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La calculadora científica, último invento del pasado siglo que sigue dando guerra

Las calculadoras científicas no han sucumbido a las nuevas tecnologías

Lucía Caballero

Regresemos por un momento a finales de los años 90: los jóvenes escuchaban cedés en unos por entonces flamantes Discman. Utilizaban el teléfono fijo –más bien el teléfono a secas, no había más– para llamar a sus amigos. Se conectaban a internet gracias a un módem de 56k frente a un cabezudo ordenador de sobremesa. Resolvían las cuentas más difíciles en clase con una calculadora científica, seguramente de la marca Casio.

Hoy, los discos de música casi han pasado a la historia. Los teléfonos fijos subsisten a duras penas porque se incluye en las tarifas combinadas, los datos circulan por cables de fibra óptica que permiten acceder a internet a gran velocidad y los portátiles han conquistado los escritorios (aunque ya podemos hacer casi lo mismo desde la tableta o el 'smartphone'). No queda apenas rastro de la mayoría de tecnologías del siglo pasado, pero los chavales de instituto siguen usando calculadoras científicas muy similares a las de hace veinte años.

Algunas de estas reliquias electrónicas se han modernizado –las hay táctiles y a todo color–, pero los modelos más tradicionales desafían el paso del tiempo sin demasiado esfuerzo. ¿Acaso no han descendido sus ventas? “No en España”, aseguran rotundamente a HojaDeRouter.com desde Casio. En nuestro país, las cifras “se han mantenido e incluso incrementado tanto en unidades como en valor durante los últimos cinco años”, añaden.

Según los datos proporcionados por la firma de estudios de mercado GfK, el sector de las calculadoras científicas ha crecido un 25 % en España, con la multinacional japonesa como líder indiscutible. Se usan principalmente como herramienta educativa en los cursos de ESO y Bachillerato, aunque también resultan útiles en las enseñanzas universitarias. Desde Media Markt nos confirman la tendencia: “Es una categoría muy estable” en sus tiendas patrias, donde suelen despachar unas 20.000 unidades anuales.

Los nuevos modelos ofrecen más funcionalidades que aquellas versiones noventeras. Sus fabricantes no pueden dormirse en los laureles. “Todos han añadido prestaciones que hacen a las calculadoras mejores para enseñar matemáticas, y van a tener que continuar haciéndolo porque se les va a hacer cada vez más duro diferenciarse de las herramientas virtuales”, argumenta Lucas Allen, un exprofesor y experto en pedagogía de las matemáticas que, desde 2010, hace reseñas de calculadoras en su web.

A diferencia de lo que ocurría hace más de una década, las calculadoras científicas conviven hoy con numerosas alternativas de cálculo llegadas de la mano de internet y las nuevas tecnologías. Hay programas de escritorio, herramientas web y aplicaciones móviles que simulan su funcionamiento y apariencia, incluidas las creadas por los propios fabricantes que, pese a tener un pie anclado al pasado, también apuestan por la innovación.

Todo está en el móvil, excepto la calculadora científica

Para Eli Luberoff, fundador de Desmos, una calculadora virtual gratuita, “los portátiles y móviles se han convertido en una especie de navajas suizas de la tecnología”. Fuera del ámbito profesional, ya no hace falta llevar una cámara, un reproductor de música o una agenda electrónica: todo está en nuestro ‘smartphone’.

“No hay razón para que las calculadoras necesiten ir por separado”, afirma Luberoff, también exprofesor de matemáticas. A pesar de que el estadounidense ve claro el futuro de las cámaras como herramienta de fotógrafos profesionales o aficionados, tiene dudas respecto al futuro de las calculadoras científicas. Son “más complejas, más grandes y más caras” que las aplicaciones. Pero, entonces, ¿por qué siguen reinando en las aulas?

Una de las claves es el propio funcionamiento del sistema educativo. Más concretamente, las normas sobre los tipos de calculadoras que pueden utilizarse en exámenes oficiales como el de acceso a la universidad –la actual EBAU en España–. Estas reglas las decide una comisión organizadora integrada por representantes de las universidades, la Administración y los institutos. “Uno de los criterios que se han barajado para restringir el uso de ciertas calculadoras es preservar la igualdad de todos los estudiantes”, explica Luis Ignacio García, profesor del I.E.S. La Magdalena de Avilés y responsable de la plataforma didáctica FisQuiWeb. “No es de recibo que estudiantes con mayor poder adquisitivo puedan utilizar calculadoras con alguna ventaja”.

Otro de los criterios está encaminado a evitar las trampas. Las calculadoras no deben ser programables para que, como señala García, “no puedan usarse como una chuleta electrónica”. Internet también está prohibida ya que los alumnos podrían acudir a Google en busca de respuestas. Si tuvieran permitido utilizar una aplicación en su teléfono, alguien tendría que asegurarse de que no estuvieran conectados.

