Tupperware no es solo una marca, fue un fenómeno cultural. Su ideador, el estadounidense Earl Tupper, aprovechó el polietileno sobrante que la empresa DuPont usaba para aislar cables en el armamento militar para reformularlo y crear un material resistente, ligero y apto para el consumo en el hogar. Este material permitió crear recipientes que sellaban herméticamente gracias a sus tapas ajustadas, un gran avance en la conservación de alimentos en los hogares. Sin embargo, cuando los recipientes de Tupperware se lanzaron al mercado en 1946, no tuvieron un éxito inmediato. Aunque el producto era innovador, los consumidores no terminaban de comprender cómo funcionaba el sellado hermético que alargaba la frescura de los alimentos. Sus ventas no despegaron hasta que Brownie Wise, una mujer de Georgia con experiencia en ventas, tuvo una idea brillante: organizar reuniones de demostración en casa. Así, durante los años 50 y 60, las Tupperware parties (reuniones Tupperware) se convirtieron en eventos sociales que trascendían lo comercial.
Las mujeres no solo compraban recipientes herméticos, sino que también encontraban una vía para ganarse la vida en sus propios términos. En una época en la que estaban relegadas al ámbito doméstico, estas reuniones les ofrecían la posibilidad de crear una comunidad donde podían compartir vivencias y consejos, además de obtener algunos ingresos con la venta de productos de la marca. Para muchas, esta fue la primera experiencia de independencia económica, aunque siempre vinculada al hogar y a la familia. En un corto periodo de tiempo, Wise —que llegaría a ser vicepresidenta de la compañía— consiguió crear un ejército de vendedoras a las que mantenía motivadas con incentivos como electrodomésticos o viajes.
Según Sandra Lozano, historiadora de la cocina y cocreadora del podcast Gastromovidas, aunque estas reuniones desafiaron algunos estereotipos de la época, escondían un trasfondo perverso. “En el fondo, las reuniones de Tupperware no lograron sacar realmente a las mujeres del ámbito doméstico ni catapultarlas a la vida profesional pública. Es precisamente lo que Betty Friedan denunció en su Mística de la Feminidad: estas actividades, aunque aparentemente empoderantes, seguían confinando a las mujeres a roles tradicionales centrados en el hogar y la familia. En cierto modo, las reuniones de Tupperware reforzaban la idea de que el lugar 'natural' de la mujer era la casa, aunque fuera como anfitriona de ventas. Además, también creo que fue problemático el uso neoliberal de los modos de relación interpersonal propios de las mujeres. Al final el éxito de las reuniones sacaba partido económico de la capacidad femenina de crear intimidad y vínculos emocionales”, sentencia Lozano.
En el fondo, las reuniones de Tupperware no lograron sacar realmente a las mujeres del ámbito doméstico ni catapultarlas a la vida profesional pública
La popularización del microondas en los hogares entre los años 70 y 80 aceleró los cambios en el consumo de alimentos. Permitía calentar en segundos las sobras de las comidas del día, lo que parecía una alianza perfecta con las fiambreras de polietileno. Sin embargo, a medida que las mujeres se incorporaban a la vida laboral, el tiempo para cocinar se iba recortando y los productos precocinados que se podían adquirir en las tiendas y supermercados iban ganando terreno. Con solo unos minutos de microondas u horno estaban listos para servirse.
A pesar de que Tupperware intentó adaptarse al nuevo panorama con envases aptos para microondas, su éxito empezó a declinar en los años 80. La caducidad de muchas de sus patentes permitió la entrada de competidores que ofrecían envases herméticos a precios más bajos. La pérdida de su ventaja tecnológica y la creciente competencia erosionaron su dominio en el mercado, iniciando la caída del gigante de los recipientes.
Lo que comenzó como una revolución en el hogar, ahora ha encontrado su lugar en las oficinas y universidades. Hoy en día las fiambreras siguen teniendo una vertiente social importante, pero en un contexto completamente diferente: el del entorno laboral. Es usual encontrar en los comedores de oficinas y universidades grupos de personas que comentan de manera animada el contenido de sus respectivos táperes durante su pausa para comer. Además del ahorro de dinero, comer en el lugar de trabajo se ha convertido en un momento importante de socialización entre compañeros que muchos se niegan a abandonar, tal y como sugiere el artículo publicado en la Revista Española de Sociología, titulado Comer fuera de casa en tiempos de crisis: austeridad y formas de resistencia.
Hoy en día las fiambreras siguen teniendo una vertiente social importante, pero en un contexto completamente diferente: el del entorno laboral
Pero disfrutar del táper en la oficina requiere de algunas cosas. Por un lado, es necesario que el entorno profesional cuente con un espacio que favorezca que los trabajadores puedan dejar y calentar la comida traída de casa de manera segura. Para la tecnóloga de alimentos Gemma del Caño, además de un microondas, lo ideal sería que cada uno tuviera sus propios cubiertos y manteles y un espacio suficiente que estuviera ventilado. “Aunque para mí lo más importante es la contaminación cruzada, por eso es importante que la nevera se limpie con frecuencia y que los alimentos frescos, en caso de que los hubiera, no entrasen en contacto con los cocinados”, señala. Algo que, en muchos casos, no se cumple.
