'Coworking' rurales vs urbanos: así recuperan la esencia colaborativa del espacio que se ha pervertido en la ciudad
Los coworking o cotrabajos urbanos hace tiempo que dejaron de ser una especie de utopía laboral en la que diferentes profesionales compartían espacios, ideas y proyectos, para convertirse en un negocio millonario. Según el informe Estado del Coworking en España 2022-2023 elaborado por la plataforma Coworkingspain.es, las grandes empresas inmobiliarias acaparan ya el mercado nacional, gestionando 167 espacios de oficinas en los que trabajan más de 37.000 personas.
Estas empresas concentran el 54% del mercado y facturan 259 millones de euros gracias a unas cuotas que no son para todos los públicos: cobran una media de 195 euros al mes por sus espacios, aunque en Barcelona y Madrid, las ciudades en las que se concentran muchos de estos lugares, el precio medio asciende a 204 y 216 euros respectivamente.
Los cotrabajos rurales son otra cosa. Aunque su aparición en nuestro país es relativamente reciente, poco a poco están atrayendo a más profesionales urbanos que desean escapar, temporal o definitivamente, de la vorágine (y los precios) de la ciudad. Muchos de ellos se reúnen bajo asociaciones como Cowocat Rural en Catalunya, o Cowocyl en Castilla y León.
“El fenómeno de los coworking, cuando nace, es típicamente urbano y responde a las necesidades de ciertos profesionales que necesitaban, para iniciar su actividad, realizar una gran inversión con costes fijos muy elevados”, explica Carles Méndez, profesor e investigador de Estudios de Economía y Empresa de la UOC y experto en cotrabajo. “En España tienen un antecedente, los centros de negocios que aparecieron en los años 70 y 80: pisos en los que había cuatro o cinco despachos ocupados cada uno por una empresa. Pero el concepto coworking va un poco más allá. En ellos no solo puedes acceder a los espacios sino que, mientras trabajas, puedes conversar con otras personas y que a partir de ahí surjan colaboraciones que vayan más allá de simplemente compartir un café o irse a tomar algo”.
La realidad es que muchos de los espacios urbanos que existen actualmente han desvirtuado demasiado este concepto original y se han convertido en una herramienta más de las grandes inmobiliarias para ganar dinero. En un entorno muy alejado de los grandes centros de poder económico, los coworking rurales, con todas sus particularidades, sí que han conseguido mantenerse más fieles a la idea inicial.
El fenómeno de los 'coworking', cuando nace, es típicamente urbano y responde a las necesidades de ciertos profesionales que necesitaban, para iniciar su actividad, realizar una gran inversión con costes fijos muy elevados
Según Carles, el origen de los cotrabajos rurales en nuestro país puede establecerse más o menos en torno a 2011, cuando surgieron al sur de Catalunya, en la zona de la Ribera d'Ebre, dos o tres espacios de forma casi simultánea en localidades de entre 5.000 y 12.000 habitantes. Algunas personas del sector se refieren a esa zona como “el Silicon Valley” de los coworking rurales.
Las diferencias con los coworking urbanos
Este tipo de espacios difieren de los urbanos en varios aspectos. “Lo principal es que el urbano puede sobrevivir perfectamente solo con el alquiler del espacio”, explica Carles. “Si abres un coworking en Barcelona o en Madrid, suele ser ya rentable si está ocupado en un 80 o 90%. Esto en uno rural no pasa”.
Los espacios no urbanos suelen ser más pequeños debido a que, o bien son dependencias municipales que se han readaptado y que tienen entre seis y 10 mesas o bien están en una casa rural en la que el espacio es limitado. “Además, el precio también suele ser más reducido”, afirma Carles. “Esto ha provocado que muchos coworking rurales tengan dos formas de tirar adelante. La primera son las ayudas públicas. No tiene por qué ser una subvención, sino que puede consistir simplemente en la cesión de espacios de forma gratuita. La segunda es la diversificación del negocio: buscar una manera de reinventarse y de ofrecer algo más que no solo sea el espacio de trabajo”.
Por ejemplo, continúa Carles, “imagina un espacio de trabajo que está situado en el Pirineo catalán en una zona donde pueden realizarse actividades deportivas. Pues a lo mejor desde el propio espacio te ofrecen un 15% de descuento o facilidades para hacer actividades tipo barranquismo, rafting o excursionismo con el objetivo de atraer a más gente y no solo ofrecer el espacio de trabajo propiamente dicho, sino una especie de paquetes de actividades”.
