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El legado del Plan Colombia: la coca sigue ganando terreno pero se vislumbra un acuerdo de paz

Un efectivo militar colombiano controla trabajos de erradicación de cultivos de coca cerca de la frontera con Ecuador, en 2006

The Guardian

Silvina Brodzinsky- La Hormiga —

El llano que rodea la ciudad de La Hormiga había sido el reino de las plantas de coca. La imagen de estos arbustos verdes y brillantes se extendía hasta el horizonte en todas las direcciones y los agricultores andaban muy bien de dinero. El municipio más cercano era el que cultivaba más plantas de coca de Colombia, el país que produce más cocaína en el mundo.

Esos campos se convirtieron en el epicentro del Plan Colombia; su “zona cero”. Estados Unidos ha financiado el plan, un enorme esfuerzo en múltiples frentes, y desde el año 2000 ha inyectado cerca de 10.000 millones de dólares.

El plan tenía el objetivo de recuperar el control sobre un país que había caído en las garras de los narcotraficantes, las guerrillas izquierdistas y las milicias de derechas. Las instituciones no funcionaban y la economía se tambaleaba.

Han pasado 15 años desde entonces. El ganado pasta en los mismos terrenos donde antaño crecían las hojas de coca y es más fácil ver plantas de cacao que de coca. El agricultor Fulgencio Quenguan optó por cambiar de actividad y ahora ya no cultiva plantas de coca; es acuicultor. “No gano tanto dinero como antes pero nadie me lo puede quitar”, explica mientras trabaja en la pescadería que ha abierto en el pueblo y pesa una tilapia para un cliente.

Colombia es un país nuevo. Tiene una de las economías más sólidas de América Latina, la violencia ha caído en picado y tras medio siglo de conflicto interno, en unos meses el país podría alcanzar un acuerdo de paz con las guerrillas FARC, que tienen la voluntad de avanzar en esa dirección.

El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, y el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos anuncian que tras el acuerdo de paz se incrementará la ayuda mientras celebran los logros del Plan Colombia. En Putumayo, sin embargo, el Plan Colombia ha dejado un legado ambivalente.

El primer objetivo del plan era reducir a la mitad la cantidad de coca en Putumayo y se fijaba un plazo de cinco años para conseguirlo. Lo consiguió y fue mucho más allá. En ese periodo de tiempo, la extensión de tierras con cultivo de planta de coca pasó de unas 66.000 hectáreas a menos de 9.000. Lamentablemente, los cultivos y la violencia simplemente se mudaron a otras zonas del país, y aunque en los últimos 15 años unos 4 millones de hectáreas de tierras con plantas de coca han sido rociadas con herbicidas, la producción de coca está aumentando de nuevo y Colombia sigue siendo el principal productor de coca y de cocaína.

“La coca es terca”, indica el granjero Quenguan. En los últimos diez años no ha plantado coca en su granja de 12 hectáreas, situada en la aldea de Los Laureles. Sin embargo, hay un arbusto que, aunque ha sido rociado con herbicida en infinidad de ocasiones, vuelve a salir. El hombre recita una conocida expresión en español: “Mala hierba nunca muere”. Plan Colombia se ha convertido en una expresión que sirve para muchos tipos distintos de estrategias. Para la mayoría, es un paquete de ayuda de Estados Unidos, que desde el año 2000 ha proporcionado 10.000 millones de dólares. También es, más genéricamente, una estrategia conjunta de los dos países para reforzar las instituciones del país y el ejército, y hacer que la economía florezca.

“Existe la creencia de que se trata de un plan detallado pero lo cierto es que el Plan Colombia no existe como tal”, explica Winifred Tate, autora de Drogas, matones y diplomáticos (Drugs, Thugs and Diplomats), un estudio sobre la política exterior de Estados Unidos respecto a Colombia. Explica que este plan es más bien una serie de programas y que su ámbito de acción ha ido cambiando y se ha ido ampliando a lo largo de los años.

En un inicio el Plan Colombia fue presentado como una estrategia de lucha contra el narcotráfico y de fortalecimiento militar y la atención se centró en la fumigación masiva de los cultivos ilícitos, y en desarrollar la capacidad militar y ofrecer algunos incentivos a los productores de coca para que se pasaran a cultivos alternativos legales.

El batallón de Pastrana

Andrés Pastrana, el presidente colombiano bajo cuyo mandato se inició el Plan Colombia , afirma que la estrategia supuso un antes y un después para un conflicto interno que se había extendido durante décadas. “Antes del plan, las fuerzas de seguridad estaban a la defensiva y a punto de ser derrotados [por los guerrilleros]”, explica en un correo electrónico a The Guardian.

Temeroso de meterse en un atolladero parecido al de Vietnam, el Congreso de Estados Unidos inicialmente restringió el uso de helicópteros y otro equipamiento donado a la lucha contra la producción y tráfico de droga. El batallón de 3.000 hombres entrenados por las fuerzas especiales de Estados Unidos tampoco podía ser utilizado para luchar contra la guerrilla o los paramilitares a menos que estos estuvieran protegiendo laboratorios de drogas o terrenos con cultivos ilícitos. “Esas limitaciones al uso del Plan Colombia causaron problemas (operativos)”, explica Pastrana.

