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La insoportable y mentirosa derecha española

El presidente del PP, Pablo Casado. EFE/Juan Carlos Hidalgo/Archivo

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El sectarismo y la deformación de la realidad que practica la derecha española no tiene límites ni fácil parangón en el resto del mundo. El miércoles, Pablo Casado advirtió a Pedro Sánchez de que provocaría 20.000 muertos más por la pandemia si no aceptaba el escuálido e improvisado plan que ha elaborado el PP. Este jueves, y en los días anteriores, ninguno de los tres mayores diarios reaccionarios, El Mundo, ABC y La Razón, hacía la mínima alusión al gran avance en vacunación, que valoran muy positivamente los expertos, ni a la bajada de la incidencia de la pandemia. Así libra la batalla política el PP.

Cabía esperar, siendo ilusos, que algún exponente de la derecha mostrara su preocupación por el desmadre callejero que se produjo la noche del fin del estado de alarma. Que en buena medida respondía al espíritu de libertinaje social que había sido el eje de la exitosa campaña de Isabel Díaz Ayuso en Madrid. Pero nadie abrió la boca al respecto. Y aún más, la presidenta madrileña denunció la campaña de “anti-madrileñismo” que la izquierda había lanzado por esos excesos y añadió que el problema de la alta incidencia de la Covid en la región se debía a que el Gobierno no tomaba medidas suficientemente restrictivas en el aeropuerto de Barajas.

Si no fueran tan espantosos esos comportamientos serían sencillamente ridículos. Pero lo malo es que, cuando menos hasta que se demuestre lo contrario, buena parte del electorado de derechas acepta sin rechistar esos argumentos con un sectarismo tan fuerte como el de quienes los lanzan al espacio público. “Todo lo que pueda favorecer a la izquierda ha de ser negado, aunque sea la verdad” sería el lema de esa actitud.

Cabe preguntarse si los millones de votantes del PP y de Vox que han recibido la vacuna comparten plenamente ese negacionismo y cuántos de los que siguen temiendo caer contagiados comparten la idea de que si no se ataja más rápidamente la pandemia es por culpa del Gobierno. Habrá que esperar aún bastante tiempo para tener una respuesta a esa pregunta. Mientras tanto, la irracionalidad y los argumentos bárbaros seguirán dominando la escena política. Porque el PP de Casado parece haber creído que esa línea va a funcionarles tan bien como lo ha hecho en Madrid.

El Gobierno y Pedro Sánchez miran para otro lado como si ese espectáculo macabro no se estuviera produciendo delante de sus ojos. Seguramente no tiene otra: hacer frente a esa ola de engaños y mentiras valdría para poco más que para enfangarse y eso terminaría favoreciendo a Casado y los suyos. Y opta por la vía alternativa: la de publicitar hasta donde le sea posible, esperemos que no hasta aburrir, los grandes avances que se están registrando en la campaña de vacunación y transmitir a la población la idea de que en unos pocos meses se habrá alcanzado algo parecido a la inmunidad de rebaño, es decir, casi una victoria sobre la pandemia. La mayoría de los expertos empieza a coincidir con esas apreciaciones y ninguno de los que merecen tal calificativo se ha mostrado ni de lejos cerca de los planteamientos del PP.

Sánchez no ha querido tampoco entrar en la polémica sobre si era oportuno acabar con el estado de alarma y sobre la suficiencia de las medidas que podrían aplicarse una vez desaparecido el mismo. Por los mismos motivos por los que ha rehuido el cara a cara con Casado en los últimos tiempos. Porque está convencido de que cualquier debate abierto con la derecha sólo va a devenir en un follón que en ningún caso va a producir el mínimo avance. Y porque insiste en que las comunidades autónomas tienen medios suficientes para hacer frente a la pandemia en las circunstancias actuales.

Alguno dirá que hay algo de cobardía en esa actitud. Pero la verdad es que un año de extraordinarias e injustificadas batallas parlamentarias ante cualquier iniciativa gubernamental vienen a demostrar que en estos momentos con la derecha no existe la mínima posibilidad de coincidencia parlamentaria. Por lo que lo mejor es ignorar en la práctica su existencia, aunque sea la negación misma de la razón de ser de Las Cortes. Pero seguir dándose de cabezazos con la misma roca no tiene razón de ser por mucho que parezca, en principio, políticamente correcto.

El linchamiento del que ha sido objeto Pablo Iglesias por parte de la derecha y de los medios que la apoyan es un ejemplo de la falta de escrúpulos de ese mundo, de su disposición de ir hasta donde sea con tal de alcanzar sus fines. Crearon un monstruo a su conveniencia -nunca el fundador de Podemos fue tan amenazante y peligroso como sus rivales lo pintaron- y dedicaron toda la artillería con la que contaban para acabar con él. El infame e interminable asedio de su vivienda entre otros recursos.

No es seguro que la decisión de Pablo Iglesias de dejar la política sea únicamente consecuencia de esa presión abominable. (Que, por cierto, no ha sido denunciada con la fuerza que merecía por parte de los medios que no se inscriben en el espectro de la derecha ni tampoco por sus socios de gobierno). Otros factores -el estancamiento electoral de Podemos, sus crisis regionales, la subida del partido de su sempiterno rival Iñigo Errejón- también pueden haber influido en esa decisión. Pero eso no quita para que la campaña de la derecha contra él merezca figurar como uno de los capítulos más deleznables de la corta historia de la democracia española. Y que sirva para comprender, a quien quiera hacerlo, qué clase de derecha tenemos en España.

Queda la esperanza de que no sean muy graves las consecuencias sanitarias de los estúpidos excesos de la noche del fin del estado de excepción. Una aberración que también tendría que dar pie a una reflexión sobre qué tipo de juventud ha generado la tolerancia mal entendida. Y también la de que los optimistas cálculos de Pedro Sánchez, tanto en lo que se refiere a la pandemia como a la marcha de la economía, se vayan acercando a la realidad. No para bien del PSOE, sino de todos. Pero aun cuando el presidente del Gobierno vaya acertando en sus previsiones, su camino no va a ser fácil, ni mucho menos. Porque la derecha no le va a tolerar el mínimo éxito. Y, encima, nadie sabe lo que va a pasar en Cataluña.

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