Unas veces se gana y otras se pierde. En ficción, normalmente la segunda opción se repite en más ocasiones de las que a muchos showrunners les gustaría admitir. Pero no todo es negro en el complejo universo del cuentacuentos de la pequeña pantalla, ya que a veces el muro de piedra esconde diamantes en bruto. Y, en los últimos tiempos, brillan con una fuerza abrasadora.
Hablo de la historia de una criada dispuesta a luchar para recuperar su vida en un no tan distópico universo de derechos recortados para las mujeres; de los “no-americanos” más valientes que ha conocido Estados Unidos; en ese parque temático del infierno en el que se ha iniciado la revolución; e, incluso, en la gamberrada ¿católica? del predicador más sarcástico que ha tenido la mala suerte de ver nacer la religión...
Las que suben a podio...
Westworld (T2)
La segunda temporada de la multidisciplinar serie de HBO llegó el pasado 22 de abril y supo mantenerse a la altura de las expectativas que se esperaban de ella. Si bien el conflicto espacio temporal y sus múltiples tramas siguen generando cierto desconcierto en quien la ve -incluso en Ed Harris alias “El hombre de negro” en la serie-, Westworld continúa esgrimiéndose como la ficción que ha llevado al western y a la ciencia ficción al límite, dando lugar a un género en sí mismo.
Los personajes, independientemente de su esencia como androides o humanos, parecen haber sido trazados por las manos de un filigranista; son complejos, ricos en matices y cargados de significado. En Westworld no hay una sola acción dejada al azar, lo que denota un buen trabajo dramático de guion.
Esta segunda entrega inicia al seguidor de lo distópico en la entropía, invitándole a dejarse llevar por el caos. Los anfitriones del parque temático del infierno, que no están dispuestos a reconocerse como tales, se alían en la rebelión contra los que se encuentran al otro lado. Todo ello, además, sin perder el misterio que tanto caracterizó a la primera temporada.
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The Handmaid's Tale (T2)
Sumisión y rebelión. Dos palabras aparentemente tan contradictorias que se funden de manera exquisita en el relato más crudo y sanguinario de Hulu. O, mejor dicho, de June Osbourne (Elisabeth Moss). Un retrato misógino y un canto a la libertad al mismo tiempo. Más contradicciones; mayor fascinación.
The Handmaid's Tale continúa una historia sin luz -al menos hasta la fecha-, pero cuyo entramado dramático y personajes hacen que brille como pocas. Un efecto también derivado de su fotografía e impacto visual, de una delicadeza extrema, como las interpretaciones de su magnífico elenco. La serie te cuenta, en un momento de vorágine feminista, un cuento que no quieres escuchar pero que se plantea como posible. A fin de cuentas, la mejor conocida como Defred trabajaba en una editorial del presente y vivía una existencia plena junto a su marido e hija antes de que todo explotara.
Una ficción que deprime, pero que enseña al espectador que siempre hay una veda abierta para la esperanza, por negro que parezca el destino. Sin justicia divina pero de corte poético, The Handmaid's Tale se arma, quizá, como uno de los mejores dramas de la televisión actual. Por enseñar y concienciar; por prevenir.
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The Preacher (T2)
Es la serie de acción real que herirá su sensibilidad. A lo mejor Happy! podría presentarle batalla esta temporada, pero ninguna más. Es gamberra, directa, cruda y sarcástica. Como una víbora que le escupe en la cara su sabia letal. ¿Y sabe qué es lo mejor? que gira en torno a la religión, una cuestión tabú en numerosas sociedades y para infinidad de colectivos.
Pero Preacher no se corta ni media y, si enfada a su público, hasta le sienta mejor. Esta “joyita” de Seth Rogen, Sam Catlin y Evan Goldberg arroja sal sobre las heridas abiertas de su historia, que son unas cuantas. Y lo hace a través de un grueso sarcasmo sin escrúpulos. Quizá no sea la mejor serie, pero sin duda se trata de una ficción valiente en la que Jesse Custer (Dominic Cooper) da vida a un predicador que ha perdido su fe y cuyo objetivo en la vida será, por obligación eso sí, la de rastrear a un Dios que se ha cansado de serlo.
