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Dionisio Ridruejo: una anomalía española

El entonces Consejero Nacional y miembro de la Junta Política, Dionisio Ridruejo (derecha), visita en el Hospital Mola de San Sebastián a combatientes de la División Azul en 1942. Efe / FOTOCAR / nr

Manuel Fernández-Cuesta

Editor de Ediciones Península —

Todo parece indicar que el Régimen se hunde como empresa aunque se sostenga como “tinglado”.

Dionisio Ridruejo, Carta a Franco, 7 de julio de 1942

El español lo espera todo de un milagro, lo que unido a su poca imaginación y a su falta de libertad interior nos da su incapacidad para la vida de convivencia.

Dionisio Ridruejo, conferencia en el Ateneo de Barcelona, 12 de abril de 1955

Le llamaban Dionisio, con esa familiaridad, macho, tan falangista, gallarda y valerosa que distinguía a los dirigentes. Empezó de Director General de Propaganda con los sublevados africanistas durante la guerra y terminó en el destierro, la cárcel, exilio parisino y, finalmente, en el olvido, el peor de los purgatorios. Lector de los primeros fascistas españoles, Giménez Caballero y Ledesma Ramos (subyugados por Malaparte y Mussolini), fascista, luego falangista, azuldivisionario en Rusia (antes Unión Soviética), escritor y poeta, Ridruejo representa una anomalía, una más, de las que cabalgan por las tierras de España. Inquietante y brillante orador, miembro de la “escuadra de poetas” (Foxá, Mourlane Michelena, Miquelarena, Sánchez Mazas, Alfaro) que compuso en el restaurante Or-Kon-Pon, 3 de diciembre de 1935, el himno Cara al Sol, “yo no asistí a la cena -escribe el propio Ridruejo en sus memorias- llegué a los postres”, estos días de octubre, el 12, festividad de la Virgen del Pilar, Por el Imperio hacia dios, Día de la Hispanidad, Por el Imperio hacia Dios, se recuerda el centenario de su nacimiento.

Aunque muriera en junio de 1975, unos meses antes que el “César Visionario” -Franco falleció en noviembre, al compás de las marchas militares que le ponía su endocrino, Pozuelo Escudero-, Ridruejo pertenece a la estirpe de la primera Transición (participó en el llamado “contubernio de Munich”, 1962) y fundó la Unión Social Demócrata Española (USDE) en 1972, formando parte, por diferentes razones, de aquellos que pasaron -unos por desafección y reflexión, su caso; otros, por conveniencia e intereses contables, la mayoría- de las catacumbas del Régimen a la democracia social de libre mercado. En el Eurovegas que fue la Transición (de la CIA y los Servicios de Inteligencia a los maletines del SPD, del suicidio, inmolación, de las Cortes franquistas al advenimiento del PSOE del Congreso de Suresnes, pasando los jóvenes prohombres del ancien régime convertidos en “demócratas de toda la vida”, sentados en los bancos azules de UCD), Ridruejo era, al menos en apariencia, el solitario, barnizado de ojeras, prisionero de una “existencia auténtica”, como escribe uno de sus mejores biógrafos, Manuel Penella, en Dionisio Ridruejo, poeta y político (1999), sentado al fondo de la barra, mientras el reparto se produce, sin avisar, en la cocina.

Perseguido por su atroz biografía de mando de Falange (es de los primeros señoritos de la wild bunch de Primo de Rivera, alias José Antonio), perseguido, también, por su enfrentamiento con Franco, debido a la deriva personalista del Invicto, Ridruejo no encontró acomodo y transitó por la política y la literatura, el pensamiento y la acción, cual espectro cardiaco. Su pasado lastró su vida y su presente, entre las dudas que generaba su trayectoria y el reformismo europeo del que hacía gala, estaba siempre en otro lugar. En realidad, DR nunca estaba. Dice Francisco Umbral: “Se hizo falangista por fascinación, y luego se exilió él mismo en su interior, o le exiliaron, y fue siempre un ejemplo de coherencia moral e incoherencia vital”.

Hijo de la pequeña, católica y provinciana burguesía de El Burgo de Osma, Soria; sobrio, contenido y castellano, su Casi unas memorias (publicadas, a su muerte en 1977, hay reedición de octubre 2012), constituye uno de los ejercicios de mayor sosiego que pueda esperarse de un hombre nacido para la acción -entró en Barcelona, 26 de enero de 1939, paseando a la izquierda del general Yagüe, fue miembro de la Junta Política y del Consejo Nacional de Falange Tradicionalista y de las JONS-, que, sin embargo y pese a las lealtades que suscitó en vida, parecía que andaba errante. En una conocida fotografía de los años sesenta se le ve junto a Luis Felipe Vivanco, Luis Rosales, Rodrigo Uría, Pedro Laín Entralgo y Antonio Tovar: todos, sabido es, reconocidos demócratas. Por las mismas fechas -aviso para desmemoriados- el PCE era la única oposición al franquismo y sus militantes eran encarcelados, torturados, asesinados.

