Muchas de las series de animación estadounidense con las que Netflix adorna su catálogo han demostrado en múltiples ocasiones que no tienen nada que demostrar. Son series mejores o peores, independientemente del formato en el que están narradas y construidas. Son ficciones que tienen asumido que la animación no debería estar constantemente justificando la calidad de sus obras por estar narradas en este formato.
BoJack Horseman ha trascendido el fenómeno hasta convertirse en una serie de absoluta referencia para una generación hastiada y precaria. Big Mouth ha hecho más por la educación sexual que series cuya finalidad era justamente esa, como Sex Education. She-Ra se ha convertido en una de las cabeceras más inclusivas y progresistas de la animación contemporánea. F for family, Rick & Morty, (Des)encanto, Final Space...
Por eso, no deja de sorprender la llegada de Love, Sex & Robots, una serie antológica de 18 cortometrajes autoconclusivos cuya campaña de promoción ha hecho de la etiqueta 'animación para adultos' su principal baza. Desde los tráilers con el NSFW omnipresente -siglas de la expresión en inglés Not Safe For Work-, hasta la aparente violencia de las imágenes promocionales o el lenguaje utilizado para acompañarlas. Una vez vista, podemos afirmar que se trataba de una campaña ciertamente honesta: la serie creada por Tim Miller es todo un muestrario de sexo, sangre y lenguaje soez filtrado por el género de ciencia ficción. Una característica que no es ni buena ni mala. ¿O sí?
Un futuro de sexo, machismo y muerte
Love, Death & Robots ha reunido a algunos de los talentos más innovadores y originales del panorama en lo que pretende ser, a todas luces, un estimulante fresco de la animación actual. A lo largo de sus historias, distintas técnicas e influencias se dan la mano haciendo del espíritu de antología un sello. Y paseando al espectador por los senderos más hiperrealistas de la computerización de la imagen hasta las coloridos y barrocas tendencias de las que triunfan en Estados Unidos -como la que le ha granjeado el Oscar a Spider-Man: Un nuevo universo-.
Sorprende, no obstante, que su afán por ser un catálogo de novedades animadas entre casi en colisión directa con la mayoría de sus esquemas narrativos. No solo por su tono ni el abordaje de sus temáticas subyacentes, sino también por los referentes que maneja en el terreno en el que juega.
Love Sex & Robots podría entenderse como un homenaje a lo que en su momento significó el Heavy Metal de Gerald Potterton. Pulp, violencia y erotismo desaforado vehiculado mediante las más innovadoras técnicas animadas. Y a su vez, se mira en el espejo -y hasta se asemeja en gran parte del acabado formal-, de Animatrix, la antología que profundizó, a veces de forma sublime, en el lore creado por la trilogía de Matrix de las hermanas Wachowski.
Acudir a clásicos no es malo per se, aunque no deja de ser curioso que estos realizadores miren hacia atrás cuando pretenden conducir hacia adelante. El conflicto de su naturaleza surge cuando uno se percata de que la mayoría de las temáticas de los cortometrajes de Love, Sex & Robots no es en absoluto innovadora, arriesgada o rompedora.
En esta antología de 18 cortos nos podríamos haber encontrado cualquier cosa. Tratamientos de dilemas contemporáneos o reinterpretaciones de los miedos de siempre como en Black Mirror. Parodias autoconsicientes llenas de cultura pop como Rick & Morty. Fugas de genio en la búsqueda de nuevas narrativas de la ciencia ficción heredada de la animación nipona de Code Geass, Steins;Gate o Ghost in the Shell: Stand Alone Complex... Y sin embargo hay más bien pocos alardes de originalidad.
De sus 18 episodios, cinco narran las desventuras de militares en sus respectivas misiones y ocho el enfrentamiento del ser humano con un monstruo surgido de las profundidades de la tierra o del espacio exterior. En dos de ellos se acude a mitos como la licantropía o el vampirismo para enmarcar su desarrollo. En muchos el conflicto principal se resuelve con la muerte, y en casi todos, en algún momento, se practica sexo o se desnudan cuerpos aunque el gesto no aporte absolutamente nada a la historia narrada.
Poco que decir si resulta que su aliento de reivindicación de la tradición pulp es parte de su naturaleza expresiva. Pero que puede generar inquietud por cuanto de escasa sensibilidad contemporánea se tiene al abordarla. En estos cortometrajes, por poner un ejemplo, la mujer aparece casi siempre como un objeto. Y cuando lo hace como un sujeto es bien porque ha sido o va a ser violada, asesinada, va a morir, ejerce la prostitución -hay una cantidad de prostitutas en estas pocas historias realmente sorprendente-, o desempeña el papel de cuidadora.
Los relatos de Love, Death & Robots están mediados por una hipermasculinidad y una mirada radical de heteronormatividad ciertamente poco sorprendente pero, desde luego, en absoluto actual. Y eso podría no ser visto como un problema, pero sí es algo que contamina la mirada de sus historias y empaña su posibilidad de aportar algo al discurso del audiovisual actual.
Un presente con destellos de genio
Todo lo dicho no implica que Love, Death & Robots no ofrezca momentos de singular belleza ni imágenes suficientemente poderosas como para ser consumidas por el mero placer visual. Ni tampoco que, como antología, no esconda más de una joya entre todos sus capítulos.
Es el caso de Tres Robots, un cortometraje dirigido por los españoles Victor Maldonado y Alfredo Torres que sigue las andanzas de unos androides que se dedican a hacer turismo en una tierra postapocalíptica en la que los humanos se han extinguido. Sarcástica excusa para ofrecer una ingeniosa visión de algunos de los males de la sociedad contemporánea. Ambos son los encargados también de Yogur al poder, una divertidísima sátira sobre la política internacional, las recetas mágicas de la diplomacia y la falta de compromiso social.
Destaca también Noche de criaturas marinas, dirigido por Damian Nenow, codirector de la última ganadora del Goya a Mejor Película de Animación -la estupenda Un día más con vida-. Una exploración más formal que narrativa de las posibilidades del ensueño, que nos traslada al fondo de un océano prehistórico en mitad de un desierto.
Por su parte, La edad de hielo, el episodio 16 de esta antología, dirigido por el propio Tim Miller, funciona como sostenido ejercicio de simpática nostalgia. El único cortometraje con actores de carne y hueso narra la aparición fortuita de un universo en miniatura en el congelador de una pareja -interpretada por Mary Elizabeth Winstead, y Topher Grace-. Y nos recuerda en tono y forma a determinados episodios de Los Simpson, Futurama y The Twilight Zone.
Sin olvidar el inteligente y bellamente planteado Zima Blue, tal vez el mejor episodio de toda la serie. Una reflexión intensa sobre el significado del arte contemporáneo y su función social como espectáculo. Así como un comentario sagaz sobre la búsqueda de una razón de ser inherente a nuestros actos.
Todos estos cortometrajes hacen que Love, Death & Robots sea algo más que las tres palabras que forman su título. Se defienden en su sorpresivo apartado técnico, pero además, utilizan su premisa para abordar estimulantes visiones de la ciencia ficción actual. Más allá de aliens asesinos y militares cabreados.