Este miércoles 21 de febrero será buen día para gritar “¡Al turrón!”. ¿El motivo? El regreso a la televisión española de Humor amarillo. Comedy Central estrena El castillo de Takeshi, una versión modernizada y grabada en Tailandia del programa homónimo que triunfara en la televisión japonesa entre 1986 y 1989 (se emitió en la Tokyo Broadcasting System) y que llegara a España de la mano de Telecinco a comienzo de los noventa, convirtiéndose en una de sus primeras señas de identidad.
En esta nueva etapa, Luis Fabra, Manu Górriz, Susi Caramelo y Nico Lozano son los encargados de locutar los porrazos de los piltrafillas que surquen las pruebas del circuito, 28 años después de que Juan Herrera y Miguel Ángel Coll lo hicieran en un primer momento, y cerca de 12 después de que tomaran Fernando Costilla y Paco Bravo tomaran el relevo de la narración en Cuatro.
Aprovechamos este inigualable regreso para ponernos nostálgicos y recordar algunos de los golpes de genio (jé) más rotundos de las anteriores versiones de tan darwinista programa de televisión. Pónganse el casco, las coderas, las rodilleras y firmen su seguro de vida antes de que sea demasiado tarde, no sea que el temible Animal haga de las suyas...
¿Quién era quién en Humor amarillo?
Aunque ahora cueste imaginarlo, mientras le vemos enfrascado en la fase más posmodernista de su carrera, Takeshi Kitano era el principal cabecilla de Humor amarillo original. Poco antes de que su carrera diera un giro radical al dirigir su primer filme, Violent Cop, el artista multidisciplinar se encargó de liderar esta competición. Él era el enemigo a batir... Aunque era más habitual que fueran los participantes los batidos (literalmente) por sus esbirros en el sinfín de desafíos de esta loca yincana japonesa.
Por cierto, lo de cabecilla le va que ni pintado: quienes tengan buena memoria recordarán que en ocasiones, y en ausencia del auténtico Kitano por motivos diversos, el programa se valió de un Mini Takeshi: un actor con una enorme careta de corchopán a imagen de la del cineasta. Vamos, que lo de Michael Fassbender en Frank no fue tan radical como podemos pensar...
Entre los múltiples ayudantes con los que contaba el Conde Takeshi, destacaban dos en particular: Paco Peluca y Juanito Calvicie, que se encargaban de ponerles las cosas difíciles y embarradas a los participantes en El laberinto del Chinotauro.
Frente a Kitano, como líder de los concursantes, el programa contaba también con Hayato Tani en la piel del General, que protagonizaba la parte introductoria del programa. La carrera posterior de Tani quedó marcada por este trabajo; de hecho, volvería a ponerse los galones en Takeshi's Castle Rebooted allá por 2013. ¿Quién no querría erigirse en líder del pelotón y mandarse a abrirse la crisma a semejante número de inconscientes?
Y, como narrador del cotarro, Humor amarillo contaba con Pepe Livingston. Este particular reportero de guerra tenía poco de Ernest Hemingway y mucho de modelo oriental del Coronel Tapioca tuvo distintas encarnaciones, aunque nuestra favorita es la tercera de ellas, Junji Inagawa. Hay que reconocer que ese bigotillo le daba un toque distinguido entre tanto barro y caos.
Ahora bien, si hemos de destacar un nombre propio, ese es sin duda el inefable Chino Cudeiro. ¿Cómo podríamos describirlo para que los millennials fueran conscientes de su relevancia narrativa? Piensen en el Kenny de South Park, mordiendo el polvo capítulo sí, capítulo también, y quizás se hagan una buena idea.
Por supuesto, este nombre, como tantos otros que ya hemos comentado, se los debemos a Herrera y Coll, que en un ejercicio de libérrima creatividad hicieron un brillante bricolaje del formato original para hacerlo no solo accesible, sino divertido para el público español de los primeros noventa. En una entrevista de 2016, Herrera reveló el origen del personaje: “Nos pusieron a un chico en prácticas al que prácticamente no pagaban. Como homenaje -se llamaba Cudeiro- lo introdujimos como personaje de ficción. A partir de ahí lo empezaron a pagar y desapareció”.
Cuidado por dónde pisas: las 5 pruebas definitivas
Las zamburguesas
¿Qué quiere decir eso de las zamburguesas? Ojo ahí al juego de palabras, porque no darán con otro más afinado: para cualquier espectador en ayunas y poco exigente, las rocas distribuidas por esta charca bien podrían recordar a un filete ruso particularmente chamuscado. Ahora bien, quien pisara la piedra incorrecta acabaría sumergiéndose y comiéndose una buena ración de fango sin destilar.
En efecto: hamburguesas y zambullidas letales. ¡Zamburguesa! Con esa asociación entre la comida basura y lesiones crónicas, Humor amarillo nos recomendaba implícitamente llevar una vida sana y ordenada. ¡Era todo un programa formativo, por la santa peluca de Paco!
El laberinto del Chinotauro
La mitología de Humor amarillo era simple, pero efectiva. No había criaturas de fantasía, sino maquillajes de fantasía y señores malencarados. Y en cuanto al viaje del héroe... Habría que hablar de que al héroe le daban buenos viajes, más bien...
El laberinto del chinotauro es una de las pruebas más divertidas del programa: era difícil decantarse por apoyar al concursante y que saliera por la puerta correcta, o que se acabara encontrando con Juanito Calvicie y Paco Peluca. Algunas escenas de suspense eran dignas de Wes Craven.
La tabla de planchar
Que en un programa como Humor amarillo pudiéramos encontrar una prueba de precisión era una broma macabra. Pero una broma al fin y al cabo, así que las risas no nos las quitaba nadie. Aquí los participantes debían subirse en una tabla y deslizarse por una plataforma para alcanzar, sin caerse, un punto verde. De ello dependía el impulso que dieran: si se pasaban de frenada caerían al agua; si se quedaban cortos... Pues también, con la ayuda de los esbirros escondidos en el agua.
Los rollitos de primavera
Y de la precisión al equilibrio. Atravesar una de estas sucesiones de rodillos era poco menos de un imposible. Pero, inasequibles al desaliento, algunos les echaban imaginación y se lo ponían hasta mal difícil.
Los Cañones de Nakasone
Marchando una de referencias cinematográficas clásicas para dar nombre en castellano a esta dolorosa prueba, que encontrábamos al final de cada episodio: a los pobres diablos que hayan llegado hasta aquí les toca recorrer un tambaleante puente para recoger un balón dorado que han de trasladar al punto de partida. Si lo de cruzar una superficie tan endeble no era suficiente, encima tienes a los malvados siervos de Takeshi lanzando zambombazos sin piedad. Cuidado con el costillar...