Políticos que afectan gravemente a la salud
El caso del brote de listeriosis originado en Andalucía ha venido a confirmar el peligro de confiar los asuntos serios de nuestra vida a políticos ineptos. La cadena de despropósitos que está rodeando este tema llega a provocar estupefacción. Y lo peor es que ni siquiera se trata de un asunto aislado. Es la crónica de los fiascos anunciados, las profecías cumplidas.
Ya hay una tercera víctima mortal. Unos doscientos afectados, casi la mitad de ellos han tenido que pasar por hospitalización. Un aborto al menos a causa de la enfermedad, 15 embarazadas más en observación por este riesgo. Extensión a otras provincias e incluso algún posible contagiado fuera, en el Reino Unido, tras ingerir la carne en España. Y las autoridades de la Junta que comanda la triple derecha, declaran que “ven impecable su gestión” dada “en tiempo y forma”. La ministra de Sanidad asegura que España es uno de los países más exigentes y rigurosos con la seguridad alimentaria y que habrá que analizar más serenamente lo ocurrido.
El caso de la carne mechada infectada de listeria ha demostrado que fallaron los controles previos y los posteriores. Se dilató la respuesta, al punto de seguir el producto a la venta varios días después de detectada la infección. Carne que se saca y se mete en otro envase sin etiquetar bien y se vende como marca blanca. Un pestilente hedor a negligencia, pero también a amiguismos y laxitudes rodea a la listeriosis infecta. Con epicentro en la Junta y salpicando a otros niveles de la Administración.
Y la prensa. Entendiendo por tal más el artefacto que sirve para comprimir algo que el periodismo que de hecho se ha venido seriamente constreñido por algunos artículos. ABC publicó un memorable artículo en el que -de todo el caso- eligió para sus iras a Rubén Sánchez, presidente de la organización de consumidores FACUA que advirtió desde el primer momento de la gravedad del brote. Sánchez había cometido importantes delitos: hacer pesas y estar musculado por ello, y ser hijo de un sindicalista de CCOO.
Y ahí tienen a ese marchoso gerente de Magrudis, la empresa fabricante, que declara: «Si hay bacterias en un quirófano, cómo no va a haber en mi empresa». Con lo que él se ha gastado en lejía, añade. Pues tenía bien puercas varias herramientas de la producción.
Algunos dirigentes afectan gravemente a la salud. Y sus cómplices en los medios también. Vivimos momentos con una gran parte de los ciudadanos hastiados de las incongruencias de la política, mientras unos cuantos se muestran encantados con su elección. Ciudadanos que votan vísceralmente, a colores y banderas, a pasados inaprensibles, olvidando el presente y el futuro, y los elementos fundamentales en los que se basa la vida: atender a la salud, la educación, el rigor, la dignidad.
Ver salir a los “irresponsables” del caso de la listeriosis diciendo que aún hemos tenido suerte. Minimizando a las víctimas. Total un señor enfermo que se iba a morir de todos modos. Otra, la última, que “tenía patologías previas”. ¿Cómo con “patologías previas” osa comer carne mechada? ¿Los embarazos? Pues tampoco es para tanto, que se fabriquen otro. Sobre todo, que la gente sin circunstancias de riesgo no tiene nada que temer. Solo los débiles, los mayores, los enfermos. Fascismo puro.
¿Y Madrid? Los nuevos –y viejos dirigentes, Garrido repite en otro partido- de visita en el metro, felices como chavales con su juguete, el mismo día que unas feroces tormentas dejan el suburbano como el primero del mundo navegable. Este ejemplar hilo en Twitter del periodista Alejandro Melgares lo muestra en toda su crudeza. Llovió mucho es verdad, pero al metro de Madrid le bastan cuatro gotas para ahogarse. Son 25 años de PP de las mamandurrias, el de Madrid.
Ese que sigue en el poder, con una nueva presidenta que viene anegada desde el minuto uno, mientras sus colegas sonríen. Un mail revela que Díaz Ayuso medió ante Avalmadrid sobre la empresa de su padre horas antes de ser diputada regional. Y, a la vista del resultado, se diría que le arreglaron el problema ¿bajo mano? Llegó ya falseando datos de casa y mezclando lo público en sus asuntos personales. Y no pasa nada.
Los dirigentes impresentables se extienden ya por doquier. Jair Bolsonaro ha superado los peores pronósticos, si alguien tuvo la mínima esperanza. La Amazonía, pulmón del planeta Tierra, se quema. Nunca le dio el menor valor y mientras irrumpe, vía Facebook, en la Cumbre del G7 y se comporta como un patán machista, sección gerontofobia, insultando a la mujer de Macron. Compitiendo en el mismo muestrario con Donald Trump y Boris Johnson, fue el brasileño el que dio la nota. En España, ni los destrozos de las tormentas han abierto una luz en los cerebros de Vox: no han secundado un apoyo a las damnificados por los incendios de Gran Canaria porque mencionaban a uno de sus belcebús: el cambio climático.
Es el principio de una deriva que se engrosa a enorme velocidad. ¿No se dan cuenta de quiénes pilotan y adónde nos llevan? Y habrán advertido quiénes los han puesto ahí. Toda esta gente ha sido votada por seres que conviven con nosotros.
Entretanto, el PSOE de Sánchez, deshojando la margarita, con soberbia y displicencia. Descarta, pone condiciones, otorga poco y con desgana, como haciendo un favor, como si no necesitara apoyos. Ésta es ya otra historia, pero también daña. Gran parte de la sociedad progresista está desesperanzada, enfadada, harta. Mientras los felices votantes de esta derecha extrema y torpe se sienten protagonistas y dueños de la historia. Con las consecuencias que vemos. Para todos, los riesgos son para todos.
Lo último. En Andalucía de nuevo. A 16 bebes que les dieron omeprazol para el reflujo, criaturas, les ha salido pelo por todo el cuerpo. Le llaman el Síndrome del hombre lobo. “Sanidad suspende la actividad del laboratorio que importó de la India el principio activo, que contenía un producto anticalvicie”, aclaran. Qué bien. Y, oigan, hay que ser positivos: al menos han encontrado un crecepelo que funciona. Aunque parece que tiene que atinar la zona donde hacerlo.
¿Somos conscientes todos de en qué manos estamos?