“Pufus & Navarro”, “Ruffus & Fracaso”... son sólo algunas de las “lindezas” que la mayoría de los críticos de televisión de este país han dedicado al nuevo late show de Pepe Navarro, “Ruffus & Navarro”. Chequeando los medios de comunicación escritos y electrónicos desde su estreno el pasado 29 de noviembre, resulta casi imposible encontrar un comentario positivo del nuevo programa de TVE. A continuación, reproducimos la excepción que confirma la regla, el artículo de opinión del periodista David Gistau en el diario El Mundo: “Cuando ya no era un pistolero sino tan sólo un hombre cualquiera, William Munny creía que alguien venía a matarle «por algo que hice en el pasado» cada vez que la silueta de un jinete se dibujaba en el horizonte. Algo semejante le ocurrió a Pepe Navarro durante los últimos años de exilio interior. Cuando contra él permaneció colgado ese cartel de ”Wanted“ que animó a muchos periodistas de los que siguen la corriente a los tópicos instalados por decreto a dibujarse en su horizonte para ganarse la fama del hombre que mató a Liberty Valance. Demasiado outsider y estepario para lo que se estila en nuestro corral mediático, donde todo consiste en acomodarse en una famiglia y obedecer las órdenes del macho alfa, Navarro olía a indefenso por solitario, y se convirtió en el pim-pam-pum unánime de todos los que están dispuestos hasta a negarle que él abrió todas las trochas por las que ahora caminan quienes hacen televisión con un fondo urbano como decorado y un estilo insomne que mezcla el humor con el asalto audaz de la autoridad. Con sus colecciones de frikies exhibidos en cautividad, Navarro renovó incluso el esperpento de los espejos deformantes en el callejón del Gato (Valle), y adaptó el feísmo con que ciertas vanguardias quebraron la mera aspiración estética del arte banal, pensado sólo para decorar el salón de un burgués.
Como William Munny, como Clint Eastwood en “Sin perdón”, Pepe Navarro se ha vuelto a subir al caballo. Y no podía esperarse, porque también Munny necesitó su tiempo, que las latas volvieran a saltar con los primeros disparos. Era de esperar, puesto que su fatwa permanece vigente, que el periodismo intentara descabalgarle desde los primeros pasos. Por eso le están masacrando: porque nadie le reconoce como «uno de los nuestros», y entonces no le envían prosistas a sueldo para que le desbrocen el camino como hace El País para maquillar el fracaso de Cuatro y la desubicación de Gabilondo. Pero esto no es nuevo. A lo largo de toda su carrera, Pepe Navarro ha llevado casco para repeler las pedradas de los críticos que sólo miman a los integrantes de su propia endogamia, a los parroquianos de su propio bar. Y eso no le ha impedido conquistar un éxito popular que transformó la televisión española y que convocó a todos los espectadores desprovistos de ese complejo esnob que atenaza a los intelectualoides que piden un frasco de sales en cuanto algo huele a calle. El animal del directo conserva ese punto de ebullición que alcanza en cuanto se sabe encuadrado por una cámara, y ha vuelto, más sosegado, dispuesto a hacerle la autopsia a la actualidad y, simplemente, a contar historias mínimas. Las latas no tardarán en saltar de nuevo. Y entonces, como siempre, el programa de Navarro será esa cosa que todos dicen no ver, como ocurre con los vicios inconfesables“.