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Marruecos aumenta las redadas contra subsaharianos tras la entrada de 87 personas a Ceuta

Keita Usman. 19 años. Guinea Conakry. Herido en la redada en el bosque. | Elena González

Elena González

Bel Younech (Marruecos) —

Dos furgonetas de las fuerzas auxiliares marroquíes se detienen en la carretera que une Tánger con Ceuta, a la altura de Bel Younech. De ellas salen a la carrera 10 agentes persiguiendo a cinco chavales de Guinea Conakry que se han parado junto a un vehículo del que sale un brazo que les hace llegar una botella de agua. “Merci beaucoup!” (muchas gracias), grita uno de ellos en dirección al coche, antes de salir corriendo de nuevo, hacia otra parte del bosque. Las autoridades marroquíes se han propuesto con más ahínco alejar a los inmigrantes de las fronteras. Primero fue Melilla, después Tánger y ahora Ceuta.

La escena, de la que ha sido testigo eldiario.es, se ha repetido durante las últimas 72 horas. Las fuerzas de seguridad marroquíes han peinado los montes próximos a Ceuta buscando a los inmigrantes subsaharianos que se esconden en ellos esperando que un día llegue la suerte después de que 87 personas lograsen entrar a la ciudad autónoma este sábado. “Ya ni siquiera nos dejan salir a pedir a la carretera”, explica Anri, de Camerún, en otro punto de la ruta. En el cruce de Bel Younech, un autobús con una treintena de inmigrantes en su interior espera la orden de salida para llevarles a algún lugar lejos de allí.

Este fin de semana, 200 personas intentaron llegar a la ciudad autónoma a través del espigón de Benzú . 87 de ellas lo consiguieron en dos grupos: unos pasaron bordeando el espigón a nado, con flotadores hechos de neumáticos, y otros atravesando de la valla del espigón. Las 11 personas que llegaron con heridas y cortes al Hospital Universitario de Ceuta fueron dadas de alta al poco tiempo y trasladadas al Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI).

En el lado marroquí, cuatro personas —tres hombres y una mujer— fueron trasladadas por la policía de Marruecos al hospital Hassan II de Fnideq, en la frontera con Ceuta. El salto se produjo a las 5.25h de la mañana del sábado. Llegaron al centro hospitalario a las 13 horas. “Sufrieron un accidente y vinieron con lesiones en las piernas y en los brazos, pero no tenían ninguna fractura, así que les dimos el alta. Aquí no hay camas para que puedan quedarse”, relata un trabajador del hospital a eldiario.es.

Dos jóvenes denuncian devoluciones de la Guardia Civil

Son los heridos oficiales, pero la carretera está plagada de otros heridos que no han aparecido en ningún hospital ni en ningún recuento. Diallo Amaro, un joven de Guinea Conakry de 14 años, probó suerte el mismo día con su amigo Ibrahim Jarlo, de 18. No fueron al espigón con el resto. Intentaron cruzar por la frontera del Tarajal por su cuenta. Denuncian que la Guardia Civil les expulsó cuando ya habían llegado al otro lado.

En la valla, el antebrazo de Diallo se enganchó en las concertinas, y tiene una herida fea que se ha infectado por culpa de un mal vendaje que le ha puesto un amigo. Es su segundo intento después de seis meses en Marruecos. “Voy a seguir probando suerte”, asegura mientras enseña la herida.

Para los que no cuentan con los medios suficientes para cruzar ocultos en un coche o no tienen pánico a embarcarse en una patera, la valla de Ceuta es la única salida. Entre los inmigrantes siempre corre el rumor de que las fuerzas de seguridad de un lado y del otro de la frontera están más relajadas durante las fiestas o las vacaciones. En el intento de diciembre, era Navidad. El pasado 25 de septiembre, durante el Aid al Adha (la fiesta del cordero), tres pateras fueron interceptadas en el mismo día cerca de las costas de Ceuta.

El Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes de Ceuta se ha ido llenando en los últimos meses en un goteo silencioso de llegadas: un día dos personas a través de la valla, otro día tres, y la mayoría por mar, en patera. No se registraba un salto numeroso desde diciembre pasado, cuando 250 inmigrantes intentaron acercarse a la frontera del Tarajal y fueron rechazados por las fuerzas de seguridad marroquíes. Pero no lo lograron. El 15 de febrero de 2014 decenas de personas lograron acceder por este mismo punto, pero todas elloas fueron devueltas de forma ilegal. Otras se quedaron por el camino: 15 subsaharianos murieron en esta tentativa, repelida con pelotas de goma y botes de humo por la Guardia Civil española.

