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Manoseando el feminismo

Manifestación feminista en Galicia

Lina Gálvez

La palabra feminismo corre una suerte muy desigual en los programas electorales de los principales partidos que se presentan a las elecciones el 28A. Aparece con frecuencia en los de los partidos de izquierda, 16 veces en el de Unidas Podemos y 37 en el del PSOE. Mientras que su presencia es testimonial en los de derechas. PP y Cs ni lo mencionan y Vox, que lo menciona una sola vez, lo hace para atacarlo.

Que las tres derechas no incluyan la palabra feminismo en sus programas, a excepción de la mención de Vox para proponer una “supresión de organismos feministas radicales subvencionados”, no implica que el feminismo no esté presente en sus estrategias electorales. En realidad, está muy presente, aunque encubierto bajo formulaciones que suponen un auténtico fake sobre lo que representa el feminismo y el movimiento feminista. A falta de argumentos consistentes, la derecha española recurre a la caricatura, al viejo recurso de presentar lo que se quiere criticar como lo que no es, a costa en muchas ocasiones de decir sobre el feminismo auténticas barbaridades que ninguna persona sensata defiende. Como en otros campos, la derecha recurre a mentiras y fakes para referirse al feminismo, como las siguientes.

- El feminismo que defienden las izquierdas es un feminismo radical que no consigue la igualdad sino solo enfrentar a mujeres contra hombres, victimizando a las primeras y criminalizando a los segundos.

Esta consigna la repiten los líderes de los tres partidos de derecha constantemente presentando al feminismo como lo contrario del machismo. Albert Rivera declaró, en los días previos y posteriores al 8M coincidiendo con la presentación de su concepción del feminismo liberal, que “no cree en una guerra de sexos como a su juicio plantea el feminismo más radical”. Santiago Abascal le dijo a Bertín Osborne: “No soy ni feminista, ni machista, ni hembrista”. Y Pablo Casado lo dijo muy claro en la presentación del libro de su número tres por Madrid, Edurne Uriarte -Feminista y de Derechas-: “Renunciamos a la victimización de las mujeres por el hecho de serlo, y a la criminalización del hombre, por el hecho de serlo”.

- La Ley integral contra la Violencia de género es una muestra de ese radicalismo que no defiende la igualdad porque trata de modo diferente, según sean mujeres u hombres, a las víctimas de violencia y maltrato.

Vox es el único partido que ahora lleva en su programa de manera explícita la “derogación ley de violencia de género” y de “toda norma que discrimine un sexo del otro”. Pero Ciudadanos defendió en su día erradicarla argumentando que todas las violencias son iguales, y la fallida candidata de Casado a la presidencia de Cantabria, Ruth Beitia, fue más lejos diciendo que “se debe tratar por igual a un animal si está maltratado, una mujer y un hombre, porque todos somos seres humanos, hay que valorar cada caso por individual”. Y lo cierto es que en las intervenciones de todos los dirigentes de los tres partidos dan a entender que hace falta proteger de otras violencias como si el resto de acciones violentas no estuvieran condenadas en nuestro Código Penal, sembrando la duda sobre la utilidad de la Ley integral de Violencia de género.

- El feminismo que defienden las izquierdas es una “ideología de género” que absorbe grandes cantidades de recursos públicos para financiar “chiringuitos” feministas que no sirven para defender a las verdaderas víctimas

Tal vez el mejor exponente de esta consigna sean los datos falsos que vierten constantemente sobre las denuncias falsas o el muy explícito ejemplo que incluyen en el Manual de Comunicación de Vox: “Ejemplo: si nos queremos quejar del estado del asfaltado de una calle, lo relacionamos con el uso del dinero público para fines que no interesan a los ciudadanos de nuestro municipio: subvenciones a partidos separatistas, a organizaciones feministas radicales”. De esa manera se da por hecho que existen los “chiringuitos feministas” y que luchan por su propio crecimiento y no por mejorar la sociedad.

- El feminismo radical de las izquierdas es antiguo y puritano y que va contra la libertad

Seguramente no haga falta extenderse en este punto y baste recordar cuando Cayetana Álvarez de Toledo se dirigió a María Jesús Montero, ministra de Hacienda y candidata del PSOE por Sevilla, en el debate a seis de RTVE con estos términos: “Hay un punto de su programa electoral que me pareció fascinante. El consentimiento afirmativo (…) Dice su programa: garantizaremos con el Código Penal que todo lo que no sea un sí, es un no ¿De verdad van a garantizar eso? ¿Penalmente? ¿Un silencio es un no? Ustedes dicen que un silencia es un no, y una duda, ¿de verdad van diciendo ustedes sí, sí, sí hasta el final?”.

Ninguna de esas ideas que defiende la derecha tiene que ver con lo que realmente proclama el feminismo ni es verdad que las políticas feministas tengan los efectos que le achacan.

El feminismo no es lo contrario del machismo. Este último es un comportamiento, una práctica social, una comprensión de las mujeres basada en la supremacía y en el privilegio. El feminismo, en cualquiera de sus versiones, es una concepción del mundo basada en la igualdad entre mujeres y hombres que aborrece la discriminación y cualquier tipo de privilegio derivado de la superioridad de las personas de un sexo sobre las de otro.

La idea (si es que se le puede aplicar este término a la caricatura) de que el feminismo alienta la guerra entre los sexos es una antigua simpleza patriarcal. Decir que promover la igualdad entre mujeres y hombres que no deriva de su diferente condición biológica, eliminar los privilegios masculinos y combatir la violencia de género es fomentar una guerra es tan absurdo y extremista como decir que la produjo luchar contra la esclavitud o por el reconocimiento de los derechos humanos. Y lo que consigue realmente es fortalecer el estereotipo de género que lleva a pensar que las mujeres estamos condenadas a aceptar como si fuera algo natural la sumisión y la invisibilización porque, si no lo aceptamos, lo que hacemos es provocar una guerra contra otras personas.

