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Daouda desgarrado por las cuchillas de Melilla: “No sentía dolor, solo pensaba en el futuro”

Daoudá, un joven burkinés de 22 años cuyo brazo quedó desgarrado tras encharse con las cuchillas de la valla de Melilla./Jesús Blasco de Avellaneda

Jesús Blasco de Avellaneda

Melilla —

Los amigos, la mayoría malienses y marfileños, no pueden dejar de mirar sorprendidos la foto de Daouda en la pantalla del teléfono móvil. No hacen más que preguntarle cómo pudo resistir de pie la espera hasta ser atendido. Él asegura que, en ese momento, le importaba nada tener el cuerpo totalmente mutilado: “No sentía dolor, había saltado la valla. Sólo pensaba en mirar hacia adelante, al futuro, y en dar gracias a Dios por permitirme estar vivo y poder seguir soñando”.

El protagonista de la imagen es Daouda, un joven tímido, alto y delgaducho, que nació hace 22 años en Burkina Faso, de donde huyó hace seis meses de la miseria y el hambre para intentar reunirse con algunos familiares que viven en Italia desde hace años.

El pasado martes, 490 personas de origen subsahariano lograron entrar a España saltando la valla de Melilla por la vaguada del Río Nano. Según el Gobierno, los inmigrantes seleccionaron esta zona porque sabían que todavía la malla 'antitrepa' no estaba colocada. Pero el Ejecutivo no especificó que en ese tramo había hasta cuatro alturas de alambre de cuchillas.

Una de las lesiones más espeluznantes la conocíamos gracias a la indignación y la valentía de los sanitarios que atendieron a los inmigrantes. No podían creer lo que estaban viendo. Un joven llegaba con la cabeza, los pies y las manos destrozadas por los cortes.

La fotografía del brazo derecho con la musculatura totalmente desgarrada, dejando aflorar hasta el hueso, dio en pocos minutos la vuelta al mundo y volvió a reabrir el debate acerca del alambre de cuchillas, “pasivo y no agresivo”, según el ministro de Interior.

Daouda tuvo que ser trasladado de urgencia al Hospital Comarcal de Melilla donde, los médicos reconstruyeron en quirófano la musculatura del brazo que estuvo a punto de perder. Después de 48 horas en la planta de cirugía general, el jueves a mediodía le daban el alta y volvía al Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) para reunirse con sus compañeros.

Aquel día fue decidido a saltar la alambrada, aunque se dejara la piel en el intento. Ya había sorteado tres alturas de concertina y llevaba escalados cuatro metros de la primera de las vallas cuando un resbalón hizo que su brazo derecho quedara enganchado en el entramado de concertinas.

“Una vez que se enganchan es imposible desprenderse de las cuchillas sin destrozarse la carne. Se agarran como anzuelos y la única forma que tienen de soltarse es tirar provocando que desgarren todo a su paso”, comenta uno de los enfermeros de Cruz Roja que el pasado martes atendió a los heridos del salto.

Así fue como Daouda se dejó medio brazo enganchado en las cuchillas al intentar desprenderse de ellas. Cayó al suelo, hiriéndose en la cabeza y las piernas, pero no le importó: “Seguí, no podía volver al monte con las heridas, hubiera sido mi muerte”.

A pesar de presentar lesiones por todo el cuerpo y de mover las manos con mucha dificultad se considera afortunado. Llevaba poco tiempo en los campamentos del monte Gurugú y era la primera vez que intentaba acceder a Melilla: “Otros compañeros han necesitado años. Han entrado y los han expulsado muchas veces. Yo lo intenté una vez y aquí estoy gracias a Dios”.

Es el único burkinés que entró el pasado martes con un nutrido grupo formado principalmente por malienses. Recorrió durante cuatro meses casi 4.000 kilómetros con la única obsesión de dejar atrás el continente negro y poder trabajar en Europa para mantener a su familia y, poco a poco, intentar traerse a sus hermanos.

El alto índice de crecimiento poblacional, la baja cualificación y la aridez del suelo hacen de Burkina Faso uno de los países con mayor índice de pobreza del mundo. Uno de cada tres de sus habitantes ha salido del país para buscar trabajo: “Nadie estudia, nadie trabaja, hay mucho paro, mucha hambre. Mucha, mucha hambre”.

Ahora sólo le queda esperar en la tienda de campaña donde duerme, a las puertas del CETI, una pronta salida hacia la Península. Tiene la certeza de que Dios está con él, que le cuida y que le va a permitir poder llegar pronto a Italia para buscarse la vida junto a sus primos.

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