Por otro lado, llevar el táper a la oficina requiere una planificación de menú, la elección de los ingredientes y su preparación, lo que supone un esfuerzo físico y mental extra. En la sociedad actual, donde los minutos que se dedican a cocinar disminuyen década a década, la elección de platos precocinados o del delivery (la comida a domicilio) va ganando terreno. Aliviar la carga mental que supone tener que pensar en el menú semanal para llevar al trabajo hizo del batch cooking una tendencia.
Las redes sociales como TikTok e Instagram están llenas de recetas que prometen solucionar la papeleta de diferentes formas, dedicando una sola tarde a cocinar para toda la semana. Una de las fórmulas consiste en realizar una suerte de receta base a la que después agregar una legumbre o una proteína que haga parecer que es una preparación diferente. Otros vídeos o blogs publican menús semanales con recetas sencillas y económicas en dinero y en tiempo. Una de las búsquedas más populares es la de “recetas en 15 minutos”, de las que Google devuelve 77 millones de resultados, lo que evidencia que se persigue lo inmediato.
La falta de tiempo y los cambios en las dinámicas laborales han alterado la relación con el acto de cocinar. Lo que era un lujo ocasional, ahora es un hábito, impulsado en parte por la facilidad de las aplicaciones de entrega y la disponibilidad de opciones más asequibles
A pesar de la durabilidad de los productos Tupperware, la preocupación por el impacto ambiental de los plásticos ha crecido en los últimos años. Aunque estos envases son reutilizables, siguen siendo plásticos. El uso excesivo de este material ha sido objeto de fuertes críticas debido a su contribución a la contaminación, ya que tardan décadas en degradarse, lo que ha motivado que muchos consumidores busquen alternativas más sostenibles, como recipientes de vidrio, acero inoxidable o bambú.
Los recipientes de plástico también han generado preocupación por su impacto en la salud. Con el uso prolongado, estos envases se erosionan y existe el riesgo de que los microplásticos acaben mezclándose con los alimentos. Además, los expertos desaconsejan calentar plásticos que contengan comida en el microondas porque el calor puede liberar compuestos como el bisfenol A que resultan tóxicos para el organismo.
No es casualidad que mientras Tupperware languidece, los datos sobre cómo y cuánto cocinamos revelan una tendencia inquietante: cocinamos menos. En los últimos años, se ha observado un aumento considerable en el consumo de alimentos preparados y la tendencia a pedir comida a domicilio en España, mientras disminuye el tiempo dedicado a cocinar en casa. Según el informe Demand Moment de la consultora Kantar World Panel, la compra de platos preparados creció un 5,8% en 2023 en comparación con el año anterior. La falta de tiempo y los cambios en las dinámicas laborales han alterado la relación con el acto de cocinar. Lo que era un lujo ocasional, ahora es un hábito, impulsado en parte por la facilidad de las aplicaciones de entrega y la disponibilidad de opciones más asequibles.
El núcleo de la alimentación se ha desplazado fuera del hogar
Esto ha favorecido la aparición de empresas que ofrecen comidas preparadas en porciones individuales que llegan directamente a la nevera. Una suerte de táper en versión delivery. Algunas funcionan bajo suscripción semanal y sirven menús variados preparados por cocineros profesionales que son una solución para aquellos que no tienen tiempo o conocimientos de cocina. Javier Sinde cuenta a este medio que comenzó a hacer pedidos a Wetaca durante la pandemia. Su profesión, relacionada con la sanidad, le impedía sacar minutos para preparar la comida. “Era una época de trabajo muy fuerte en la que no tenía tiempo para cocinar y la situación tampoco invitaba mucho a comprar. En general me gusta la comida que llegaba, aunque para mí, que hago mucho deporte, las raciones se quedaban un poco cortas”, comenta Sinde, quien reconoce que ahora, aunque teletrabaje, prefiere dedicar su tiempo a otras tareas.
Los supermercados también han visto un nicho y en los últimos años han abierto espacios de comida preparada dentro de sus establecimientos. Uno de los últimos en sumarse ha sido Mercadona, que ha instalado obradores en sus tiendas donde se preparan y venden raciones de paella, tortilla de patatas y fideuá, entre otros platos. Además, esta cadena de supermercados ha comenzado a colocar salas con microondas, cubiertos y mesas en algunas de sus tiendas donde poder calentar y comer estos productos. Una muestra más de que el núcleo de la alimentación se ha desplazado fuera del hogar.