“Esto no es una serie”, aseguró Nicolas Winding Refn cuando presentó Too Old To Die Young en el pasado Festival de Cannes. “Es una película de 13 horas, no es televisión. La televisión es lo que retransmite reality shows y noticias. Esto es ficción en streaming, que es el futuro”, sentenciaba en la rueda de prensa ante medios de todo el mundo.
Las declaraciones se entienden como mera estrategia de marketing, algo envejecida a estas alturas y heredera de aquel pensamiento que se popularizó a principios de los 2000 sobre 'La edad de oro de la televisión', ficción que supuestamente superaba en calidad al cine contemporáneo. Hablamos de los años de The Wire, Los Soprano, A dos metros bajo tierra o The Shield. Pero convengamos que seguir comparando la ficción televisiva y la cinematográfica, asimilando que una tiene más o menos valor que otra, no tiene demasiado sentido -si es que alguna vez lo tuvo-. Como tampoco lo tiene afirmar que Too Old To Die Young no es una serie.
Y sin embargo, es cierto que hay algo diferenciador en la propuesta de Refn que la sitúa a un paso de por delante de todo el policíaco televisivo actual. Too Old To Die Young no se parece a ninguna intriga televisiva moderna y solo admite comparaciones con la obra del propio director, la tradición audiovisual yakuza y el cine de gángsteres clásico. ¿Un cóctel difícil de digerir?
Algo huele a podrido en Los Ángeles
Martin Jones -a quien da vida un hierático Miles Teller-, es un policía de poca monta que, una noche haciendo su ronda nocturna presencia como matan de un tiro a la cabeza a su compañero de guardia. Intentando resolver el caso, se ve inmiscuido en un mundo que parece superarle: el asesino de su colega se llama Jesús -Augusto Aguilera- y es sobrino del jefe de un cartel mexicano.
Por si fuera poco, pronto conoce a Viggo -un estupendo John Hawkes-, un sicario que actúa bajo los dictados de Diana -Jena Malone- acabando con la vida de violadores, traficantes y asesinos. Alguien que está seguro de que hace lo correcto limpiando de calaña la ciudad. Una idea que seduce a Martin y que le llevará hasta las profundidades de un mundo en el que los límites del bien y el mal son muy difusos y están llenos de sangre.
Nicolas Winding Refn nos introduce sin medias tintas en un universo muy particular que recorre los bajos fondos de México y Los Ángeles en un ambiente lleno de opresión, neones y criminalidad. Uno que remite a los imaginarios que manejó en películas suyas como Drive, Only God Forgives o The Neon Demon. Uniendo criterios estilísticos presentes en todas ellas y ampliando su capacidad de seducción hasta las trece horas.
Con la suerte de contar esta vez con un guion escrito por Ed Brubaker, uno de los nombres propios más importantes del cómic norteamericano moderno. Ahora, el ganador de varios premios Eisner y Harvey al mejor escritor de tebeos, se está haciendo un hueco en la industria ya fuere por producir Westworld, la aclamada y enigmática serie de HBO, o por coescribir Capitán América: El soldado de invierno.
Aquí, sin embargo, su estilo se aleja conscientemente de los cómics que ha firmado para Marvel o DC - sus aproximaciones a personajes como Daredevil o Batman se cuentan entre las más respetadas por la crítica especializada-, y abraza su carácter noir mucho más cercano a sus obras Criminal, Fundido a negro o Kill or be Killed.
Brubaker lima asperezas con el estilo críptico y prácticamente mudo -confiado en su atractivo visual- del Winding Refn de los últimos tiempos, creando una ficción de carácter claramente episódico por mucho que el realizador disfrute asegurando que se trata de una película de trece horas. Una serie que propone un recorrido sinuoso e hipnótico por un mundo que funda su propio imaginario, maneja su propio lenguaje y está orgulloso de significarse como una respuesta autoral a la narrativa mainstream televisiva.
No hablamos ya del desarrollo de dramas pausados y pensados, como la reciente Chernobyl, sino de un concepto total de obra autoral con tics y tocs irrenunciables: paneos infinitos que causan sensación de extrañeza, neones que dotan de colores insospechados hasta al plano más anodino, conversaciones de diez minutos que se articulan en torno a tres únicas frases... Todo contribuye a la construcción de una serie claramente a contracorriente, exigente con el espectador al tiempo que complaciente con sus propios postulados.
