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Viajar en familia y con niños pequeños es posible. Y no, no nos referimos a escapadas de fin de semana. Ni a vacaciones de 15 días. Sino a grandes viajes de varios meses en los que se recorren diferentes países, o incluso más de un continente. No hay muchas familias que se animen a hacer viajes tan a lo grande. Es más, a muchos padres seguro que les parecería una idea descabellada. Pero aquí tenemos cinco ejemplos, cada uno con sus circunstancias y características, que nos dejan bien claro que a veces solo es cuestión de ganas, algo de logística y una buena dosis de valor para salir de esa zona de confort que a veces sentimos que nos atrapa.
Familias de estas no hay tantas, pero sí las suficientes como para que sirvan de inspiración a quienes andan dándole vueltas a la cabeza y soñando con algún gran viaje. Ya sea en coches todoterreno, en campervan, en transporte público o incluso en bicicleta, nuestros protagonistas, más que un viaje, lo que nos transmiten es todo un estilo de vida.
Ellos son ‘La MochiFamily’, con Jaume, Patri, Magí y Alguer, ‘El Vuelo de Apis’, con Ingrid, Andrés, Nora, Cloe y Elsa, ‘Algo que recordar’, con Lucy, Rubén, Koke y Tindaya, ‘Familia sin rumbo’, con David, Fany, Sule y Sebas, y la ‘Familia Supertramp’, con Susana, Óscar, Lucía y Darío, y estas son sus experiencias como familias viajeras que recorren el mundo.
Ellos son Jaume, Patri, Magí y Alguer, y su proyecto de viaje lo han bautizado como ‘La MochiFamily’. En enero de 2019 lo dejaron todo y comenzaron a viajar por el mundo sin fecha de vuelta, cuando Magí tenía 5 años y medio y Alguer tan solo 17 meses. ¿El resultado? Un viaje de un año por el Sudeste Asiático y Australia. “Teníamos un billete de solo ida a Singapur y el resto del viaje lo fuimos organizando sobre la marcha. En 12 meses recorrimos 9 países: Singapur, Filipinas, Vietnam, Camboya, Tailandia, Malasia, Indonesia, Australia y Hong Kong”, nos cuenta Jaume.
Durante el viaje durmieron en todo tipo de alojamientos, usaron todo tipo de transportes, hicieron couchsurfing, alquilaron una autocaravana e incluso hicieron un housesitting de 42 días en Australia mientras cuidaban de 2 perros y una gata. Pero para ellos, lo mejor del viaje fue poder pasar 24 horas al día juntos durante un año.
“En el momento de empezar el viaje nuestros hijos se encontraban en edad de escolarización no obligatoria. Decidimos encargarnos nosotros de la parte educativa y durante el viaje practicábamos la lectoescritura con Magí sin apuntarlo a ningún sistema de educación a distancia. Optamos por el homeschooling y por el worldschooling. En este tema, cuanto más pequeños son, más fácil resulta”, explica Jaume. “El viaje le aportó a los niños mucho más de lo que nunca nos llegamos a imaginar. El viaje tiene un impacto muy positivo en el desarrollo emocional de los niños, eso es innegable, y además favorece el aprendizaje vivencial. Aprenden desde la propia experiencia, y no hay mejor aprendizaje que ese”.
“De viaje aprendieron geografía, ciencias naturales, otros idiomas y respeto por otras culturas. Aprendieron a adaptarse a todas las situaciones, a que no siempre salen las cosas como las planeamos, vieron que hay otras realidades en el mundo y aprendieron a vivir con muy pocas cosas materiales”. Para ellos, el propio viaje hizo de escuela, y sin duda animan a hacer algo así a todos los que se plantean hacer un gran viaje con niños porque les aseguran que van a vivir la mejor experiencia de sus vidas.
‘El Vuelo de Apis' son Ingrid, Andrés, Nora, Cloe y Elsa. En 2016 pusieron en marcha un viaje que llevaba como hilo conductor un proyecto educativo propio e independiente cuyos indiscutibles protagonistas fueron los niños, y no solo sus hijas, que en aquel momento tenían 9, 7 y 5 años.
El viaje les llevó a recorrer 9 países de Sudamérica durante un año. Pasaron por Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Chile, Argentina, Paraguay, Brasil y Uruguay, y visitaron 83 proyectos educativos transformadores a los que entrevistaron y dieron a conocer en redes para darles visibilidad e inspirar. “Desde la diversidad, y sin verdades absolutas, estimulamos la reflexión sobre la manera de educar a nuestros hijos. Más de 80 familias se ofrecieron para alojarnos. El viaje empezaba cada vez que entrábamos en un hogar que nos llevaba hasta la esencia de su cultura y su corazón. Alternábamos esas estancias con noches en la naturaleza en nuestra Nissan Pathfinder 4x4 adaptada para dormir los cinco”, recuerdan.
