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Las niñas afganas que querían ser 'skaters'

Una niña patina en el skatepark de Kabul construido por Skateistan | FOTO: Skateistan

Patricia Ruiz

Les basta un casco y unas rodilleras para convertirse en quien nunca creyeron que podían ser. En Kabul, apoyan la suela de goma de sus zapatillas sobre la tabla del skate, pero también una nueva confianza en sí mismas de poder encontrar ese espacio que muchas veces las mujeres no encuentran en la calle.

En las calles de Kabul no se ven mujeres montando en bicicleta, pero la novedad de la tabla con cuatro ruedas llegó sin la losa de los prejuicios sociales, y lo hizo para quedarse. Cuando en 2007 el skater australiano Oliver Percovich viajó a Afganistán, sintió la necesidad de dejar algo. De la nada creó una pequeña escuela con la que consiguió despertar entre los niños nuevas ilusiones a través del skate, aumentando las oportunidades de la infancia en el que ya es considerado como “el peor país del mundo para nacer”, según Unicef.

Casi una década más tarde, entre las paredes de Skateistan aprenden semanalmente más de 1.200 jóvenes, de los cuales el 40% son niñas. La ONG se ha consolidado como una de las mayores organizaciones de deporte femenino de todo el país, siendo uno de sus mayores logros algo tan sencillo e impensable en Afganistán como que las niñas salgan a patinar en el espacio público.

Fazilla, de 12 años, trabaja vendiendo chicles en las calles del barrio de Qalai Zaman para contribuir con algo de dinero a los pocos ingresos de su familia. “En Skateistan no siento que todo lo que me rodea está arruinado, sino que estoy en un lugar agradable”, explica en un vídeo-documental sobre el proyecto.

Confiesa que la gente aún no está acostumbrada a que una mujer pueda hacer lo que a ella le hace tan feliz. “La mayoría de mi familia me apoya, aunque a mi padre no le gusta mucho este hobby. Cuando salgo a la calle siento que hay gente que cuestiona mi derecho a patinar allí, pero me da igual lo que opinen, a mi esto me encanta y no pienso dejarlo”, dice con firmeza.

Volver al pupitre

La clave de que las niñas construyan más oportunidades para su futuro es el vínculo que el proyecto ha establecido entre el skate y la educación en las escuelas. Además de las dos horas semanales de clases de skate combinadas con estudio en el aula, el programa 'Back to school' (vuelta al colegio) permite que los niños que están fuera del sistema escolar puedan volver a matricularse en colegios públicos. A él se han apuntado muchas niñas y adolescentes cuya esperanza de aprender a leer y escribir antes de que el proyecto llegara a su barrio era escasa: en Afganistán, el 87% de la población femenina es analfabeta. 

Samira, madre de una de las estudiantes de ese programa, deposita en su hija la ilusión de las oportunidades que ella, como mujer sin recursos, nunca tuvo. “Ella es mi verdadera esperanza para el futuro de nuestro país”, dice con orgullo.

Historias propias

La pasión por el skate se convierte en la excusa perfecta para trasladar a estas niñas a espacios donde normalmente las mujeres no están presentes, como la calle o la escuela. “Esto es mucho más que skate. El skate nos sirve como herramienta para contruir una nueva motivación en sus vidas. Solemos decirles, 'eh, ¿quieres hacer skate? Pues únete, sal de casa y ven al colegio”, explica Benjamin Pecqueur, director de programas de Skateistan.

Shana Nolan profesora en el primer Skatepark de Kabul que construyó la ONG, en donde enseña a niñas y adolescentes a subirse por primera vez a una tabla. Describe que el patrón tiende a ser el mismo: las niñas empiezan con timidez y miedo, hasta que se sueltan. “No hay nada como ver a una mujer patinando por primera vez y darte cuenta con ella de que ha conseguido algo que ella jamás pensó que conseguiría”, explica.

“Todo esto implica que niñas y niños juegan juntos. A través del skate estamos consiguiendo romper las barreras que existen entre razas, etnias, religiones, condiciones económicas y género. Construimos puentes para que se acepten y toleren unos a otros”, dice uno de los educadores de la ONG. Desde la pista del skatepark, entre el ruido de las ruedas sobre el cemento, algunas se preparan para dar otra clase más en el rincón de Kabul en el que las niñas, vuelven a ser niñas. 

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