Cóctel de referentes
La serie de Nicolas Winding Refn es todo estilo. No solo por una puesta en escena de carácter simbolista y nada sutil, también por sus pilares temáticos. Si alguien se pregunta en qué tipo de ficción pueden convivir -nada pacíficamente- el noir clásico, la filosofía samurái, los carteles de la droga mexicanos, la acción yakuza, el culto a la muerte, el tarot como guía de destinos y la santería mexicana, la respuesta es Too Old To Die Young.
Entre el ánimo del turista fanático y el voyeur cultural, Winding Refn arma con pasmosa facilidad un universo propio en el que tienen cabida multitud de referentes no precisamente televisivos. En sus ínfulas de tratado moral, Refn parece hacer seguir a sus personajes postulados propios del Hagakure y el Bushido -códigos éticos y tratados de filosofía samurái-. Pero las enseñanzas se filtran mientras mira atento el tempo y la construcción del drama de películas como La condición humana (1959-1961) de Masaki Kobayashi -trilogía, esa sí, de nueve horas y media de duración-.
Sin conseguir desasirse de cierto aire de vampirización de mitos del héroe -especialmente en el personaje de Viggo-, como el de Zatoichi (2003) cuya modernización tan bien supo captar Takeshi Kitano. Precisamente de este realizador nipón parece también aprovechar la reinterpretación del cine de yakuzas que anidaba en Boiling Point (1990) o Violent Cop (1989).
Todo esto se mezcla con claros aires de noir clásico de corte europeo, como el de Jean-Pierre Melville en El silencio de un hombre (1967), y el imaginario cultural del México más oscurantista y supersticioso. El tarot se utiliza como herramienta narrativa que marca el devenir de los personajes, el culto a la muerte define gran parte de su psicología y las creencias en santos y reliquias están a la orden del día. Y lo realmente sorprendente es que todo esto se combina de forma creíble en este mundo de criminales y neones.
A vueltas con la mirada masculina
Con todo, es difícil no llegar a la conclusión de que los códigos del cine negro y la ética samurái se convierten en meras excusas cuando se trata de abordar Too Old To Die Young desde una perspectiva de género. El machismo intrínseco de gran parte de las narrativas del cine negro, que convertía a sus Sam Spade y Philip Marlowe en modelos de masculinidad tóxica andante, mientras los rodeaba de femmes fatales y mujeres objeto, está tan presente en esta ficción como en anteriores obras de Refn.
Y en cuanto a la mujer en el universo de los guerreros japoneses, aunque podríamos discurrir largo y tendido, baste recordar como Yukio Mishima afirmaba en La ética del samurái en el Japón moderno que las actitudes 'femeninas' eran un mal del hombre moderno. O que para el Hagakure, la mujer y las esposa debía ser como en la Antigua Grecia: “atender al dios del fuego domestico, cumplir las tareas de la casa, cuidar a sus hijos y respetar a sus maridos. Por su parte, ellos pueden pasar el tiempo fuera de sus casas, enamorarse de jovencitos y divertirse con cortesanas”.
En Too Old To Die Young abundan las mujeres maltratadas, drogadictas y asesinadas. Y prácticamente no existen personajes femeninos no sexualizados. Mientras que ellos conducen la trama, matan y violan. El episodio piloto, de hecho, muestra a un policía abusando verbalmente de una joven, a una drogadicta vendiendo su cuerpo por cocaína, a una mujer maltratada y torturada...
Y para cuando un personaje como Yaritza, 'La suma sacerdotisa de la muerte' interpretada por Cristina Rodlo, adquiere peso dramático, ya ha sido sexualizado y se empodera a través de la masculinización de su personalidad. Enésima fantasía de poder masculino. Ni qué decir tiene que muy pronto la trama recurre a la construcción del héroe a través de la persecución de maltratadores y responsables de vídeos snuff, salvando cuando no vengando a mujeres indefensas.
A buen seguro el fan, o el propio director, buscará excusas para vestir el sexismo transmitido en la obra con un traje más aceptable. Optando, por ejemplo, por hacer como hacía Hideo Kojima -que interpreta a un personaje en la serie- cuando se apelaba a la sexualización de los personajes fememinos en sus videojuegos. Al fin y al cabo, uno puede defender que se trata de narrativas propias del cine negro o de la cultura samurái. O incluso de una relectura del estado de la masculinidad, como apuntaba Álvaro Arbonés en Canino.
Pero aún siendo así, esto solo pondría en evidencia una palpable escasez de originalidad y poca evolución de sus responsable. No esperemos ver en Too Old To Die Young algo que no hubiésemos visto en la trilogía de Pusher, en Drive o en Only God Forgives pues, en el fondo, esta serie no deja de ser un monumento a Nicolas Winding Refn... erigido por el propio Nicolas Winding Refn.