“Las niñas tuvieron un gran protagonismo e implicación en el desarrollo del proyecto, ejerciendo de relaciones públicas, reporteras, ‘periodistas’, camarógrafas e investigadoras. Las involucramos desde el principio, viviendo desde dentro proyectos, interactuando con profes y alumnos, formando parte de las grabaciones, aprendiendo. Disfrutamos en familia, siempre cerca, viviendo intensamente con tranquilidad y plenitud. Nos regalamos tiempo dedicando tiempo de calidad a la familia y descubriendo mundo juntos”, nos cuentan los Apis.
Aunque tenían la opción de recurrir al CIDEAD, el Centro para la Innovación y Desarrollo de la Educación a Distancia del Ministerio de Educación, ellos no la siguieron. Ingrid y Andrés son profesores y aprovecharon las oportunidades que les ofrecía el viaje para completar la educación de sus hijas. “Además, la interacción humana a la que nos exponíamos cubría los apartados de socialización, comunicación verbal y trabajo cooperativo, esenciales en nuestro ideal educativo. A la vuelta se incorporaron a sus clases, sin dificultades para afrontar el curso, y terminaron con excelentes resultados. En el viaje desarrollaron nuevas destrezas muy útiles para su evolución académica”. Y es que herramientas no les faltaron para que el mundo fuera la mejor de sus escuelas.
“Nos preocupa que crezcan con miedo a los demás, no todo es lo que muestran los telediarios. Que desconfíen del género humano y que no tengan una actitud abierta, tolerante y solidaria. Estimulamos sus ganas de conocer mundo y su naturaleza. El planeta es grande y viajar es una buena manera de educar en todos esos valores”. Pero los Apis también tienen clara una cosa: “Somos afortunados de haber parado nuestra vida durante un año. No todos pueden y nos sentimos privilegiados. Y aunque el regreso no es fácil, todo se cura con nuevos proyectos e ilusiones”.
El proyecto de vida de ‘Algo que recordar’ lo pusieron en marcha Lucy y Rubén hace ya nueve años con el típico sueño de dar la vuelta al mundo. Desde entonces los viajes no han cesado y hoy ya son cuatro, con su hijo Koke de 5 años, que ya ha estado en 23 países, y su hija Tindaya, de siete meses. En estos momentos andan atravesando Europa con su campervan con la idea de recorrer algunos países nórdicos, y aunque calculan un total de siete meses de viaje, la experiencia les dice que… nunca se sabe.
“Esta forma de viajar nos da la posibilidad no solo de ir avanzando siempre, sino de llegar a lugares en plena naturaleza y quedarnos allí. Con una cama constantemente preparada, con un restaurante siempre abierto, con transporte sin esperas”, nos dicen Lucy y Rubén. “Vivir la sensación de que cada día es diferente hace que te adaptes muy bien a los cambios y que la rutina no te atrape. La cantidad de estímulos a los que se exponen los niños es inagotable y, por lo tanto, su aprendizaje sobre el mundo es constante. Lugares totalmente diferentes, otras costumbres, animales en su hábitat, etc. Hasta que no se vive, es difícil de imaginar lo mucho que les aporta el viaje a todos los niveles”.
Para ellos, viajar en familia supone ver todo lo que les rodea con otros ojos, a un ritmo más lento y con puertas que se abren: “La gente se acerca más a nosotros y nos quiere ayudar en todo momento. Fácil no es, pero bueno, la crianza y la educación en general son complicadas en cualquier situación. Es normal que mucha gente sienta cierto temor a lanzarse a viajar con niños. Es el vértigo a lo desconocido. Nosotros también lo tenemos cada vez que empezamos un nuevo viaje, pero a los pocos días todo acaba siendo más sencillo de lo que parecía. Y de hecho, adaptarnos a la vida sedentaria nos cuesta más”.
“Lo que podemos decir desde nuestra experiencia es que, si hay ganas de viajar, que los niños no sean un freno o una excusa. Que sean parte de ese sueño y esas ganas de conocer mundo ya que es una forma increíble de anclar recuerdos a lugares. Una forma de acumular momentos que permanecerán para siempre en las conversaciones de la familia y que empiezan más o menos con un: ”Recordáis cuando…“
David, Fany, Sule y Sebas son ‘Familia sin rumbo’. David y Fany son profesores de Educación Física e imparten clase en institutos, y poco a poco, por etapas, están cruzando África de sur a norte por el este, desde Sudáfrica hasta Egipto. En 2019 los niños tenían 7 y 4 años respectivamente cuando pusieron en marcha la primera etapa de este gran viaje que les tuvo viajando durante cinco meses por Sudáfrica, Lesoto, Suazilandia, Namibia y Zimbabue. El viaje lo hacen en su coche 4x4 que, cómo no, ya ha sido bautizado con un nombre muy apropiado: ‘Tembo’, que significa elefante en suajili.
