Dos jubilaciones tranquilas, segadas por el fanatismo
Antoni Cirera i Pérez tenía 75 años y Dolores Sánchez i Rami, 73. Hacía 50 años que se habían casado y sus dos hijos les regalaron un viaje en crucero a Túnez. El fanatismo de unos terroristas, miembros del Estado Islámico, se cruzó desgraciadamente en su camino. Murieron víctimas de sus disparos, cuando estaban en el autocar que les había llevado al museo del Bardo de la capital tunecina, uno de los recintos visitados habitualmente por los turistas que viajan a este país. En el mismo atentado murieron dieciseis turistas más, además de tres ciudadanos tunecinos. Dos terroristas fueron abatidos por las fuerzas de seguridad.
La pareja llevaba una vida tranquila en Barcelona desde la jubilación de Antoni Cirera, que trabajó muchos años como ingeniero químico en la fábrica de cervezas Moritz. Algunas informaciones los definen como catalanistas -la “i” entre los dos apellidos en el buzón lo hace pensar así- pero la única bandera estelada que hay en el edificio donde vivían no está en su piso de la calle Conca, en el barrio del Camp de l'Arpa barcelonés, cerca del hospital de San Pablo.
Los pocos vecinos que se han animado a hablar de los jubilados muertos en Túnez los han presentado como una pareja entrañable, que iban juntos a comprar a la pescadería o al herbolario donde adquirían productos ecológicos. De hecho, en una reunión de vecinos de la escalera donde vivían se decidió no hablar con los medios de comunicación. Por ello, les ha molestado que esta mañana periodistas de diferentes medios llamaran a todas sus puertas.
En el buzón del piso de la pareja de jubilados está también el nombre de un hijo suyo, Agustín Cirera i Sánchez, pero quien vivía últimamente allí era uno de sus nietos, que también se llama Agustí y que está estudiando en la universidad en Barcelona. Agustí Cirera i Sánchez vive actualmente en Tortosa y trabaja en Alcanar como arquitecto municipal. El Ayuntamiento de Alcanar ha convocado un minuto silencio, este mediodía, en solidaridad con él. A esas horas ya estaba camino de Túnez, junto con su hermano, para preparar la repatriación de los cuerpos de sus padres.
Antonio era amante del excursionismo y la caza. “Se conservaban jóvenes”, ha explicado el propietario de la peluquería que hay en los bajos del edificio donde vivían. Salían a menudo a caminar y él era aficionado a la caza. Tuvieron, incluso, un perro de caza.
La expresión más habitual entre los comerciantes, vecinos y tenderos de la calle Conca era previsible: “Toda la vida trabajando y cuando puedes disfrutar un poco de la vida...”. No era exactamente la primera vez que salían de casa, como ha dicho el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo, pero sí era la primera vez que participaban en un crucero de estas características.