No sé si es una nación, un estado asociado, un cantón o un sentimiento, pero Cataluña es sin duda una singularidad político-social. Todo el mundo sabe que esta parte del mundo es la cuna de uno de los movimientos ciudadanos más ilusionantes que se han visto en España: La Plataforma de Afectados por la Hipoteca (la “PAH”), cuya lucha por el derecho de la vivienda ha brillado y sigue brillando con luz propia. Lo que muy poca gente sabe es que, también en Cataluña (en la ciudad de Barcelona, concretamente), se están llevando a cabo avances importantísimos en otro de los derechos que sustentan la dignidad humana: el derecho a la vida independiente.
Veréis, resulta que no todos los humanos pueden llevar a cabo las mismas tareas y los hay incluso que son incapaces de hacer cosas que la mayoría de la población consigue sin mayor dificultad todos los días de su vida. Estas tareas, que se suelen denominar “actividades de la vida cotidiana”, pueden incluir levantarse de la cama, vestirse, ducharse, limpiarse el culo, cortar la comida, beber un vaso de agua, o ir al banco, entre muchas otras.
A pesar de esto, la ONU recientemente tuvo a bien declarar explícitamente que estos curiosos seres humanos son, de hecho, seres humanos y, como tales, son sujetos de ciertos derechos inalienables. En la Convención sobre los derechos de las personas con discapacidad, aprobada en 2006, uno de los principios generales es:
El respeto de la dignidad inherente, la autonomía individual, incluida la libertad de tomar las propias decisiones, y la independencia de las personas.
Además, y en base a esto, se estipula que los estados parte se comprometen, en concreto y entre otras muchas cosas, a que:
Las personas con discapacidad tengan la oportunidad de elegir su lugar de residencia y dónde y con quién vivir, en igualdad de condiciones con las demás, y no se vean obligadas a vivir con arreglo a un sistema de vida específico.dónde y con quién vivir
Y también a que:
Las personas con discapacidad tengan acceso a una variedad de servicios de asistencia domiciliaria, residencial y otros servicios de apoyo de la comunidad, incluida la asistencia personal que sea necesaria para facilitar su existencia y su inclusión en la comunidad y para evitar su aislamiento o separación de ésta.asistencia personal
El énfasis en la asistencia personal es importante, porque es precisamente mediante este instrumento como se puede conseguir que alguien que no se puede limpiar el culo solo pueda tener una vida independiente y vivir “donde y con quien” desee.
Para los que no conozcáis el concepto, un asistente personal es simplemente una persona que contrata el retrón en cuestión para que le ayude a hacer todo lo que él no puede hacer solo. El asistente te levanta de la cama si no puedes (o te ayuda si puedes pero te cuesta mucho), te ducha, te viste y sí, también te limpia el culo si hace falta. El asistente hace todo esto, pero las decisiones las toma el retrón. Es el retrón quien decide cuándo y cómo se levanta, cuándo y cómo se ducha, cuándo y cómo se viste, cuándo y cómo etcetera (que ya vale de decir “culo”). El retrón paga, el retrón contrata (y despide si llega el caso), el retrón decide, el retrón manda.
Es por ello que, en un mundo ideal (o simplemente en un país desarrollado y decente), todo discapacitado tiene derecho a las horas que necesite de asistencia personal subvencionadas por el estado. Como podéis entender fácilmente, si esto no es así, es imposible que exista una igualdad real de oportunidades o que se respete el derecho a la vida independiente.
Aunque el Reino de España ratificó la Convención en 2008, incluyéndola así, supuestamente, en su marco jurídico, el estado del Reino de España no es, lamentablemente, ni ideal, ni desarrollado, ni decente (aunque muchos de sus ciudadanos sí lo sean). En el Reino de España, el estado usa la Convención de la ONU como papel higiénico (lo cual no deja de ser simbólico si pensamos que la firma del Rey está estampada en la misma). En el Reino de España, el servicio de asistencia personal que estaba recogido desde el principio en la Ley de Dependencia nunca se llegó a implementar (salvo mínimas excepciones territoriales) y las ridículas subvenciones directas que sí da la ley a algunos afortunados no llegan ni para pipas, mucho menos para contratar a una persona. En lo que sí se gasta el parné, curiosamente, el Reino de España es en encerrar a los retrones que no tienen familia (o que no quieren esclavizarla) en residencias muy caras y muy bonitas, en las que, como es obvio, a la vida independiente ni se la ha visto ni se la espera.
Pues bien, todo esto, hoy, en Barcelona, está cambiando.
Como os contábamos en una entrevista reciente al activista Antonio Centeno, desde hace unos años, en Barcelona se viene haciendo un experimento: Básicamente, se han atrevido a probar si eso de ser decentes funciona, y han puesto asistentes personales —como debe ser— a unos cuantos retrones. (Tampoco a muchos que uno no se puede lanzar a la piscina de la decencia así de golpe, sin comprobar la temperatura del agua.)
La noticia es que, después de unos años de experimentar, han hecho lo que todo científico sabe que es necesario si se quiere concluir algo sólido y fiable: medir los resultados.
