Aprender a leer
Esta semana ha surgido la polémica a raíz de la noticia de que un colegio público de Barcelona había retirado el 30% de los libros de su biblioteca infantil (de 3 a 6 años) por sexista. A decir verdad, la medida no fue bien recibida por nadie, tampoco por mí, ya que combatir el sexismo de esa forma puede tener un claro efecto boomerang.
Purgar libros de una biblioteca es un acto con antecedentes gravísimos en la Historia (la Inquisición, la quema de libros por los nazis, la revolución cultural de Mao…) y en la propia literatura: recordemos clásicos como Farenheit 451. Pero no todas las reacciones a la noticia de estos últimos días se han quedado en la crítica hacia el autoritarismo o el carácter contraproducente de la medida. Otras respuestas han aludido a lo absurdo que supone –en su opinión– afirmar que esos cuentos son sexistas, puesto que no hay nada censurable en ellos. En pleno mitin, Santiago Abascal, con el libro de Caperucita en la mano –dijo haberlo comprado esa misma tarde para releerlo y regalárselo a su hija–, se preguntó ante su audiencia, tras supuestamente haberlo repasado: ¿Cuál es el problema: que a la niña la manden a hacer un recado, y no al niño, en vez de hacerla astronauta; que la niña va con falda y no con pantalones; que el malo es el lobo que es un animal y que, por tanto, no solo molesta al feminismo supremacista, sino también a los animalistas; que el que soluciona el problema es el cazador que, como el príncipe que rescata a la Bella Durmiente, es un hombre que además mata animales…?
Ante el revuelo levantado, el colegio en cuestión se ha visto obligado a aclarar que no ha retirado los libros, de lo cual me alegro, sino que los ha analizado desde una perspectiva de género y ha señalado aquéllos que tienen contenido sexista. Pero, más allá del episodio en sí, creo que es importante reflexionar sobre la importancia que tiene el proceso de aprender a leer y sobre la necesidad de educar frente a simplemente socializar o prohibir lecturas, algo que, por otra parte, ha ocurrido en las bibliotecas escolares también en otros tiempos, y estoy segura que sigue ocurriendo. ¿O es que en los colegios religiosos donde nos educamos una parte importante de las personas de mi generación –ya sin Franco– teníamos a nuestra mano todos los clásicos de la literatura universal? ¿Lo están ahora en las bibliotecas de los colegios religiosos la mayor parte de los cuales financiamos con nuestros impuestos? Ya les digo yo que no y nadie dice nada. Porque tanto la censura religiosa como la educación patriarcal forman parte de nuestra cultura, de nuestra “normalidad” acríticamente aprendida.
Santiago Alba Rico, en su magnífico ensayo Leer con niños, nos da algunas claves. Nos dice, por ejemplo, que la literatura libera, pero también ata a prejuicios y sinsentidos. Que la literatura, como afirmaba George Steiner, se sostiene en una indeterminación anfibia entre el bien y el mal. Para Alba Rico, la literatura sería lo contrario a la tecnología, en tanto que “podemos decir que el ordenador ha suprimido la máquina de escribir, pero no que Coetzee ha suprimido a Balzac o Roberto Bolaño a Dickens”. En este sentido, “si algo cambia en los libros –y por eso la relectura es fundamental– son los lectores, que se van transformando en el exterior”.
Un buen cuento infantil –que, por supuesto, también es literatura– tiene distintos niveles de significación que se van descubriendo con la edad, mejor si es con la ayuda de una buena guía. Analizar los cuentos es, por tanto, positivo, pero ha de hacerse respetando siempre la edad y el nivel de madurez de las y los lectores. Hay mil formas de hacerlo: poniendo el énfasis en cosas aparentemente nimias, por ejemplo, o proponiendo versiones alternativas, que, por cierto, era lo habitual antes de que los hermanos Grimm sistematizaran gran parte de la tradición oral cuentista centroeuropea. Inculcar el amor por la lectura es en sí mismo importante porque aprender a leer críticamente es más fácil si leemos, leemos y releemos.
Caperucita Roja es uno de los títulos que han desatado la polémica. Este cuento se puede leer de muchas maneras: como una lista de la compra, como una manera de inculcar el miedo al bosque y al lobo o como el aleccionamiento implícito a las niñas, quienes, desde el momento en que tienen la regla (el rojo de la capa simbolizando el de la menstruación), deben desconfiar de los hombres, de los seductores que pueden engañarlas para, finalmente, violarlas y matarlas.
