Gestionar la desconfianza
Como intuyó James Bryce con su distinción entre Constituciones Flexibles y Rígidas (Centro de Estudios Constitucionales. 2015), la confianza entre los gestores del sistema político es lo característico del Estado Liberal fuertemente oligárquico del siglo XIX, mientras que la desconfianza es lo específico del Estado democrático, que cuando J. Bryce inventó la distinción, todavía no existía, pero ya estaba llamando a la puerta. La flexibilidad constitucional es la fórmula apropiada para un Estado que era un “club de propietarios”. La gestión del Estado descansaba en la convicción de que era más lo que vinculaba a los gestores del sistema político, de lo que los separaba de los que quedaban fuera del mismo. En consecuencia, cuanto más flexibles fueran las reglas, más margen de maniobra se tenía para operar. Las Constituciones españolas de 1845 y 1876 son excelentes ejemplos de esa afinidad entre flexibilidad constitucional y “oligarquía y caciquismo”.
El estado democrático, por el contrario, descansa en la desconfianza. Nadie se fía de nadie, ni tiene por qué fiarse. En el estado democrático tienen que poder hacerse presente todos los intereses antagónicos que existen en la sociedad, que a través del ejercicio del derecho de sufragio universal acaban cristalizando en partidos políticos no solo distintos sino radicalmente antagónicos. De ahí viene la rigidez constitucional. Las reglas del juego tienen que ser puestas por escrito y tienen que ser protegidas frente a la potencial erosión por la mayoría parlamentaria. La Reforma de la Constitución y la Justicia Constitucional serán los instrumentos para dicha protección.
La desconfianza es, pues, el presupuesto de la democracia. A partir de dicho presupuesto hay que construir una relación de confianza entre quienes participan en la gestión del sistema político, sea desde el gobierno sea desde la oposición. La confianza no puede estar nunca en el punto de partida, sino que está siempre en el punto de llegada. Y se tiene que estar reconstruyendo permanentemente. La confianza no es para siempre. Tiene una duración limitada, que exige renovación o ruptura, acordada o no.
No hay que ser ningún experto en historia política y constitucional para saber que es así. Y que es así no solamente en la competición entre diferentes partidos políticos, sino también en la competición en el interior de cada uno de los partidos políticos, que, por eso mismo, las constituciones exigen que su estructura y funcionamiento interno sean democráticos.
Argumentar, como viene haciendo el presidente del Gobierno que no es posible un gobierno de coalición del PSOE con Unidas Podemos porque hay una desconfianza recíproca entre las direcciones de ambos partidos, carece de todo sentido. Por supuesto que hay desconfianza. ¿Es que no la había con Ciudadanos, cuando Pedro Sánchez y Albert Rivera llegaron a un acuerdo de investidura en 2016? ¿Era posible “construir” una relación de confianza entre el PSOE y Ciudadanos y no es posible “construirla” con Unidas Podemos? ¿Es posible mantener ese discurso tras los gobiernos de las derechas en Andalucía, Murcia, Castilla y León y el que se avecina en Madrid?
Las desconfianzas existen en la “sociedad civil” y está reflejadas en el Congreso de los Diputados. Están las tres derechas que desconfían cada una de las otras, pero que saben ponerse de acuerdo frente a los demás. Están las dos izquierdas, que también desconfían y que tienen que demostrar que saben ponerse de acuerdo para gobernar. Y están los nacionalistas, que desconfían entre ellos, pero que desconfían, sobre todo, de todos los partidos estatales, aunque no de todos por igual, de la misma manera que todos los partidos estatales, aunque no todos por igual, desconfían de ellos.
Este es el sistema político que tenemos y con base en él hay que dirigir el país. Hay que gestionar un sistema de desconfianzas múltiples que se entrecruzan. En eso consiste la democracia.
Con la composición actual del Congreso de los Diputados la “única” relación de confianza que se puede construir para dirigir el Estado tiene que ser la que formen PSOE y Unidas Podemos. Una vez construida dicha relación, se añadirían las fuerzas necesarias no solo para la investidura, sino para poner en práctica un programa de legislatura.
Que la relación de confianza tendrá que construirse superando las desconfianzas es algo que va de suyo. Si no fuera así, no estaríamos viviendo en una sociedad democráticamente constituida.