Stephen Hawking: un buscador de universos
Centrémonos en la ciencia. A Stephen Hawking le habría encantado porque siempre luchó por que la ciencia y la razón fueran las herramientas con las que enfrentar la comprensión del mundo, para cambiarlo. Su tesis doctoral, que el año pasado la biblioteca de la Universidad de Cambridge puso en abierto a través de Internet, colapsándose los servidores, abría líneas de investigación en física teórica y la cosmología que son características de la labor de este astrofísico a lo largo de más de medio siglo: el poder de las teorías de la física para poder explicar los conceptos más conspicuos del Universo.
Este miércoles, en que la muerte del profesor Hawking ha llegado en plena celebración del “día de pi” (todos los 14 de marzo), comentábamos la grandeza de un personaje de la ciencia que trasciende su ciencia con algunos expertos que están en Bilbao en un evento matemático y físico sobre este número tan redondo (chiste fácil) y Enrique F. Borja, físico de la Universidad de Córdoba y autor del blog Cuentos cuánticos nos recordaba cómo desde sus primeros trabajos de investigación Hawking supo recuperar una teoría que, en cierto modo, dormía en el olvido, ante la grandeza y la efervescencia que había en los años 60 en torno a la mecánica cuántica. La relatividad general de Einstein había quedado relegada al mundo de la física teórica de poco atractivo, porque no podía mezclarse bien con esa física de lo más pequeño.
Entonces llegaron las Propiedades de los universos en expansión, que es el título de su tesis doctoral y que suena novela de ciencia ficción. Pero ahí se planteaba que la gravitación y el espacio-tiempo, es decir, el legado de Einstein, era la herramienta para entender cómo la novísima física podía llegar a explicar los lugares y tiempos más extremos que se habían imaginado: los agujeros negros y el propio origen del Universo. Y es que la física teórica, las teorías de la mecánica cuántica para explicar las interacciones íntimas de la materia y la energía y por otro lado la relatividad general, es decir, la teoría de la gravitación que atañe al espacio y al tiempo, son herramientas poderosas, pero incompletas para acometer tal tarea. Hacía falta una generación de mentes privilegiadas para llegar a comprender si podremos alcanzar la unificación de la física de esos grandes reinos que interactúan precisamente en los lugares más incómodos, en las singularidades donde se rompe la apacible vida de las teorías matemáticas. Y Stephen Hawking ha sido una de esas mentes, sin duda la más conocida, pero sin duda también una de las más poderosas.
La física de hoy no es una tarea de un científico solitario, tampoco de un científico loco. Incluso la física teórica, la de papel y lápiz, se convirtió ya desde finales de los setenta, en un debate que necesitaba no solamente ideas geniales y rompedoras, sino muchísimo cálculo, gentes entrenadas en comprender los entresijos de una matemática compleja y de soñar con las implicaciones de las fórmulas, cómo se trasladaban y permitían entender el mundo real (si es que podemos llamar “mundo real” a los agujeros negros o a la gran explosión, el Big bang). Stephen Hawking marca bien ese nuevo paradigma de la física teórica que también exige el intercambio de ideas, hasta viajar mucho y participar en los debates, formar nuevos investigadores, se parte de esos cenáculos del pensamiento y que se convirtieron, en el caso del astrofísico inglés, en crear una pequeña corte de mentes privilegiadas, una manera de sobrepasar las limitaciones físicas y de comunicación a que la larguísima enfermedad degenerativa le iba condenando.
La historia de la ciencia de Hawking es también un camino de superación de dificultades, sin llegar a la conclusión final de poder crear esa Teoría del Todo que unifique las intuiciones más poderosas que el ser humano fue construyendo a lo largo del siglo XX, pero desgranando consecuencias y escenarios que simplemente nadie antes había podido imaginar.
Y durante ese trayecto, de grandes intuiciones y a veces callejones sin salida, el físico Hawking supo además que todo este edificio debía ser mostrado al público. Que la labor de los científicos, también de los teóricos más abstractos, es una labor que debe ser participada por el mundo. Que aspira a cambiarlo de hecho. Por eso se acercó al mundo de la comunicación de la ciencia, se convirtió en escritor, conferenciante y personaje que opinaba no sólo de singularidades cósmicas, sino de todo. De filosofía, de la sociedad, del absurdo de pensar que el mundo cambia, pero nosotros solamente viajamos por él. Y de cómo la ciencia es la herramienta para ese viaje, que no será placentero y que posiblemente nos lleve a tener que abandonar este mundo sin dioses que avalen la veracidad de nada.
La física teórica ha caído varias veces este último siglo en la tentación de creerse trascendente. Lo más curioso es que uno de los que más podían haberse engañado de esta manera nunca cedió a la tentación de jugar a esto, pues su compromiso por buscar más ciencia y no espiritualidad barata ha sido uno de sus más constantes trabajos. Y así, este ateo tan poco complaciente, llegó a negar los dioses que no sabrían cómo controlar un Universo tan rico y complejo como el que se había propuesto entender. Sigamos así sus pasos, quizá a lo largo de este siglo consigamos su meta.