Después del salto y de la redada, en la que también ha habido heridos que no se cuentan, unos se han ido a buscar refugio en Tánger y otros han vuelto a salir a pedir comida a la carretera. Se asoman pequeños grupos de inmigrantes, todos varones, que caminan por el arcén en ambos sentidos. Unos van buscando a alguien que les lleve en coche de vuelta a Tánger, porque han encontrado a algún amigo que puede acogerles. Otros caminan hacia Fnideq, hacia la frontera. Los que simplemente se han cansado de caminar, se sientan en el quitamiedos y hacen señales a los coches que pasan para pedirles comida y agua.

Ça passe ou ça casse”, repite a los bordes del bosque que llaman la Grande Fôret Abu Silou, un camerunés de 19 años. Pasar o romperse; ésa es la única certeza. Jugársela a todo o nada en una valla o en un espigón. Aguantar un mes más en los montes junto a Ceuta o rendirse y marcharse. Marruecos se ha convertido en una trampa en el mapa para los inmigrantes subsaharianos que intentan llegar a Europa y sólo deja estas dos opciones.

Marruecos sella sus fronteras con España

Las fuerzas de seguridad mantienen sellado el monte Gurugú y los alrededores de la frontera con Melilla. Nadie ruge ya “¡Melilla or die!”, el grito de guerra del Gurugú; ya nadie se aventura en el camino a esa valla, custodiada por cientos de agentes desde el pasado febrero, cuando Marruecos desmanteló los campamentos.

En julio le tocó el turno al barrio tangerino de Boukhalef, de donde fueron expulsados cientos de inmigrantes. En el barrio todavía quedan unas decenas de personas, en los bosques cercanos, que se acercan cada día a pedir unos dírhams al parking del supermercado Aswak Salam. Los que consiguieron volver a Tánger después de ser dispersados por distintas ciudades marroquíes y pueden pagarse una habitación, se quedaron en el barrio de Mesnana, pero ahora también están empezando a salir de allí, de Tánger y de Marruecos.

Desde hace 10 días, “Tánger se ha vaciado”, comenta Koré, un vecino marfileño de Mesnana. “La gente que ha reunido algo de dinero ha emprendido el camino a Libia”, corrobora Musa, un nigerino que vive en la medina. “15 de mis amigos ya han llegado a Italia a través de las costas libias”, asegura. “Es difícil vivir aquí cuando cada día te sientes rechazado por tus vecinos”, continúa Koré.

Nuevo punto de partida a Europa: Libia

El joven marfileño, a dos meses de convertirse en padre, ha conseguido un empleo de conserje para pagarse el apartamento que comparte con su mujer. Ha tenido que hablar varias veces con el propietario para que los vecinos dejen de molestarle: “El propietario nos ha aconsejado acceder al apartamento por otra entrada, así que ahora tenemos que dar un rodeo para entrar en casa. Nos insultan, pero no nos queda otra cosa que agachar la cabeza y callar para evitar problemas”.

Además de las redadas en los montes próximos a Ceuta, las fuerzas de seguridad marroquíes también se pasaron por el barrio tangerino de Boukhalef, donde los inmigrantes han denunciado agresiones de la policía. “Apenas queda gente viviendo en los apartamentos, pero por las noches vienen muchos para pasar un rato con los amigos que tienen casa”, comenta Marie, camerunesa. En la ciudad de Tánger, varios inmigrantes fueron arrestados cuando caminaban por la calle, en pleno centro.

La estrategia de desanimarles y cerrarles salidas está dando resultado entre los que llevan más tiempo en Marruecos, que ya piensan en volver por donde vinieron, trabajar un tiempo en Argelia e intentarlo por Libia, hacia Italia. Otros preguntan por los vuelos de retorno para intentar volver a sus países. Pero siguen llegando a través de Oujda, cada semana.

Al borde de la carretera de Bel Younech, entre los 15 inmigrantes que han salido del monte a pedir algo para poder cenar algo esa noche, Ahmed Touré, de Guinea, lanza al aire su propuesta : “Vamos a tener que empezar una guerra civil en nuestros países para que nos hagan caso, como a los refugiados sirios. Parece que si la gente se muere de hambre, eso no es un problema”.

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