“Ahora sé de forma clara que elegí este camino porque de forma inconsciente sabía que la cultura y el arte eran la mejor manera de entender el mundo en el que me había tocado vivir”. Antonio Banderas dio en 2015 uno de los mejores discursos que se han escuchado en la ceremonia de los Goya. El actor, nominado este año al cabezón y al Oscar por su loable interpretación en Dolor y gloria, recogía entonces el Goya de Honor. El malagueño tuvo las palabras necesarias y consiguió acordarse de sus inicios, sus padres, su tierra y su arte, emocionando con su sinceridad y su cariño en cada frase.
Hablamos del discurso del intérprete porque esta noche se celebra la 34º edición de los premios y, como es habitual en la velada, cada ganador se enfrentará al examen de dar un discurso de agradecimiento con el reto de no aburrir ni dormir a la audiencia en el intento. Aunque no todo es ser más o menos extenso, sino ser capaz de dar un mensaje que transmita y que consiga remover, aunque sea un poco, al espectador de su asiento. Esto es precisamente lo que consiguió Antonio Banderas en 2015.
Las ceremonias de entregas de premios cuentan siempre con una serie de hándicaps. Para empezar, que es inevitable que se alarguen, porque son 29 cabezones los que se reparten (incluyendo el de Honor). Para amenizar las veladas, las entregas se intercalan con actuaciones, sketches y algún vídeo en los que es difícil que todos estén a la altura y, para más inri, sus presentadores -este año Andreu Buenafuente y Silvia Abril- han de conseguir ejercer de hilo conductor siendo capaces de no robar protagonismo a los premiados.
Teniendo en cuenta este contexto, hemos querido ayudar a los posibles vencedores y recoger una serie de consejos para que se enfrenten a sus minutos de gloria con la mayor la dignidad, inteligencia y emoción posibles.
Que no sea eterno
Para explicar este apartado haremos referencia a la sabia frase célebre que dice “menos es más”. A menudo nos encontramos con premiados que invierten -pierden- varios minutos enumerando a una lista de personas en las que se suele incluir al equipo de la película, la productora, amigos, familiares, pareja y hasta mascota. Pues bien, teniendo esto en cuenta, no hace falta indicar con nombres y apellidos quiénes conforman cada uno de estos grupos ya que, para cuando llegan al momento de dar un mensaje, las palabras han quedado diluidas en un árbol genealógico con demasiadas ramas. Más bonito, directo y potente es centrar el agradecimiento en figuras concretas. Además, nombrar uno por uno, salvo que se lleve apuntado en una lista -ya demostró Albert Rivera que leer un pergamino no es precisamente una buena estrategia- es muy probable dejarse a alguien en el tintero y sinceramente, es una metedura de pata bastante evitable.
Un mensaje mejor que cientos
Muy en relación con la anterior. ¿Qué tal optar por centrar el discurso en un mensaje? No importa la índole, ya sea emotivo, reivindicativo, un agradecimiento especial o un relato sobre lo que ha supuesto rodar la película por la que ha sido premiado. Construir un discurso en torno a ese algo, lo convertirá también es más perdurable, franco y eficaz. Esto fue lo que hizo Miguel Herrán en 2016 al ganar el Goya al Mejor actor revelación -sí, el mismo que ahora lo peta en La casa de papel- por A cambio de nada. El joven actor decidió focalizar su momento en dar las gracias a Dani Guzmán, director de la cinta. “Has conseguido que un chaval sin ilusiones, sin ganas de estudiar, sin nada que le gusta, descubra un mundo nuevo. Quiera estudiar. Quiera trabajar y se agarre a esta vida como si no hubiera otra. Me has dado una vida”, proclamó. La concisión es oro.
¡Viva el humor!
