores, de haberlos en este debate, no serían los que estuvieron delante de las cámaras, sino los que estuvieron tras ellas, ajenos a las influencias externas y determinados a hacer un trabajo riguroso.
Eso se hace extensible a la eficaz estrategia en redes sociales, donde el hashtag para la ocasión, #ELDEBATEenRTVE, llegó a ser primer trending topic global con un millón y medio de tuits (de acuerdo a los datos publicados por la propia cuenta de RTVE); y al modélico programa previo al debate, conducido por Carlos Franganillo y Ana Blanco, que se esmeró en mostrar labor que hay detrás de las cámaras para llevar a buen puerto una cita de estas características. Una labor que a punto estuvo de quedar perdida por los dimes y diretes de las organizaciones políticas.