“Es un viaje en el que hemos estado fundamentalmente en parajes naturales, evitando las grandes ciudades y adentrándonos todo lo posible en Parques Nacionales y zonas rurales”, pero la pandemia rompió la continuidad del viaje y en 2020 volvieron para durante mes y medio recorrer lo que les quedaba de Zimbabue y una parte de Zambia, donde les espera el coche para la tercera etapa que comenzará este verano y les llevará por Tanzania, Kenia, Etiopía, Sudán y Egipto.
Para la ‘Familia sin rumbo’, el hecho de viajar lo que les proporciona es tiempo: “Creemos que lo que más disfrutan los niños durante el viaje es la ausencia de horarios. El depender de nosotros mismos para establecer el ritmo del viaje va creando un clima familiar estupendo. No hay tiranteces, ni disputas, ni nervios”.
En su caso, no tuvieron problemas con la escolarización: “Durante la primera etapa los niños eran pequeños y en el colegio no nos pusieron pegas. La segunda etapa se desarrolló durante las vacaciones escolares de verano, así que tampoco les afectó. Y en la tercera etapa quizá les coincida con el comienzo del curso, pero no será muy significativo. Pero por si acaso echaremos un vistazo a los libros del próximo curso”.
Tienen claro que este tipo de vivencias en familia refuerza los lazos entre ellos. “No solo son momentos pasados juntos. Son ítems importantes en la vida que quedan grabados y que son recordados en familia cada cierto tiempo, reforzando un círculo que se retroalimenta y que invita a seguir teniendo vivencias compartidas en familia”.
Saben que a las familias viajeras lo que más les preocupa siempre son los aspectos relacionados con la seguridad, la sanitaria por un lado y la integridad física por otro, pero consideran que ambos aspectos son solventables con previsión, cuidado y sentido común. Cuando una familia les pregunta si seguir sus pasos o no, lo tienen claro: “Que lo hagan. Si les apetece, hoy en día hay información de familias que seguramente hayan hecho algo similar y que están dispuestas a aclarar cualquier duda o inseguridad que tengan al respecto”.
La ‘Familia Supertramp’ son Susana, Óscar, Lucía y Darío. Susana y Óscar llevan juntos 16 años y desde hace 12 les acompaña Lucía, y desde hace 8 Darío. Nunca han perdido la oportunidad de viajar y tener hijos no ha sido un impedimento para seguir haciéndolo.
“Todo empezó recorriendo varios tramos del Camino de Santiago cuando Lucía no era más que un bebé”, nos cuentan los Supertramp. “En 2011, cuando ya tenía 20 meses, fuimos desde Ámsterdam a París en un primer viaje de largo recorrido durmiendo en tienda de campaña. En 2013 hicimos la costa de Portugal. Y entonces, ya confiados, decidimos lanzarnos a hacer el gran viaje cuando Darío acababa de cumplir dos años: la vuelta a Europa en trike pedaleando durante un año por 10 países y recorriendo 10.000 kilómetros”. Salieron de Pontevedra, recorrieron toda España siguiendo el Camino Francés hasta Francia y desde allí continuaron hacia Italia, Grecia, Macedonia, Serbia, Hungría, Austria y Alemania antes de regresar de vuelta a España pasando de nuevo por Francia.
Tienen claro que lo que más disfrutaron los niños fue su tiempo de juego juntos. “Fueron tantas las horas jugando que aún a día de hoy se deja ver en ellos la huella que les marcó el haber compartido tantas experiencias”. Pero claro, estar fuera un año no era compatible con la escolarización, “pero encontramos la solución perfecta a través de la plataforma del CIDEAD que permite la escolarización a distancia. Bastaron unos correos electrónicos con el colegio, la matrícula en el CIDEAD y una entrevista con la inspección educativa para poner en marcha el año de educación online”.
Para ellos, viajar hace que el tiempo con los niños se multiplique. “De la noche a la mañana pasamos a compartir prácticamente cada instante con ellos y eso requiere un gran esfuerzo y conlleva una gran responsabilidad. Además, el solo hecho de viajar es una experiencia tan intensa que sientes que estás haciendo lo correcto cuando compruebas que tus hijos aprenden en entornos tan cambiantes. Sientes que todo lo que le estás dando tiene un gran valor que les servirá para entender el mundo tal y como es”.
La 'Familia Supertramp' no duda en animar a las familias a viajar porque saben que es una experiencia que no olvidarán. “Será intensa, puede que dura en ocasiones, pero hará que los vínculos familiares sean más fuertes”. Como conocen las dificultades con las que se pueden encontrar, recomiendan ir de menos a más, empezando por hacer pequeños recorridos e ir incrementando distancias y días de viaje, para ir probándose. “De lo que estamos seguros es de que no todo saldrá bien y hay que saberlo, estar preparados y con mente abierta al cambio. Pero esa es la magia de la aventura”.
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