En la nueva entrega Custer desentierra un pasado que siempre quiso conservar bajo tierra en su viaje a Angelville, su hogar. El rincón de Lousiana en el que le esperan varios golpes que deberá aprender a encajar mientras afronta una misión fatal de la que no puede escapar porque, como ya se dijo, “el futuro del mundo depende de él”.
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The Americans (T6)
Pese a las muchas posturas diferenciadas, The Americans sí tuvo un buen final. Quizá no tan “increíblemente satisfactorio” como asegurara Keri Russell -Elizabeth en la serie- en su momento, pero vista la trama no había otro modo de terminarla. Spoiler: aunque Disney se haya empeñado en sugerir lo contrario, no todos los cuentos tienen por qué tener desenlaces felices.
El deber y el querer se personifican en Elizabeth y Philip Jennings, respectivamente. Un matrimonio de espías rusos del KGB infiltrados en Estados Unidos en una época tan convulsa como la Guerra Fría, con Ronald Reagan al frente de la potencia norteamericana. Pero, contrariamente a lo que se pueda suponer, la serie se centra más bien en el drama familiar en el que se ven envueltos sus protagonistas debido a su ajetreada a la par que oscura vida laboral.
The Americans presenta un producto comedido, con gusto por los detalles y los suspiros ahogados. Hay tensión, intriga y suspense, algo lógico dado su carácter, y personajes profundos que se enfrentan, día tras día, a su propia crisis existencial. Una ficción directa al alma.
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3% (T2)
Nace pobre, en un lugar sometido al abandono, superpoblado y sin apenas recursos. Además, no existe forma alguna de pasar a una clase social más equilibrada. Al menos, no hasta que cumpla los veinte años, momento en el que entrará a formar parte de “El proceso”: una serie de arriesgadas pruebas cuyo éxito en las mismas le catapultarían directamente al hogar de los que son y siempre serán asquerosamente ricos.
La distopía planteada en la primera ficción original brasileña de Netflix invita a la reflexión y tienta por su atractivo, que recuerda en cierta medida a Ellysium y, también, a una especie de Juegos del hambre pero con personajes magnéticos que deben demostrar saber hacer algo más que besar y fingir un amor que en realidad se profesan. Aquí el fin siempre justificará el medio, porque mejor arrepentirse en la gloria por su falta de ética que lamentar su buena moral en el infierno.
En definitiva, un elenco correctamente medido que abarca todo un espectro de posibilidades; si no encaja con uno, se entenderá con el otro. La empatía impera y el alivio por no correr la misma suerte se hace patente en un espectador con la retina fija en una pantalla que le muestra un concatenado de situaciones contaminadas y tensas, producidas por ese ritmo a veces tan eléctrico que le erizará hasta el vello de la nuca.
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... y las que se quedan en el banquillo
The Walking Dead (T8)
Ya van ocho temporadas y una novena que va en camino. Pero los creadores de The Walking Dead deberían empezar a plantearse que ya han estrujado lo suficiente a su particular gallina de los huevos de oro. Y es que la última tanda emitida ha pecado de lenta, de que no ha pasado en ella nada más significativo que un grandísimo spoiler. Pero, a fin de cuentas, solo “uno”.
De unas primeras temporadas mucho más impresionantes, que atrapaban al espectador capítulo tras capítulo, la postapocalíptica ficción de AMC ha derivado en algo que la gran mayoría arrojaría al baúl de los recuerdos olvidados para nunca regresar a ellos. Hasta Rick Grimes (Andrew Lincoln) se ha cansado.
Estas últimas entregas ameritan cierto desgaste, plagadas de episodios de relleno en los que los personajes más planos del universo zombi llegan a ganar más peso que sus homólogos protagonistas. Así, mientras los muertos vivientes quedan a un lado, la batalla entre Rick y Negan (Jeffrey Dean Morgan) se está estirando lo suficiente como para perderle el gusto a la serie basada en los cómics de Robert Kirkman.