En este enlace podéis encontrar el informe correspondiente, aunque está en catalán. Como yo lo hablo un poco en la intimidad, os hago un resumen de los puntos más relevantes:
- El informe lo llevó a cabo una empresa externa de auditoría utilizando una metodología muy moderna y muy cool para medir la rentabilidad social de una cierta inversión en euros. ¡Sí, en euros! No es que yo comulgue con la hipótesis loca de que el dinero es una magnitud universal para medir el valor de las cosas y las gentes —creo que hay muchas cosas que no se pueden medir en euros—, pero hay que reconocer que, en esta época, es una buena estrategia hacerlo así... especialmente si, al final del día, lo rentable coincide con lo moral, como veremos que es el caso. Qué hacer cuando ambas cosas no coinciden es también obvio para mí, pero mejor dejamos ese debate para otro día.
- Para computar la rentabilidad de la inversión, se tuvo en cuenta, por un lado, todo el dinero aportado: En este caso, unos 800.000€, repartidos más o menos en 350.000€ aportados por el Ayuntamiento de Barcelona y unos 450.000€ aportados por la Generalitat. Por otro lado, el retorno de la inversión se compone de muy variadas partidas, entre las cuales las más grandes incluyen el ahorro por parte de los usuarios por no tener que pagar la asistencia personal de su bolsillo, el ahorro por parte de la Generalitat y la Administración del Estado por no tener que abonar la prestación de dependencia (a la que los usuarios renunciaban, lógicamente) así como los ingresos por IRPF provinientes de los asistentes y el ahorro de sus prestaciones de desempleo, o el impacto en las oportunidades de trabajo y el bienestar general de los cuidadores familiares.
- El estudio abarca 13 meses (de septiembre de 2011 a septiembre de 2012, ambos incluidos) y se refiere a la asistencia personal de 31 retrones, 19 con el grado III de dependencia, 12 con el grado II. De ellos, 18 viviendo con su familia, 13 de manera independiente. El número total de horas de asistencia prestadas fue de 62.273, un 75% de las mismas a personas con grado III. El promedio fue de 154 horas por mes y persona (si queréis, unas 5 horas por día) con una gran variabilidad: el usuario con más horas recibió 493 por mes (unas 16 por día), mientras que el usuario con menos horas recibió sólo 9 por mes. El número de asistentes personales contratados fue de 121.
A continuación, los resultados:
- La conclusión principal es que, por cada euro invertido, se han recuperado aproximadamente 3€. Es decir, si aceptamos literalmente el lenguaje monetario, la sociedad ha obtenido unas ganancias del 200%.
- La comparación entre el coste de la asistencia personal y lo que habría costado al estado tener a estas personas encerradas en una residencia es también muy reveladora: El asistente personal sin copago cuesta unos 1300€ por mes para una persona con grado II, mientras que una residencia con copago cuesta al estado unos 2000€ por mes; 3000€ sin copago. En el caso de una persona con grado III, un asistente cuesta 2500€ al mes, una residencia con copago 2300€ y una residencia sin copago 3700€. Teniendo en cuenta la increíble diferencia entre la dignidad de una solución y la otra, este cálculo, por si solo, debería ser suficiente para sacar a todos los retrones (que lo deseen) de la residencia y ponerles asistencia personal ya.
Hay un par de matizaciones que yo haría al estudio tal y como se presenta:
Por un lado, que la inversión en asistencia personal produzca un retorno social de 3 a 1 está muy bien, pero entonces, y siguiendo la lógica, uno puede preguntar: ¿y qué retorno producía la organización del Gran Premio de F1 en Valencia? Probablemente menos, pero, ¿y si produce más? ¿Qué hacemos?
La justificación financiera de las decisiones sociales y políticas es peligrosa.
Por otro lado, la partida de retorno de la inversión más grande de todas es el ahorro de un millón y medio de euros por parte de los usuarios al no tener ya que contratar a los asistentes de su bolsillo. Sin embargo, no es cierto que, de no tener este servicio garantizado, los usuarios habrían de hecho pagado por todas esas horas de asistencia. Un cálculo rápido arroja que, en promedio, tal cosa habría supuesto gastar 50.000€ por persona y año; algo obviamente inasumible para casi cualquier familia.
No obstante, aunque esta objeción me parece sólida, hay que mencionar que el retorno real y directo para la administración pública debido al IRPF y al ahorro en prestaciones de desempleo y dependencia es de unos 850.000€ y prácticamente igual a lo que han aportado. Es decir, que, incluso olvidándonos de todo lo demás, el servicio les sale gratis. (Y eso sin mencionar que han bajado el paro en, al menos, 121 personas con él.)
En definitiva, y con todas las matizaciones que uno quiera, el resultado del estudio, así como el hecho de que el servicio existiese en un primer lugar, y también la intención que el Ayuntamiento parece que tiene de ampliarlo, me obligan a exclamar:
Visca Catalunya retrona!
Y si al final se independizan, ya sabéis mis queridos retrones castellanos, aragones, gallegos y demás, a dónde tenéis que emigrar.