“Mientras siga habiendo exámenes tradicionales, creo que tanto los móviles como las tabletas u ordenadores van a estar prohibidos”, arguye el profesor, quien considera que las calculadoras científicas de siempre aún tienen un largo recorrido porque son fáciles de llevar y de manejar y, sobre todo, porque es lógico usar en las aulas la misma tecnología que en las pruebas oficiales. “Los estudiantes necesitan aprobar esos exámenes y los profesores quieren que sus alumnos practiquen durante varios años con sus calculadoras antes de enfrentarse a ellos”, sostiene Allen.   

En clase, siempre que no se trate de una evaluación, los docentes pueden utilizar otras herramientas para solucionar problemas o procesar datos. Y aquí “sí cabría el uso de móviles u otros dispositivos”, dice García. Pero tampoco hay que menospreciar el valor educativo de las calculadoras gráficas: aunque suele recurrirse a las tradicionales y sencillas, algunos de los modelos más avanzados funcionan como pequeños ordenadores. “En un solo aparato tienes una interfaz que permite hacer cálculos matemáticos y científicos, elaborar hojas de cálculo, estadísticas, funciones, geometría y programación básica. Los profesores pueden incluso enviar preguntas a los alumnos cuando tienen wifi”, describe Allen.  El problema es que “algunos docentes no saben hacer con ellas nada más que cálculos muy básicos, y eso es lo que enseñan”.

Pequeños cambios en el horizonte

En Estados Unidos no existe una sola evaluación oficial de acceso a los estudios universitarios, sino que hay dos exámenes principales estandarizados y reconocidos por las facultades: el SAT y el ACT, elaborados por las organizaciones sin ánimo de lucro College Board y ACT, respectivamente. No obstante, hay otra prueba alternativa que ha sido diseñada más recientemente por el Smarter Balanced Assessment Consortium (SBAC), un consorcio de evaluación financiado por el Departamento de Educación al que se han adscrito 23 estados norteamericanos. Sus exámenes siguen unos estándares estatales, se realizan online y están disponibles para las asignaturas de Lengua y Matemáticas.

El pasado mes de mayo, el SBAC anunciaba que Desmos estaría disponible para los estudiantes en la plataforma desde otoño, tanto para su uso durante el curso como durante las pruebas. Un paso que algunos consideran el principio del fin de las calculadoras científicas tradicionales y, por ende, de la hegemonía de Texas Instruments, líder de ventas en aquel país.

Para James Thomson, creador de la calculadora virtual PC Calc, “el principal obstáculo para que las aplicaciones ganen terreno es la conectividad de móviles, tabletas y ordenadores”. Además, otras herramientas y programas pueden servir de escondrijo para las chuletas electrónicas. Es la baza que esgrime Peter Balyta, de Texas Instruments: “Nuestros productos incluyen únicamente las funcionalidades que los estudiantes necesitan en clase, sin las numerosas distracciones o problemas de seguridad en los exámenes que acarrean los ‘smartphones’, tabletas y el acceso a la Red”.

Por eso Desmos, que no ha pasado por alto la cuestión, ha integrado la calculadora digital directamente en la web donde los estudiantes completan el examen, eliminando la necesidad de conexión. La ‘startup’, fundada en 2011, ha conquistado también al College Board, responsable del SAT. De momento no aprueba su uso en el examen preuniversitario, pero sí lo permite en la plataforma SpringBoard –donde ofrece ejercicios y evaluaciones curriculares para estudiantes y profesores– junto con otras aplicaciones como GeoGebra. No obstante, si la tendencia a digitalizar los exámenes oficiales continuara, gigantes como HP, Casio o Texas Instruments  podrían plantar cara a los nuevos con sus propias versiones virtuales.

“Los test que permiten acceder a herramientas avanzadas encajan mejor con el tipo de educación que se está desarrollando actualmente en las aulas y prepara mejor a los alumnos para trabajar en el mundo real”, defiende Luberoff. El fundador de Desmos asegura que no existen empleos a “libro cerrado”, programadores que no puedan consultar libros o internet ni ingenieros o economistas que no puedan utilizar el programa de cálculo que prefieran.

Pese a que los profesores recurren cada vez más a herramientas virtuales, en España seguimos, en general, chapados a la antigua. Aunque puede que en un futuro las cosas cambien y la calculadora científica acabe compartiendo el destino de su prima pequeña, la calculadora de bolsillo: acumular polvo en un cajón, al lado del Discman y una pila de cedés.

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Las imágenes de este reportaje son propiedad, por orden de aparición, de Trung NGUYEN, SteveDesmos, y University of the Fraser Valley

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