El golpe contra Evo es un golpe contra todos los indígenas del continente
Evo Morales es algo más que el primer presidente indígena de Bolivia. Evo Morales es también nuestro presidente. El año 2006 llevó a los indígenas a la vanguardia de la historia con el ascenso de un humilde cocalero aymara al cargo más alto de la nación. Lo apoyaban movimientos sociales que traían una visión indígena del socialismo y los valores de la Pachamama. Por eso Evo es un símbolo de los cinco siglos de privación y la lucha indígena de toda América. Por eso un golpe contra Evo es un golpe contra el pueblo indígena.
A los críticos de Evo, tanto en la derecha como en la izquierda antiestatal, les encanta hablar de sus fracasos, pero han sido sus victorias las que han probado esta reacción violenta. Evo y el Movimiento al Socialismo (MAS), un partido dirigido por indígenas, nacionalizaron industrias clave y adoptaron audaces medidas de gasto social para reducir la pobreza extrema a más de la mitad.
En Bolivia el coeficiente de Gini, que mide la desigualdad de ingresos, se redujo en un extraordinario 19%. Durante el gobierno de Evo y del MAS, gran parte de la población mayoritariamente indígena de Bolivia vivió por encima del umbral de la pobreza por primera vez en su vida.
Los logros no han sido solo económicos: Bolivia también ha dado un paso enorme en derechos indígenas. La cultura y las lenguas indígenas pasaron de los márgenes de la sociedad a incorporarse plenamente en el estado plurinacional de Bolivia. Se introdujo en la Constitución del país el Bien Vivir, esta filosofía andina que promueve la armonía con los demás y con la naturaleza y que se convirtió en una guía para el progreso social y la reforma de las instituciones.
La enseña indígena multicolor Wiphala se convirtió en bandera nacional junto a la tricolor; y treinta y seis lenguas indígenas pasaron a ser lenguas oficiales de la nación junto con el español.
Con su socialismo indígena, Evo se convirtió en un abanderado de la comunidad indígena internacional. Como dijo el respetado jurista maorí, Moana Jackson, la Constitución de Bolivia de 2009 ha sido “lo más cercano que ha habido en el mundo a una constitución surgida de una kaupapa (visión comunitaria) indígena”.
El proyecto indígena-socialista de Evo triunfó donde el neoliberalismo había fracasado una y otra vez: redistribuir la riqueza hacia los sectores más pobres de la sociedad y levantar a los marginados.
Bajo la dirección de Evo y del MAS, Bolivia se liberaba a sí misma haciendo uso de sus recursos. En ese sentido iba el intento de Evo de nacionalizar sus gigantescas reservas de litio, imprescindibles para los coches eléctricos. Desde que se produjo el golpe, las acciones de Tesla se han disparado.
Bolivia molestó a países imperialistas como Estados Unidos y Canadá nacionalizando los recursos y redistribuyendo las ganancias entre la sociedad. Ese fue el crimen de Evo. “Ser indígena y ser de izquierda antimperialista es nuestro pecado”, dijo Evo después de ser forzado a dimitir. Las declaraciones de su reemplazante, Jeanine Áñez Chávez, lo confirman.
Tras la partida de Evo, y sin el cuórum necesario en el Senado, Jeanine Áñez Chávez se declaró presidenta en funciones sosteniendo una gran Biblia. Junto a ella estaba Luis Fernando Camacho, el miembro de la extrema derecha cristiana que al irse Evo irrumpió en el palacio presidencial con una bandera en una mano y una biblia en la otra. “La Biblia está volviendo a Palacio de Gobierno”, anunció Camacho para una cámara inclinándose ante una Biblia y una bandera que colocó sobre el sello presidencial. “Nunca más volverá la Pachamama. Hoy cristo está volviendo a Palacio de Gobierno. Bolivia es para Cristo”.
En los lugares de mayor presencia opositora han bajado y quemado la Wiphala, símbolo del orgullo indígena, y los oficiales de policía han cortado la bandera de sus uniformes. Actos simbólicos que rápidamente se convirtieron en violencia callejera.
En las calles, grupos de hombres armados y enmascarados acorralaron a indígenas y a presuntos partidarios del MAS subiéndolos en la caja de los camiones y un puñado de manifestantes han sido asesinados. Los mismos movimientos sociales que llevaron al poder a Evo y al MAS han salido a las calles para defender las conquistas de su revolución indígena.
El odio racista contra los indígenas se apoderó del país con el caos posterior a la reelección de Evo el 20 de octubre. Por mucho que los críticos de izquierda sigan criticando a Evo (culpándolo, paradójicamente, del golpe que lo derrocó), aún no ha surgido una sola evidencia de fraude electoral. La Organización de los Estados Americanos habla de “irregularidades” sin aportar ninguna documentación mientras que un informe del Center for Economic and Policy Research no ha detectado irregularidades ni fraudes.
Para apaciguar a sus críticos, Evo había aceptado una repetición electoral, pero terminó siendo obligado a dimitir por el ejército y por la violencia espoleada por la derecha. No es una dimisión cuando tienes un arma apuntando a tu cabeza. A eso se le llama golpe de Estado.
Temiendo por su vida, Evo huyó a México, que le concedió asilo, y allí una multitud lo recibió con vítores. El futuro de Bolivia se encuentra en las protestas de las calles que están teniendo lugar ahora con los millones de personas que votaron por Evo en las últimas elecciones. Un 47% del electorado que ha visto como les robaban su voz y su voto con el violento regreso de la vieja oligarquía colonial.
Algunos críticos siguen diciendo que los 13 años de gobierno de Evo fueron demasiados años. Argumentan que perdió el referéndum de la reforma constitucional pero no toman en cuenta el fallo de la Corte Suprema que le permitió postularse legalmente para otro mandato.
Después de cinco siglos de colonización, 13 años no eran suficientes para nuestro presidente indígena. “Vamos a cumplir la sentencia de Túpac Katari: ‘Volveremos y seremos millones’”, dijo Evo estos días recordando las palabras del líder índigena del siglo XVIII.
Nick Estes pertenece a la tribu Sioux de Lower Brule y trabaja como profesor asociado en el Departamento de Estudios Americanos de la Universidad de Nuevo México. En 2014 fue uno de los fundadores de la organización de resistencia indígena The Red Nation. Es autor del libro ‘Our History Is the Future: Standing Rock Versus the Dakota Access Pipeline, and the Long Tradition of Indigenous Resistance’ publicado por Verso en 2019.
Traducido por Francisco de Zárate