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Hartos del estercolero español

El portavoz del PP en el Congreso, Miguel Tellado, interviene durante una sesión de control al Gobierno, en el Congreso de los Diputados.

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En este país, como en cualquier parte, todo el mundo tiene sus intereses y estrategias. La diferencia reside en la abultada mayoría que desde los centros de poder no usa demasiados escrúpulos para obtener lo que busca. La política nos está dando evidencias cada día más repugnantes, degenerando a su vez al periodismo y la justicia. Todos no son iguales, ni mucho menos, pero los principales actores de la inmundicia degradan de tal forma la convivencia que están haciendo el ambiente irrespirable.

Todos tienen sus intereses, sí, pero los que han de contar son los de la ciudadanía. Para ella han de gestionar, cuidar, informar, impartir justicia, promover el desarrollo y sentar las bases de un sosiego que permita vivir con cierta seguridad, al menos. Lo que cuenta es la sociedad ¿entienden? Basta ya de mentiras, extorsiones, atracos a nuestro dinero y nuestra tranquilidad, a la conciencia pública, a la ética, a los valores. Estamos profundamente hartos de las peleas en el Congreso, de la falsa equidistancia que nos lo cuenta limitándose a señalar lo que éste dice y el otro dice, dando la misma credibilidad a la mentira que a la verdad, manipulando de facto. Han causado ya un daño inmenso que se palpa creciente a través de los años de malas praxis. Porque lo esencial es que algunos nos saquean para entregar nuestro dinero a quienes nos van a enseñar la cara amable de los bandoleros y bandoleras, omitiendo hasta el menor de sus abundantes desvíos.

Es inconcebible que se atrevan a defender lo indefendible como si todos los ciudadanos fuéramos radicalmente imbéciles. Y a encumbrar a  personajes públicos que harían palidecer a los capos del hampa del Chicago años 20 de la Ley Seca, con sicarios tan borrachos de poder como para salir de las alcantarillas a poner capuchas de mentira sobre el periodismo que informa. Que no es todo, por desgracia para la ciudadanía honesta. La bancada de la derecha no se atrevería a soltar su inmundicia en el Congreso si no tuviera un descomunal apoyo mediático que lo respaldara.

¿Cómo un país puede engullir como normal que permanezcan en la política o el periodismo quienes han mentido -para aprovecharse personalmente- sobre la muerte violenta de decenas de personas: 193 por aquí, 62 por allá, 7 más lejos. O quienes han decidido, permitido u ocultado, la agonía fatal de 7.291 ancianos porque los recursos existentes para atenderlos se dedicaban a dar negocio a los amigos y promocionar a la mano decisoria. ¿Hasta qué punto se puede perder la dignidad? Incluso una visión de futuro racional. ¿No han visto a qué lleva poner a cargo de indeseables asuntos de trascendencia, incluida la vida de las personas?

Y es que ni siquiera acabó ahí la tragedia, ni el desprecio: persiste. ¿Cómo se puede ser tan depravado para decirles a las víctimas de la masacre de las residencias, a los familiares, que “quieren hacer justicia paralela porque no soportan el veredicto de las urnas”? Urnas en lugar de justicia. Alguien contestó a la despiadada y soberbia interfecta que los juicios de Nuremberg los promovieron también familiares disconformes con el resultado de las urnas.

Nos han metido como potables a líderes políticos, candidatos al gobierno de España, que se han paseado con amigos íntimos narcotraficantes, o que conviven con imputados por defraudar a la Hacienda Pública, a título de disfrute completo del pillaje. A quienes practican concubinatos lujuriosos con empresas a las que derivan recursos públicos. A seres capaces de acusar de corrupción a otros, sentados sobre una mole de inmundicias que teñiría su aura de amarillo purulento (caso de existir el aura). A los que en lugar de boca tienen surtidores de bulos, insultos y odio. Y a quienes les ponen micrófono con amplificador de mentiras. Solo ver todo esto nos deja estupefactos e indignados. No, no, faltan las palabras, porque no se encuentran suficientes para definir el impacto de tanta desfachatez, descaro, desvergüenza, insolencia, atrevimiento, cinismo, impudicia.

No tenemos inconveniente en que se citen en un descampado y se sacudan todas sus miserias unos sobre otros, si así se desfogan, aunque sin audiencia la bronca perdería mucho; la necesitan para medrar. Lo cierto es que ha llegado la inaplazable hora de tomar medidas y de exigirlas a quien puede aplicarlas.

Tareas urgentes:

  •  Una nueva mayoría para restaurar la legitimidad del CGPJ que acabe con la anomalía democrática de más de cinco años sin renovar, terminado su período de mandato. Ya. Con el Gobierno y sus socios. Y que, inmediatamente, recupere y renueve nombramientos. No pongan de excusa la UE. Vienen elecciones en junio y bastante harán en no caer en manos de la ultraderecha. Esa posibilidad a evitar, porque como encima ganen nos olvidamos de todo.
  • Revisar el dinero público que los entes locales entregan a los medios, en base a qué criterios y con qué resultado. Una vigilancia extrema para que no se utilice en comprar elogios y silencios al mandatario que lo distribuye, porque ese no es su fin. Ni ese su dinero, por cierto.
  • Sería muy conveniente, en ese sentido, estudiar con expertos incluso internacionales -dada la preocupación de los países democráticos por las Fake News-, si los medios dedicados a la propaganda política pueden seguir usando el nombre de su actividad como periodismo. No digo tanto como llamarles panfletos de mierda, pero sí establecer una división entre medios informativos y el equivalente a “tabloides” en todos los formatos, a diversiones pornográficas incluso. Cada sector gozaría de diferente estatus y normas. Especialmente en recibir dinero público. Mentir a sabiendas para causar daño debería acarrear responsabilidades.
  • Entretanto, medios públicos de masas como las televisiones, nacionales y autonómicas, han de ser escrupulosos con la objetividad y respetar el derecho a la información de los ciudadanos. Consejos de Administración profesionales no tiznados y Consejos de redacción serían vehículos efectivos que podrían lograrlo.
  •  Regulación del Senado. Proceso de elección de acuerdo a la realidad de los votos. Pensado en su día para el bipartidismo, excluye la voluntad de millones de personas cuyos votos se pierden en la distribución ponderada de los escaños. Se constata que, en la actualidad y si la mayoría absoluta da el control a quienes priman sus propios intereses sobre los de los ciudadanos, se puede llegar a un obstruccionismo que dañe la democracia. Un reflejo más real de la voluntad de los votantes, tal como ocurre en el Congreso, evitaría ese daño.

A la sociedad compete apreciar la diferencia abismal entre consumir periodismo o basura. Saber los efectos nocivos del veneno manipulador. Y elegir como adultos, conscientemente. En el caso de las tertulias, el 90% son basura muy perniciosa y, un tercio de estas, como poco, un saco de excrementos.  

Y sobre todo ser responsables con el resto de los ciudadanos y no condenarles a sufrir los daños de una elección basada en las simpatías o el odio. Hay que aprender democracia, el bien común. No confundir la libertad de expresión con la libertad de extorsión. Saber que falta mucho por hacer para lograr un bienestar compartido, pero también que por este camino nos vamos directamente al despeñadero, tiznados de mugre desde esta insoportable pocilga que tantos se empeñan en mantener.

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