Es también una burda caricatura, o más bien una simple mentira, afirmar que el feminismo equipara a todos los hombres con maltratadores o violadores. Es precisamente porque no es así por lo que precisamente propone el feminismo que haya una ley específica de violencia de género para diferenciar los tipos penales y las condenas no en función del sexo sino del contexto o la naturaleza del daño. Así como existen tipos específicos, o incluso leyes singulares, que no condenan a los terroristas por su condición personal (a los etarras por ser vascos, por ejemplo) sino por el contexto del tipo de delito que cometen, igualmente es precisa una norma específica que no condena a los maltratadores por ser hombres (como caricaturizan las derechas) sino por haber maltratado, violado o asesinado a mujeres. El feminismo no niega que existan otras violencias, pero sí afirma que la de género es específica por su condición estructural, al ser la que ejercen los hombres contra las mujeres en el seno de una cultura machista que la normaliza.

Es igualmente un infundio lo que la derecha viene diciendo sobre las denuncias falsas para tratar de combatir la lucha contra la discriminación de las mujeres. Según la fiscalía, no llegan ni al uno por cien. Entre 2009 y 2016, las condenas por denuncias falsas fueron 79 frente a 1.055.912 denuncias por violencia de género presentadas en ese periodo, es decir 0.0748 de cada 1.000.

La idea de que existen algo así como “chiringuitos feministas” es sencillamente malvada. Hay un movimiento social imparable que se agrupa de distintas maneras y que busca transformar la sociedad en una más justa e igualitaria y por tanto, que también lucha por el bienestar, por la libertad y por la igualdad para los hombres, como atestigua el hecho de que una medida que beneficia a los hombres como el permiso de paternidad igual, intransferible y remunerado al cien por cien sea una demanda recurrente del movimiento feminista.

Negar, como hacen incluso las propias lideresas de los partidos de derecha, que las acciones positivas y los mecanismos de paridad son instrumentos cuya validez y eficacia ha quedado demostrada desde hace decenios, no solo para combatir la discriminación de género sino la de cualquier otro tipo, es simplemente un lamentable signo de desconocimiento. Y la evidencia es que insistir en la falsa meritocracia de la derecha solo ayuda a perpetuar las desigualdades transmitiendo la falsa idea de que si no hay más mujeres en la cúspide es porque no valemos o porque no queremos llegar más lejos o arriba de donde estamos.

Asumir que solo si hay un no explícito no hay consentimiento es un absurdo y una banalización de un acto tan execrable como una violación. Sí debe ser solo sí. Asumir el silencio como referente válido es un error. Y así lo contempla el Convenio de Estambul que es el marco europeo contra la violencia machista y que fue ratificado por España en 2014.

Poder consentir qué y cómo mantenemos relaciones sexuales entre otras sí es una verdadera libertad, y no el mito de la libre elección al que acuden sistemáticamente los representantes de nuestras derechas, porque las personas no tenemos la misma libertad para elegir las opciones sobre las que de facto elegimos. La amplitud de las alternativas entre las que podemos elegir los seres humanos en la vida diaria y para garantizar nuestro sustento, en el más amplio sentido, varía enormemente. Depende del acceso que tengamos a los distintos recursos, de la forma en la que hayamos estado socializados, que varía mucho según seamos mujeres y hombres, porque nuestro género nos impone unas “normalidades” muy divergentes. Y también de nuestras oportunidades reales que hace que vayamos adaptando nuestras elecciones a la realidad de cada uno. Por eso las mujeres formadas y con ingresos de los países ricos no eligen libremente ser prostitutas o gestar para otros; por eso una niña que nazca en una chabola y que tenga muy pocos recursos familiares y públicos a su disposición no podrá ser cirujana por mucho que ella elija serlo.

Esa es la razón de que avanzar hacia el bienestar de las mujeres y hacia su igualdad con los hombres no depende se propia voluntad, como dicen las derechas. De hecho, ni tan siquiera depende solo de las políticas o leyes de igualdad, sino también de la dirección de la política en general. La igualdad de género, aún siendo específica, no se puede desconectar de la lucha por conseguir una mayor igualdad en general porque si no estaríamos luchando por mejorar las condiciones de un grupo pequeño de mujeres y no de todas las mujeres, de toda la sociedad. Y el feminismo no solo quiere igualdad y libertad para las mujeres, la mitad del todo, sino también transformar toda sociedad.

Esa es la razón que explica que las derechas se enfrenten a las tesis y demandas feministas con tanto ímpetu y mintiendo, deformándolas y haciendo de ellas burdas caricaturas: la demanda de igualdad y de supresión de privilegios del feminismo es una enmienda a la totalidad de las políticas generales que aplican las derechas. Que nadie se engañe: las derechas combaten el feminismo no solo porque trastoca el orden tradicional, ese contrato invisible que sirve de pegamento a nuestro sistema social y económico, sino también porque trata de impedir que se ponga en primer plano del debate social la desigualdad que provocan sus rebajas fiscales, los privilegios a los bancos y a las grandes empresas, las reformas laborales que dejan a las y los trabajadores sin capacidad de negociación con jornadas y disponibilidad total haciendo el empleo incompatible con el cuidado y con la vida, y las políticas de recortes y de moderación salarial que defienden que afectan en mayor medida a las mujeres que en general tienen menos renta y son más dependientes de los servicios públicos.

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