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Britannia (T1)
HBO la pintaba como la Juego de Tronos que ver hasta 2019; y nunca una comparación ha hecho tanto daño. Britannia retrotrae al espectador a otro épico universo: la Gran Bretaña antigua, el lugar de poderosos druidas y mujeres guerreras cuya paz se ve amenazada con la llegada del Imperio Romano.
En la ficción de Jez Butterworth no hay dragones pero sí demonios de ultratumba; también violencia y sexo salvaje y gratuito, amén de múltiples tramas para un reparto coral como el de George Martin. El problema, quizá, está en la falta de orden argumental y en la descontextualización que padecen los primeros episodios, los cuales derivan en una probable falta de interés y desgana por el que vendrá.
Por otra parte, al margen de su excelente cabecera y su visión psicotrópica, Britannia también adolece de cierto defecto de forma como, por ejemplo, puede observarse en el abusivo empleo del efecto distorsión sobre el plano. Una técnica cuyo objetivo pasa por mostrar cierta alteración en el personaje, bien por ansiedad, inconsciencia, confusión o embriaguez. Pero su empleo excesivo en la serie hasta en situaciones que no lo ameritan hace que pierda su sentido y pase a ser un ingrediente espectacular más, llegando a producir hastío.
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Haters Back Off (T2)
Una epopeya (y además de las malas) de lo absurdo. Desde los personajes hasta las situaciones generadas, pasando por las propias tramas; todo en la serie es un rotundo dislate. Al menos, Netflix la canceló sin darle la oportunidad de una tercera tanda.
La sitcom presenta a Miranda Sings, a su vez basada en el personaje real de Youtube creado por Colleen Ballinger. Miranda cree que ha nacido para ser famosa, y su profundo narcisismo puede llegar a producir urticaria en quien consigue soportarlo durante más de dos episodios seguidos. La verdad es que solo su adulador tío puede resultar más latoso que ella. Y no siempre.
Por otra parte, el espectador no necesita preguntarse el por qué de las cosas; en Haters Back Off nada tiene sentido. La única voz coherente en la historia procede de la hermana de la protagonista, Emily, que, por cierto, estará en la 3ª temporada de Stranger Things.
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The Rain (T1)
La primera ficción danesa original de Netflix llegó a la plataforma el pasado 4 de mayo para sumergir al espectador en un universo de pesadilla, donde un virus letal propagado a través de la lluvia ha terminado con la vida de casi todos los habitantes del planeta. Sin embargo, los protagonistas de este drama de ciencia ficción han logrado “mantenerse secos”, superando así la barrera de la primera entrega.
El problema de The Rain tiene que ver con las expectativas. Ciertamente, es una serie de premisa golosa que llama la atención por su planteamiento postapocalítico; mientras otros combaten muertos vivientes o extraterrestres, los personajes de The Rain se enfrentan a un enemigo aparentemente imbatible y omnipresente: la lluvia. Ojalá le hubiesen sacado el partido que se merecía.
Al final, la ficción creada por Jannik Tai Mosholt, Esben Toft Jacobsen y Christian Potalivo se queda en lo básico y no profundiza más allá. Un árbol que no echa más de tres raíces y que presenta al espectador solo el envoltorio de un caramelo que podría haber tenido el mejor sabor.
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Disjointed (T1)
Para tratarse de una serie que gira en torno a un dispensario de venta y consumo de marihuana, Disjointed de Netflix es bastante infumable. Afortunadamente para el espectador, tampoco duró más allá de una primera temporada.
La técnica de interrumpir el metraje (ojo, de sitcom: no más de 25 minutos por episodio) para añadir una innecesaria explicación animada de cada situación no solo logra que el público no pueda concentrarse en la historia, que ya de por sí es demasiado lenta (no sé si me explico...), sino que además su marcado carácter invasivo es capaz de terminar irritando hasta al televidente más paciente.
La cancelación de Disjointed ha ofrecido, no obstante, una valiosa lección: hasta los genios de la comedia como Chuck Lorre, que ha traído al mundo éxitos como The big bang theory, Roseanne, Mom y Dos hombres y medio, cometen errores. Ah, y que todo aquel que quiera triunfar ha de evitar lo que la serie anima a hacer: colocarse.
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