Muchos de los espacios de 'coworking' urbanos que existen actualmente han desvirtuado demasiado el concepto original y se han convertido en una herramienta más de las grandes inmobiliarias para ganar dinero
Reactivadores de la economía
El investigador cita otras fórmulas, como la empleada en la zona de la Sierra de la Demanda, en Burgos. “Una zona en la que hay varios coworking asociados y en los que puedes trabajar indistintamente, según te convenga, mientras haces turismo por la zona. Tú puedes trabajar cada mañana, con una buena conexión a internet, mientras tu familia está pasando el día realizando actividades relacionadas con la agricultura, la artesanía, etc.”. Además de atraer a más personas a la zona, aunque sea de forma temporal, este tipo de proyecto contribuye a activar otras actividades económicas que quizá ya existían pero que así tienen más clientes, lo que frena la despoblación.
Otra característica propia de estos lugares es que algunos usuarios son estacionales: van en vacaciones de Semana Santa, en verano o en Navidad. Aunque poco a poco parece que eso está cambiando. “Estamos realizando todavía estudios”, explica Carles, que participa en un proyecto europeo que investiga la geografía de los espacios colectivos de trabajo y su impacto en zonas periféricas, “pero parece que el número de usuarios que pasan todo el año en un cotrabajo rural se está incrementando. Aún es una cifra pequeña, pero está creciendo porque muchas personas se están cansando de las ciudades, de la aglomeración, de la contaminación, del ruido, y prefieren la tranquilidad de los entornos rurales”.
Es el caso de Natalia Alonso, fundadora de la escuela de escritura Billar de letras, que decidió abandonar el barrio de Malasaña, en Madrid, y trasladarse junto con su familia a un pueblo de seis habitantes en Segovia. “No trabajo todos los días en el coworking, que está a 18 kilómetros de mi casa, pero voy de vez en cuando a reuniones de equipo y talleres”. Natalia destaca que merece mucho la pena el intercambio que se produce allí con otros profesionales “y más en las zonas rurales donde vivimos más alejados unos de otros. Es una manera de socializar y buscar sinergias con otros profesionales de la zona. Al final te sientes como en una familia”, afirma.
Sara Arnanz estuvo trabajando hasta 2020 en colegios del Reino Unido y se trajo todo lo que aprendió allí a su Aranda de Duero natal, donde fundó SOL Spanish Online, una escuela de idiomas tanto digital como presencial. “En 2021 conocí el proyecto del coworking de Boceguillas, un pueblo de Segovia, a 40 kilómetros de Aranda”, explica. “En Aranda tenemos espacios privados, pero yo he decidido apostar por reservar mi espacio en Boceguillas cuando tengo épocas de más trabajo de oficina. Se paga cinco euros al día, el trato es muy bueno y se recibe mucha ayuda por parte de la gestora, Mónica, que te hace sentir como en casa y facilita que se cree una red de cooperación y ayuda mutua”.
En las zonas rurales, donde vivimos más alejados unos de otros, es una manera de socializar y buscar sinergias con otros profesionales de la zona. Al final te sientes como en una familia
“Vivo en Villacorta, un pueblo de 30 habitantes de la provincia de Segovia”, nos cuenta Lucía, que gestiona desde allí un negocio de artesanía textil. “Vine a vivir aquí hace dos años y abrí mi empresa hace uno y medio. También tengo otro empleo de técnico de gestión de proyectos en la administración pública, en Madrid, en el cual teletrabajo varios días a la semana”.
Lucía explica que suele ir al cotrabajo de forma ocasional, o bien cuando tiene reuniones online y no quiere arriesgarse a sufrir cortes de conexión. “En mi pueblo la conexión funciona bastante mal, sobre todo cuando hay mucha gente en verano o cuando hay tormentas”, cuenta. “En una ocasión nos quedamos dos semanas totalmente incomunicados”.
Para Lucía el coworking es un lugar muy cómodo para trabajar, no solo por la conexión y por los espacios, sino porque también es una forma de socializar. “En esta zona tan despoblada cuando trabajas en casa puedes estar sin ver a gente mucho tiempo”, confiesa.
En este sentido, el investigador Carles Méndez defiende que los cotrabajos rurales conservan esa capacidad de conectar a las personas que se ha perdido un poco en los urbanos y no solo a nivel laboral. “De hecho, yo no diría que lo conserva, sino que lo remarca aún más porque, por las características del entorno, puedes sentirte muy aislado cuando llegas a un pueblo en el que no conoces a nadie e incluso te pueden mirar con cierto recelo. Pero muchos coworking rurales, no la totalidad, pero sí una gran mayoría, tienen agentes de dinamización que se dedican a fomentar actividades con el resto de usuarios con el objetivo de establecer contacto y no sentirte aislado en el pueblo. Con el objetivo de ser más acogedores y retener a la persona, se intentan cuidar mucho estas cosas”.
3