Nada mejor que un toque de humor. Valen chascarrillos, una anécdota, reírse algo de uno mismo. Pocas cosas hay más sinceras que cuando uno se ríe de verdad. Desde luego, así será más fácil captar la atención de quien atiende, y siempre es de agradecer que esto ocurra en una ceremonia donde también se va a recordar a todos los profesionales del cine que han muerto durante el año, que es un momento muy emotivo pero también bastante triste. No se trata tampoco de hacer un monólogo, pero oye, algún comentario gracioso será bienvenido. Y si es inteligente, mejor que mejor. Por si estáis algo perdidos, el ejemplo perfecto lo dio Brad Pitt en los SAG Awards. “Tengo que añadir esto a mi perfil de Tinder”, fue lo primero que dijo y, a partir de ahí, se metió al público en el bolsillo.
¿Tienes algo que reivindicar? Adelante
Una entrega de galardones como los Goya, que acapara las miradas españolas en su gran día, es sin duda una perfecta oportunidad de ejercer de altavoz de alguna realidad que se quiera poner en valor, reivindicar e incluso denunciar. Más allá de mensajes hacia Pedro Sánchez -esperemos que la presencia del presidente del Gobierno deje de ser reseñable-, hay otras tantas personas que también estarán escuchando cada palabra y que merecen ser tenidas en cuenta. No es obligatorio, pero escuchar a alguna figura pública, cuyas proclamas corren el riesgo o suerte de ser viralizadas; reclamar, defender o poner en evidencia alguna realidad, siempre va a ser motivo de aplauso. Por los que no pueden.
Leticia Dolera daba muestra de ello hace unas semanas en los Premios Feroz, donde su Vida perfecta se coronó como Mejor serie de comedia, afirmando: “Frente a la cultura del pin parental, cultura antifascista”. Pero sin duda, quienes marcaron un antes y un después con sus acciones fueron los profesionales que en 2003 inundaron la gala con el mensaje “¡No a la guerra!”. Liderados por Alberto San Juan y Willy Toledo que ejercieron de presentadores, a los que se sumaron con sus palabras Javier Bardem, Marisa Paredes, Fernando León de Aranoa, Geraldine Chaplin, Luis Tosar y la larga lista de artistas que lucieron el cartel con el lema. Lo ocurrido el año en el que se batían Hable con ella y Los lunes al sol es probablemente el máximo exponente acaecido hasta ahora.
Sé positivo
Bueno, tampoco hace falta que todo sea tan intenso. Si cada discurso llevara las emociones al extremo, los Gorra correrían el riesgo de convertirse en un drama absoluto y, recordemos, es la ¡gran fiesta del cine español! Por ello, los alegatos positivos, optimistas y esperanzadores siempre son de agradecer. Nos pasamos el día rodeados de noticias negativas como los altos precios del alquiler, la precariedad laboral, la falta de oportunidades o los casos de racismo, homofobia y machismo, entre los que, si colamos un alegato que nos recuerde que también somos capaces de lo mejor, será una gran acción. La actriz Nathalie Poza recogió su Goya en 2018 a Mejor actriz protagonista por No sé decir adiós, y lanzó: “El arte importa. Si hay alguien ahí fuera, alguna chavala que quiera dedicarse a esto, salta, abraza tus heridas y conviértelas en una obra de arte porque merece la pena”.
Estás ganando un Goya, no una partida de cartas, vívelo
Parece obvio, pero el tiempo ha demostrado que puede no serlo. Los Goya se merecen la importancia que tienen. Sin entrar en el debate sobre quiénes son los académicos y las películas y nombres que, cada año, se echan en falta en la lista de nominados, una vez en la gala, y si se tiene el honor de llevarse el cabezón: ¡Un poquito de emoción! Las películas y cortometrajes forman parte de nuestra cultura, permiten al espectador viajar a otras realidades, vivir en otros cuerpos, emocionarse, disfrutar, sufrir y sentir. Por ello, cuando aquellas personas que han hecho posible aquellas cintas que, durante unas horas, nos han cambiado un poquito, suben al escenario con indiferencia, sinceramente, es una pena. Compartir el júbilo y el orgullo es gratis, arriba esa generosidad.