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Dani Mateo, again

Dani Mateo

Elisa Beni

Dani Mateo, otra vez, sí. Las batallas son duras y largas y no todas las mata el general invierno. Son batallas necesarias. Batallas que sólo libran los valientes y Dani lo es. Quizá un poco por inconsciencia, como casi todos, pero es que nadie dijo que el coraje fuera cosa de seres perfectos. En el último año hemos coincidido ambos aquí y allá para clamar contra la ofensiva evidente y organizada contra la libertad de expresión de unos, siempre los mismos, por parte de otros, también bien identificados. Durante los últimos años se produjo una tormenta perfecta represora que engarzaba a una policía que salía en búsqueda prospectiva -operaciones Araña-, una Fiscalía dirigida de forma tenaz contra determinados sectores y unos tribunales politizados -Audiencia Nacional y Tribunal Supremo- que cerraban el círculo. Dani Mateo fue atrapado por la borrasca con su broma sobre el Valle de los Caídos y, después de un periplo judicial, todo terminó en nada.

Cambiadas las tornas, los jefes de las policías, los jefes de los fiscales y los tribunales, todavía queda la posibilidad de que te imputen (te investiguen, según la reforma de neolenguaje del PP) por un chiste. Sí, por un puto chiste. Un sarcasmo de dimensiones planetarias, porque si de algo se reía Dani, otra vez, en ese sketch era de los que consideran que la bandera es el valor a defender y no el símbolo de los valores. Un error que amenaza con convertirse en radicalmente divisor.

Sinarse la napia con el trapo haciendo una coña. He ahí el problema. Lo cierto es que una asociación policial que no tiene claras referencias políticas en la progresía precisamente ha encontrado quien le compre el material averiado. Y Dani está otra vez jodido, es decir, imputado. Un juez de Madrid con historia, Adolfo Carretero, le ha llamado a declarar en calidad de investigado, aunque debería saber que no hay delito en su conducta. No encaja en el tipo, un tipo que además no debería existir. Leo a magistrados varios en las redes sociales recomendarle que no se queje ya que no habrá condena “sería disparatada, por ahora lo que hay es incomodidad para alguien que optó por colocarse en ese ámbito porque lo consideró oportuno a sus intereses y a los de su cadena”. Sí, ese disparate disparatado lo dice una magistrada. Afirma sin pudor que no habrá condena, pero le resulta adecuado que un juez de instrucción incomode a un cómico que hizo un chiste por arriesgarse en un terreno resbaladizo. Lo justifica porque le iba bien a él y a La Sexta para ganar audiencia. Bien les está a ambos, parece predicar. Así son las cosas. El poder omnímodo del juez instructor, un poder irresponsable la mayor parte de las veces y que no hay que dejar de denunciar, sobre todo cuando sus propios compañeros están de acuerdo en que se ha abierto una causa que no prosperará.

No es la primera vez que Adolfo Carretero hace una de estas. También mantuvo imputada a la periodista que difundió el video sobre el espionaje a Ignacio González y sus bolsas en Cartagena de Indias para al final tener que sobreseer por orden de la Audiencia Provincial. No contaba nada que su hermano Agustín fuera director general de Justicia de la CAM, nombrado precisamente por Nacho González. Lo de la periodista de la SER era atípico, pero no se libró ni del mal trago ni de pagar abogados. Supongo que le estaría bien empleado por incordiar, como parece que ahora le pasa a Mateo. El poder omnímodo del juez de instrucción. ¿Qué pasa si te imputa y te hace pasar las de Caín y luego resulta que, desde el principio, era obvio que los hechos no se ajustaban al tipo penal? Pues nada. Sale gratis. Así que no desestime Dani Mateo que le hagan pasar un mal rato, y a la libertad de expresión con él, durante una temporada. Lo cierto es que el juez sabe o debería saber que Estrasburgo ya nos dio un palo por pretender que quemar banderas fuera delito ¡cuanto menos dejarles unos moquitos!

No sé si se contempla en esta locura represiva del acto liberador y catárquico que es el humor, que no hay nada que contribuya más a esa desafección por los símbolos que muchos españoles tienen y que nos aleja cada vez más a unos de otros. No sé si salvarán sus trapos y sus notas musicales, pero puede que pierdan en el camino la posibilidad de unión de los ciudadanos que dicen que representan. Algo que los talibanes se deberían preguntar. No lo harán, claro, porque no es eso lo que les interesa. Lo de la unión es pura literatura. Lo de la uniformidad es puro objetivo.

Quizá el problema inicial parta también de esa sacralización de los símbolos nacionales que responde a la experiencia pasada con el terrorismo de ETA y con todo lo derivado de él. Desde entonces se justifica bien esgrimirlos como garrotes. No es buena idea. Terminará por serlo peor. El hecho de incluir como delictivas “las ofensas y ultrajes” a España, a sus comunidades autónomas y a sus símbolos es de hecho un absurdo. En primer lugar, porque ambas palabras, ofender y ultrajar, sólo se refieren en puridad del lenguaje a personas y no a cosas u conceptos. El mero hecho de referirlas a símbolos es de por sí una toma de posición restrictiva o un tomar la parte por el todo que está en el origen de mucha de las diatribas que ahora nos ocupan. Dejaré aparte el hecho de que una organización sindical cuyo objetivo es defender las mejoras profesionales de policías se convierta en la guardiana de las esencias patrias. Todo forma parte del mismo mejunje sectario que consiste en asimilar una y otra vez la bandera con unas esencias, con unas ideas, con una política. Ese mismo que hace que se insulte, se menosprecie, incluso se amenace envuelto en unos colores que se pretenden de todos.

Son batallas simbólicas que esconden fallas profundas. Están secuestrando un símbolo que tenemos todo el derecho incluso a no usar. Eso no les concede el poder para darnos con él en la cabeza. Contra el vicio de imponer, la virtud de resistir. Eso es lo que ha hecho Dani Mateo, otra vez. Y no lo ha hecho sólo por él.

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