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Masada, el último reducto del reino de Judea

Vamos a hacer un viaje en el tiempo, a retroceder casi un par de milenios, y a dirigirnos al desierto de Judea, en Israel. Aquí, con unas vistas envidiables hacia el Mar Muerto, se encuentra Masada, la ciudad fortaleza del reino de Judea, el que es considerado el último bastión judío.

Aunque hay indicios de que Masada tuviera un origen hasmoneo, Herodes el Grande, que reinó del 37 al 4 a.C, encontró este enclave el lugar perfecto para hacer frente a sus enemigos por su valiosa ventaja estratégica. Un lugar casi inaccesible, en lo alto de una meseta que casi parece una isla en las alturas a 400 metros sobre el nivel del Mar Muerto. Con el rey de Judea la ciudad creció, se fortificó, se desarrolló, se llenó de almacenes, de cisternas y recibió lujosos palacios.

Ya en el año 6 d.C., y tras la muerte de Herodes, en Masada se estableció una pequeña guarnición romana. Pero cuando la rebelión judía estalló en el 66 d.C. los rebeldes judíos acabaron con ellos de manos de los sicarios, llamados así por el puñal curvo (sica en latín) que llevaban consigo, con Menajem ben Yehuda a la cabeza. Los últimos rebeldes que salieron de Jerusalén tras su destrucción en el año 70 se refugiaron en Masada, y la ciudad volvió a crecer con edificios religiosos, como sinagogas y mikvés, los baños para abluciones rituales.

Los romanos, el asedio y la leyenda de Masada

Si sabemos todo esto es gracias a Flavio Josefo, historiador judío del siglo I d.C., pero también por él conocemos la suerte que Masada corrió unos años después. Roma seguía extendiéndose y su décima legión llegó a Masada con el gobernador Flavius Silva como comandante. Fue a comienzos del año 73 y estaba claro que la última ciudad judía no se iba a rendir fácilmente.

Comenzó entonces un duro asedio, los romanos se asentaron alrededor de Masada, se instalaron ocho campamentos, se construyó un muro de circunvalación y el número de soldados alcanzó los ocho millares. El asedio duró varios meses y las tropas romanas levantaron una enorme rampa de tierra y vigas de madera por la que poder alcanzar las murallas de la ciudad. A través de una torre de asalto y un ariete se comenzó a derrumbar el muro, y una nueva muralla de tierra y madera levantada por los rebeldes fue pasto de las llamas.

Dice Flavio Josefo en su libro “La Guerra de los Judíos” que cuando los romanos accedieron a la ciudad solo encontraron cadáveres. Poco antes, Elazar ben Yair se dirigió a los 960 judíos sitiados y les convenció de que mejor sería morir por sus propias manos que vivir avergonzados y humillados bajo el yugo romano. Este suicidio masivo acrecentó la leyenda de Masada, y sea real o no, según Flavio Josefo fueron dos mujeres y cinco niños, que permanecieron escondidos en una cisterna, quienes contaron lo que ocurrió allí aquella noche. Tras la caída de Masada, Judea pasó a estar bajo pleno dominio romano.

La Masada de hoy

Para conocer la Masada de hoy día no es necesario recurrir a Flavio Josefo, basta con coger un avión a Tel Aviv, atravesar Israel y llegar hasta el Mar Muerto. Dado su valor histórico Masada cuenta con su propio Parque Nacional, y además es Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO desde 2001.

Cuando llegas a sus pies descubres que ahí sigue, encaramada en lo alto de un peñón, rodeada de desierto. Un Centro de Visitantes se encarga de darte la bienvenida, donde hay un pequeño museo, una sala con un vídeo introductorio y el comienzo del zigzagueante sendero que sube hasta la cumbre, el “Camino de la Serpiente”. Pero tranquilos, un teleférico hace un servicio que bien merece la pena, al menos para subir. Si lo prefieres existe otro acceso, desde el lado oeste, si es que vienes desde Arad. Pero de un modo u otro, una vez arriba, atravesamos el muro de la antigua ciudad y saltamos en el tiempo.

Comenzamos a caminar por los restos de la ciudad asediada, dejando construcciones a un lado y a otro. Vamos a pasar por las viejas viviendas, por enormes almacenes que permitieron aguantar el asedio, murallas, torres y así hasta llegar al palacio norte. Aquí encontramos el punto más importante de Masada, uno de los edificios más lujosos y osados que construyera Herodes, dispuesto en terrazas a diferentes niveles asomado a una caída libre. Aunque solo sea por contemplar las vistas desde este punto, con el Mar Muerto a tus pies, ya habrá merecido la pena llegar hasta aquí.

Pero Masada es más grande de lo que parece y en el recorrido aún nos queda por descubrir alguna cisterna, algunos baños termales, el fundamental sistema de abastecimiento de agua, los restos de una sinagoga, un columbario (palomar) para la cría de palomas, una iglesia bizantina (sí, tras irse los romanos también los bizantinos también pasaron por aquí), el palacio occidental y hasta una piscina pública de ablución.

Alrededor de la ciudad, conforme te vayas asomando por los muros de Masada, distinguirás perfectamente los campamentos romanos que rodearon la ciudad durante el asedio, así como el muro que la circundaba. Cómo no, allí sigue también la enorme rampa construida por la Legio X Fretensis en el lado oeste para alcanzar las murallas de la ciudad, no muy lejos por cierto del lugar donde de marzo a octubre, los martes y los jueves, tiene el lugar un espectáculo de luz y sonido “Al Frente de Masada”.