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Desmontando la España del PP

Cospedal, Saénz de Santamaría y Casado, aspirantes a la presidencia del PP. EFE

Rosa María Artal

Resulta casi enternecedor ver a los candidatos a presidir el PP hablar de los grandes valores de su partido. Como si acabaran de nacer y no les compitieran los desmanes inferidos en esta nefasta época. Por mentir, inflaron hasta los militantes que les sustentaban. Los casi 900.000 eran altamente virtuales. Al final han sido el 7,6%, 66.384 personas las que han inscrito como electores en las primarias. Cualquier malpensado diría que en el PP está más afianzada la cultura de cobrar que de pagar.

Los pufos del PP siguen saliendo y son de tal calibre que exigen una limpieza profunda de la organización y hasta refundar el partido si algo aceptable queda. Y apenas nadie lo menciona. Lo que ha hecho el PP debería figurar en todo candidatura electoral de los dirigentes.

Lo último nos sitúa ante una exclusiva de eldiario.es: el gobierno de Rajoy pagó 603 millones de euros (SEISCIENTOS TRES MILLONES) en sobreprecios de obra pública, aprobados por el ministerio de Fomento desde diciembre de 2014. De ellos, el grueso, el 68%, se lo llevaron los más caros miembros de la gran familia: el grupo ACS (Florentino Pérez) el 39%, FCC (Esther Koplowitz entonces) el 28% y Acciona (Entrecanales) el 26% sobre el precio de adjudicación. En el cuadro de ese tan preciso despilfarro, encontrarán la mayor parte de las empresas y apellidos habituales.

El gobierno del PP se resistió a facilitar datos de los sobrecostos. Tuvo que hacerlo obligado por una sentencia, tras una solicitud de información de eldiario.es. Solo en un caso, en éste, nos encontramos con el operativo clásico: sospechosos sobrecostes a sospechosos beneficiarios, nula transparencia y obstáculos a la información. Con dinero de todos.

Al mismo tiempo, por casualidad, hablaba el juez De Prada. Es uno de los redactores de la primera sentencia de la Gürtel que desencadenó la moción de censura a Rajoy. Atendamos a dos puntos muy reseñables de su entrevista en El País. Uno, el que ratifica la corrupción: “La existencia de la caja b del PP es una conclusión unánime del tribunal”. Dos, las amenazas: “Mientras juzgaba Gürtel sufrí más ataques que en toda mi carrera”. No hay señalamiento de nombres pero esta práctica es ya una evidencia y un clamor.

Empezó con el juez Baltasar Garzón. Cien veces dije y mil pensé que el día que los españoles consentimos su defenestración, tan evidente, abrimos la puerta a la impunidad. Aquel día marcó un punto de no retorno. Y lo hemos pagado como sociedad muy caro. También habría que enmendar el entuerto, más vale tarde que nunca.

No son cuestiones de chanza los asaltos a despachos de fiscales, la pérdida –literal- de papeles comprometedores o la mala salud y accidentabilidad de algunos implicados en la corrupción del PP. Ocurre. Y todo, como las mil fullerías y abusos, se guarda en una mochila en el altillo como si no fuera con los dirigentes que han convivido con estas prácticas y sus consecuencias.

Ser conservador no puede implicar compartir lo que en España supone el Partido Popular. Las trampas –abultadísimas- en títulos y máster, por añadidura. Producen auténtico bochorno a las personas decentes. Pero son convenientemente aligeradas desde los púlpitos mediáticos de la derecha. Maternal comprensión con los ventajistas y ataque al mensajero. Manga ancha moral y golpes en el pecho.

“Desmontando España”, titula ABC en su serie de portadas lastimeras y ofensivas. España son ellos, todo el clan, la derecha más reaccionaria. Y sería saludable, precisamente, desmantelar su apropiación y uso de nuestro país. Todavía no despiertan de la pesadilla que les ha echado de la Moncloa por corrupción. Al poder ejecutivo del grupo. Mucho más tarde de cuando debió ocurrir por exigencia ética de cuantos componen la sociedad.

Pero ha ocurrido. Pedro Sánchez y su consejo de ministras ocupan los centros de poder que el lobby conservador consideran suyos por derecho. Y van como almas en desasosiego. Piden respeto para los poderes que ellos mismos han venido envileciendo. Cualquier movimiento les parece una atrocidad. Oír hablar de inmoralidad por algunas medidas al portavoz Rafael Hernando es un insulto. Albert Rivera se ha aupado al mismo carro en la senda errática y previsible en la que ha entrado sin tapujos. Demuestran una y otra vez lo que es la derecha española, lo a gusto que se sienten en la involución. Cuanta fachada enseñan para tan pocos valores.

Y ahí tenemos al PP experimentando la democracia interna. Con sus candidatos cargados de responsabilidades políticas por lo ocurrido que llevan con garbo sin igual. Sin ofrecer ni autocrítica, ni regeneración. Los valores del PP en bandera. Pues los han dejado buenos.

Cada día nos recuerda la idiosincrasia de la derecha española. Es la que dotó con cuatro medallas, que incrementaban un 50% su pensión, al más sanguinario torturador de la policía franquista y posterior. La derecha que robó niños como hicieron las peores dictaduras. También fue Baltasar Garzón quien inició el procedimiento. De crímenes contra la humanidad, los calificó, que por cierto se documentaron hasta los años 80. Los gastos de una familia normal, son los que gozó Ana Mato, condenada en la Gürtel, que ha declarado en el Congreso convencida de su derecho a lucrarse con la corrupción, al tiempo que dictaba la ley que suprimía la sanidad universal y 400 medicamentos. La derecha que ha mantenido sin regenerar una justicia infectada de machismo en algunos de sus tribunales. La que disuade la información y el espíritu crítico.

Puede que ésta sea una primavera fugaz. Hay alguna mochila compartida. Temores de los lastres que arrastramos. Pero puede salir por la voluntad de cambio. Porque la diferencia es abismal. Porque ya se contabilizan logros. Ver al PP fuera de la Moncloa y a la derecha mediática reconcomida no tiene precio.

La campaña por la presidencia sigue hasta con algunos tintes patéticos. Dolores de Cospedal es la más ferviente defensora de los valores del PP, de todos estos que conocemos. Y no en vano oferta a Zoido, Catalá y Dolors Monserrat en su equipo. Casado lleva en el suyo todos los vicios del PP, con menos edad pero igual de intensos. Soraya Sáenz de Santamaría reivindica a Rajoy su gobierno. Al mismo que ha salido tarifado. Son los candidatos, dicen, con más posibilidades. Hay quien, desde fuera, ve a García-Margallo como más presentable, lo que ya es decir.

Las crónica no pueden olvidar la mochila del PP. Es mucho más seria y pesada que la anécdota. Aunque los vídeos de campaña ofrezcan momentos tan jugosos como Cospedal besando simpatizantes entusiastas o Sáenz de Santamaría que ha fichado al ex ministro Méndez Vigo y su salto con pértiga de cantar El Novio de la muerte (1921) a bailar, paso adelante, paso atrás, tiesos como palos, Azzurro de Paolo Conte y Celentano (1960).

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