Dionisio Ridruejo es una anomalía. Una mezcla de hidalgo de secarral y repeinado, lírico, fascista italiano; intelectual orgánico y, después, rabioso independiente. Sabido es: una parte de la élite política e intelectual del franquismo -ahí están sus biografías- fue girando, despacio, prudente, timorata, del orden único impuesto por el caudillo a la “democracia de superficie”. La anomalía procede del orgullo ante la (supuesta) traición de Franco a Falange que Ridruejo vivió como una fantasmagórica cuestión de honor, algo entre Lope y Calderón. Falange estaba siendo arrinconada; la formación que había adherido con una insuperable pasión vital -representaba una violenta modernidad italo-germana frente a la aburrida realpolitik y el “peligro marxista”- pasaba al fondo del escenario: camisas azules e insignias para conmemoraciones. Admiraba -la pasión masculina del héroe en el imaginario falangista- a su carismático líder, años después, el Ausente. Nunca presumió de un conocimiento teórico del falangismo. Sin embargo, este hecho -su militancia emocional más que política- no le exime de su complicidad con la barbarie de los sublevados hasta su ruptura con ellos. Quizá por esta razón -era consciente de su contribución- acabó siendo más fiel al confuso ideario primigenio, unido a un moderno europeísmo socialdemócrata, que muchos de sus fundadores.

La Transición, que nació como una peculiar forma de aggiornamento del Régimen y terminó -si acaso lo ha hecho- con la llegada del PSOE al poder (aggiornados ellos también) en octubre de 1982, encuentra en Ridruejo un valioso antecedente. Citado por Penella en su obra, responde a un interlocutor: “No creo ni me importa que vaya a tener un rol importante en la política futura. Me he asignado una función de trámite, de habilitación del pasaje”. Enfermizo Caronte, sin barca, custodio del paso de un régimen dictatorial a una democracia (imperfecta), muñidor en su territorio, las sombras, cayó derrotado por Franco en 1942 (oposición individual) y en 1956 (oposición colectiva y primer paso por la cárcel), hasta que, titánico, levantó su propio proyecto político en 1972 que sucumbió por la aceleración de los tiempos. No estaba el sistema de partidos dispuesto a demasiadas concesiones. El reparto era claro. Por un lado quedarían los centristas de UCD, herederos del orden; enfrente, el renovado PSOE, partidario del orden (posmoderno). DR había perdido el espacio en esta batalla de la geopolítica internacional (disfrazada de consenso y madurez del pueblo español) y, como los comunistas, aunque por diferentes razones, quedó anulado -marginado- por su historia. Igual que a Santiago Carrillo, sus detractores consiguieron que, imaginariamente, les saliera naftalina de los bolsillos: productos caducos para les temps modernes. Casi unas memorias, fresco de la agitada vida de Ridruejo, se presentó en Barcelona el 16 de noviembre de 1976 con su viuda, Gloria de Ros, el editor Lara y Antonio de Senillosa. Días después -prosigue la crónica del diario El País- le esperaban en Madrid, Enrique Tierno Galván, Pedro Laín Entralgo y Gonzalo Torrente Ballester: destacados miembros, quizá todos no tan íntegros -Tierno hizo carrera de alcalde socialista- del muestrario de la indiferencia.

Una sorpresa final: análisis de poeta en función de estratega. En la revista cubana Bohemia, 31 de septiembre de 1957, Ridruejo conversa con Luis Ortega Sierra. En un momento del diálogo, y ante la pregunta “¿Cuál es su filiación política?” responde, entre otras cosas, “Si el socialismo español hiciese una apertura en sus principios prepolíticos y ajustase su programa, creo que deberíamos desear que él fuese el gran partido de la mayoría: el capaz de construir la mayoría de clase media y clase obrera que España necesita y cuya ausencia costó la vida a la República”. No está mal para un afiliado a Falange en mayo de 1933, Premio Nacional de Literatura en 1950 y Premio Mariano de Cavia, 1954, que fundó plataformas y partidos, fracasando siempre pese a su agudo instinto político.

Está visto que en España, la cañí y la otra, si existe, no fue traumático, oyendo a Ridruejo, el paso intelectual de Falange al PSOE -se produjo poco, por razones generacionales- como tampoco el tránsito del monolítico Régimen a la dúctil Monarquía Constitucional. Lo dicho: un Eurovegas civil, religioso y militar, recubierto de fichas de colores. Al fondo, Ridruejo, vigilado de reojo por el águila, observa.

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