Los cuentos siempre han sido lecciones de moral muy precisas; lo eran, sobre todo, antes de que los edulcorasen con finales felices que atenuaban el crudo efecto de la moraleja y aliviaban la posible angustia de niños y niñas. En la versión más conocida de Caperucita, recogida entre otras por los hermanos Grimm, la niña y su abuela resucitan después de que el cazador mate al lobo. Pero los mismos hermanos Grimm incluyeron otra versión donde Caperucita se encontraba con un lobo que no lograba engañarla. Llegaba, por tanto, sana y salva a casa de la abuelita, le contaba a ésta todo lo ocurrido y ambas construían una trampa gracias a la cual el lobo moría ahogado. Pero más de un siglo antes de las publicaciones de los Grimm, en 1697, en su famosa recopilación de cuentos, Charles Perrault incluía una versión en la que triunfaba el lobo. Esa versión no es en sí misma un cuento, sino una clara advertencia. Bruno Bettelheim, que en los años setenta del siglo pasado publicó un estudio de los cuentos infantiles desde la perspectiva psicoanalítica, concluyó que, de haberse impuesto la versión elegida por Perrault, habríamos hecho bien en sacarla del repertorio infantil.
En la versión de Perrault, el lobo, disfrazado de abuela, se esconde dentro de la cama y le pide a la niña que se meta en ella con él. La niña se desviste y le obedece, pero se sorprende de que, bajo las sábanas, su abuela esté desnuda. Y le hace dos preguntas al lobo que no aparecen en la versión más conocida de los hermanos Grimm: “¿Por qué tienes esos brazos tan grandes?”, a lo que el lobo responde: “Para abrazarte mejor”; y “¿Por qué tienes esas piernas tan fuertes?”, y ahora la respuesta es: “Para cubrirte mejor”. En esta versión, el lobo que vence poseyendo y devorando a Caperucita es, claramente, una metáfora del hombre adulto que seduce a la ingenua adolescente de buenas intenciones y delicada educación, pero en pleno despertar sexual.
Una imagen sospechosamente parecida a la que todavía hoy transmitimos a las adolescentes que nos rodean, solo que ahora, además, como muy bien explica la filósofa feminista Ana de Miguel, las volvemos locas. En la pubertad las niñas se enfrentan a un tránsito muy difícil en tanto que contradictorio. Mientras que los chicos encuentran una continuidad entre su aprendizaje infantil y adulto, las chicas tienen “que transitar de la identificación con la dulzura y la maxifalda, propias de las princesas de su infancia, al descaro y la minifalda propios de la sexualización que se les demanda en la adolescencia”. Es en ese momento cuando, a través de las revistas femeninas, se les anima a “matricularse en una especie de máster en el cuidado y embellecimiento personal, que (…) para muchas chicas es el comienzo de la desvalorización de sus cuerpos frente a los imposibles cánones de belleza de la revista”, y cuando los adultos comenzamos a asustarlas para que no vuelvan a casa solas, para que no acepten una bebida de nadie.
Podemos decir que les regalamos la preciosa capa roja que las sexualiza y las educamos en la complacencia y las buenas y dulces formas, al tiempo que les advertimos claramente de que hay lobos en el bosque. Ahora, además, esos lobos van en manada.
También La Bella Durmiente tiene una versión anterior a la conocida por todos, en la que pudo inspirarse Almodóvar a la hora de escribir el guion de su película Hable con ella. En esa versión la bella princesa no despierta al recibir un beso de amor verdadero –un beso que muchas niñas (y niños) saben ahora, gracias (¡quién lo iba a decir!) a Disney y su Maléfica, que solo puede ser el de una persona que te cuida–, sino tras dar a luz a un par de mellizos concebidos por la violación de un rey que se cuela en el castillo mientras estaba de caza.
Los ejemplos son numerosos. Por eso es tan importante enseñar a leer sin prohibiciones y distinguiendo claramente la educación de la socialización. Socializar es incorporar a las criaturas a la cultura en la que van a vivir, normalmente a través de un proceso de aculturación inconsciente, sin mayor planteamiento al respecto, mientras que educar es ayudar a esas criaturas a acceder a su cultura de manera crítica y comprometida. Solo si educamos y no solo socializamos a nuestros hijos e hijas podremos avanzar hacia una sociedad verdaderamente mejor y más igualitaria. La lectura, también la de Caperucita y La Bella Durmiente, puede ser una herramienta maravillosa para ello.