HBO y Netflix tienen modelos diferentes, incluso contradictorios entre sí. Mientras que la primera saca a relucir un catálogo pequeño pero selecto, la segunda apuesta por uno inmenso a gusto de cualquier consumidor. Aunque son dos lógicas ya intrínsecas en la filosofía de cada servicio, un artículo de The New York Times publicado a principios de julio hizo que saltaran todas las alarmas.
La operadora estadounidense AT&T adquirió Time Warner (grupo al que pertenece HBO) por 85.000 millones de dólares, algo que despertó dudas acerca del nuevo rumbo que tomaría la cadena que vio nacer Los Soprano. Ha sido Casey Bloys, presidente de programación, quien ha despejado los rumores: “No hay planes de diluir la marca de HBO en favor de un incremento del volumen”, aseguró el directivo. Una opinión que, además, ha quedado secundada por la decisión de cancelar cuatro de los cinco spin-offs que estaban programados de Juego de tronosJuego de tronos.
Aun así, la polémica también ha servido de pretexto para iniciar un debate: ¿qué modelo es mejor? ¿El del “atracón de series” o el de las entregas con cuentagotas? ¿El de Stranger Things o el de The Wire? Démosle al play.
“No es necesario hacer 22 episodios, no tienes que intentar programar diez series nuevas en un mes. No tienes que intentar descubrir qué es lo que la audiencia va a ver. Solo hay que intentar no interferir demasiado el proceso creativo y apostar un poco en contra. Pasado cierto tiempo, demostramos que puedes tener oportunidades para crear y también para tener éxito, es decir, dinero”, aseguró Chris Albrecht, exdirectivo de HBO, cuando fue preguntado por el modelo de la cadena.
“No es televisión, es HBO”, es el eslogan con el que intentaron desligarse de la mentalidad de principios de los 70 que asociaba la “caja tonta” con un contenido ligero, insustancial, reflejo de un sueño americano empeñado en esconder las miserias de la vida. HBO llegó para demostrar que no solo Doctor Who, El equipo A o MacGyver podían ser protagonistas de la pequeña pantalla. También demostró que directores como Steven Spielberg, Tom Hanks o Paolo Sorrentino podían desplegar sus virtudes en un formato hasta entonces relegado a un segundo plano.
Porque, aunque Almodóvar opine lo contrario, ya no resulta una paradoja que el séptimo arte también se disfrute en el salón de casa o en la parada de metro. HBO supo romper con todos los clichés apostando por calidad frente a cantidad, como en 2017 defendía su director ejecutivo, Richard Plepler. Por eso, que ahora su modelo vire hacia lo masivo, hacia los datos y hacia los casi 100 millones de dólares que Netflix se gasta en producciones sin sentido como Bright, no puede ser otra cosa que un paso atrás.
Como se puede leer en el libro Hombres fuera de serie (2014) escrito por el periodista Brett Martin, David Chase intentó vender Los Soprano a múltiples cadenas. “Es demasiado siniestro” o “es demasiado complicado” fueron algunas de las respuestas que recibió de Fox, NBC, ABC o CBS. ¿La razón? Que no veían futuro a algo diferente, a un “antihéroe”, a un mafioso que iba al psicólogo para bañarse en una piscina con patos y poco después estrangular a alguien. Por el contrario, había que contentar a todo el público, por muy diverso que este fuera. Justo lo que los exhaustivos estudios y desorbitados números de Netflix pretenden hoy. ¿Tendría Tony Soprano cabida en la plataforma de Hastings? De momento, no hay nada que se le acerque.
Puede que de entrada no sea tan atractiva como Narcos o Stranger Things, pero también son necesarias series como The Wire. Son necesarias porque la lucha contra la droga, la influencia del dinero negro en EEUU o la corrupción en los departamentos de policía a veces no tienen grandes persecuciones ni tiroteos, sino que aparecen en un 7-Eleven cualquiera mientras un agente toma café. El “atracón de series” no está mal, el problema es que puede llegar a empachar. Especialmente, cuando lo que se prima son las horas en frente de la pantalla y no tanto el contenido que aparece. Próximo episodio en 3, 2, 1…
En tiempos de Internet, la lógica sibarita de que las mejores esencias vienen en frascos pequeños ha perdido validez. Cantidad y calidad no son conceptos contradictorios, por mucho que los defensores del modelo de HBO lo usen para desmarcarse del exceso de Netflix. La empresa de Reed Hastings ofrece solo en Estados Unidos -su catálogo más amplio- casi 5.600 productos audiovisuales, mientras que su competidora apenas alcanza los mil.
Netflix fue concebida para atrapar al usuario y pujar por su tiempo, el bien más preciado en la economía de la atención. Un público amplio necesita un catálogo aún más amplio, y la compañía se ha coronado como el augur del comportamiento del consumidor. Es cierto que entre la variedad se esconde una parte de relleno infame, sobre todo en la sección de cine, pero nada que solucione demasiado el catálogo de HBO.
Los que temen que la empresa de Richard Plepler se convierta en Netflix, tienen razones para echarse a temblar. Con una aplicación que se cuelga continuamente y su carencia de funcionalidades, HBO no está preparada para gestionar un catálogo tan gigantesco como el de Netflix. No solo es importante la calidad, sino que esta brille por encima de la morralla en una plataforma inteligente e intuitiva para el usuario.
Y no es que Netflix vaya por delante en este punto: es que lo ha convertido directamente en su prioridad empresarial. Un algoritmo que vale 1.000 millones de dólares al año es el encargado de que toda esa masa de información se ordene en nuestras pantallas por recomendaciones o etiquetas que van más allá de los géneros. Los clusters o gustos del usuario son una de sus bazas, pero no la única. Netflix sabe que tiene 90 segundos para convencernos de pinchar en uno de sus productos y la personalización es vital para conseguir que regresemos mañana.
Necesitaríamos un espacio mucho más amplio del que nos concede este duelo para analizar todos los tentáculos de su algoritmo, desde los patrones de las imágenes hasta las recomendaciones raras, el tiempo de visionado, las puntuaciones, el scroll y los horarios. Eso también les permite promocionar una serie mejor que otra y convertirla en un producto de culto, como hicieron con House of Cards, Narcos u Orange is the New Black. El futuro del spam y la cara dulce de la publicidad se está gestando en Silicon Valley.
Como es comprensible, Hastings se aprovecha de las bondades de este algoritmo para favorecer su contenido original, cada vez más ambicioso. Netflix ha producido 700 series propias en todo el mundo a lo largo de este año y a finales habrá invertido hasta 13.000 millones de dólares en producción de contenido. En comparación, HBO gastó 2.500 millones en hacer televisión, una cifra que incluye la carísima Juego de Tronos. Netflix ha sabido salir de la burbuja hollywoodiense que aún atrapa a HBO para viajar por el mundo, escuchar sus mercados y apadrinar o crear un producto a su medida.
Nos podrán parecer mejores o peores, pero sin duda es la visión globalizada que debe tener una empresa que ha revolucionado el mundo. Sin florituras. Y HBO necesita algo más que ampliar su catálogo para ser una competidora digna del trono on demand.