La situación cambió tras los ataques terroristas del 11S en Nueva York y en Washington, ya que Estados Unidos decidió reforzar su compromiso con la lucha contra el “narcoterrorismo” en Colombia. Fue entonces cuando el Plan Colombia logró ayudar al gobierno de ese país a recuperar el control sobre su territorio; de hecho en algunas zonas, a tenerlo por primera vez. La guerrilla quedó atrapada en las montañas y en la jungla y en 2012 decidió sentarse en una mesa de negociaciones con el gobierno.

Lo cierto es que el país ha pagado un precio muy alto por su seguridad. La fumigación aérea masiva y la violencia provocaron el desplazamiento interno de 1,8 millones de personas. El ejército, que recibió la mayor parte del dinero estadounidense, se vio involucrado en un escándalo por la ejecución de 3.000 civiles que fueron presentados al público como combatientes con el objetivo de incrementar la cifra de muertos en combate.

Para Quenguan, el Plan Colombia le recuerda la agresividad de los aviones fumigadores, que rociaban herbicida sobre sus cultivos y también le evoca ofertas poco convincentes de los programas de desarrollo alternativo. Hasta 2004, toda su finca estaba sembrada con coca. Recolectaba unos 17.000 kilos de hojas de coca cada semestre y las procesaba para convertirlas en pasta de coca. Con cada cosecha ganaba unos 15.000 dólares netos, tras la mordida que daba a los guerrilleros de las FARC que controlaban la zona.

La alternativa fallida

El Plan Colombia llegó acompañado por la brutalidad de los paramilitares de derechas, cuyas operaciones contra presuntos guerrilleros a menudo no estaban coordinadas con el ejército. Cientos de personas desaparecieron o fueron asesinadas.

“Primero llegaron los paramilitares y después, la fumigación”, explica Quenguan: “La fumigación consiguió acabar con los cultivos de alimentos pero no con los cultivos ilícitos, ya que la planta de coca volvía a crecer con más fuerza que nunca”. Coincidiendo con la lluvia de herbicida sobre sus granjas, los cultivadores de coca recibieron la visita de una ONG que, en colaboración con el Plan Colombia, les ofreció incentivos para sustituir el cultivo ilícito por cultivos alternativos legales. Los animaron a plantar yuca, que iba a ser procesada en una nueva planta de secado. Les explicaron que una planta para la alimentación de los animales iba a comprar la harina de yuca.

En la actualidad, la maquinaria de la planta de secado de yuca ya no funciona y está oxidada. Y todo lo que queda de las instalaciones donde se iba a procesar la comida para los animales es el esqueleto de un edificio vacío en el municipio de Orito. El edificio conserva una placa que agradece a la agencia de desarrollo de Estados Unidos el donativo que permitió construir unas instalaciones que iban a aportar “dinero legal a nuestros granjeros”.

Miguel Alirio Rosero, que era el alcalde de Orito cuando se construyeron las instalaciones, indica que el presupuesto de las obras era de unos 3 millones de dólares y que solo estuvo operativa ocho meses. “El diseño de los proyectos (de desarrollo alternativo) se iba improvisando sobre la marcha”, afirma. “Se perdieron millones de dólares”, afirma Winifred Tate.

Parece ser que a otros programas que se impulsaron más tarde les fue mejor y convencieron a Quenguan de la conveniencia de apostar por los cultivos alternativos. En 2004 pasó a formar parte de un programa del gobierno colombiano, financiado por Plan Colombia, que le permitió ahorrar lo suficiente para arrancar las plantas de coca de raíz y cavar tres tanques artificiales para criar peces. En la actualidad, gana unos 250 dólares mensuales vendiendo pescado en una pequeña pescadería.

Sin embargo, cientos de granjeros siguieron cultivando coca a lo largo y ancho del país. Las cifras disponibles más recientes, de 2014, evidencian que Colombia destinaba 113.000 hectáreas al cultivo de coca, solo ligeramente menos que en 1999.

Mucho esfuerzo y pocos avances

Santos ha anunciado que la estrategia contra las drogas cambiará. “Es como estar en una bicicleta fija. Hacemos un gran esfuerzo, nos caen gotas de sudor y, sin embargo, terminamos en el mismo lugar”, aseguró en un foro que se celebró recientemente en Bogotá.

En octubre, Colombia suspendió su programa de fumigación aérea después de que la Organización Mundial de la Salud anunciara que el herbicida utilizado, el glifosato, podría ser cancerígeno. Estados Unidos se resiste a abandonar el programa de fumigación pero ya ha dicho que respetará la decisión de Colombia.

En el marco de las negociaciones de paz, las guerrillas de las FARC, que han vivido de las mordidas del narcotráfico, se han comprometido a apoyar la estrategia gubernamental contra las drogas, que en principio será más exhaustiva que otras anteriores. Se potenciará el desarrollo rural, se construirán nuevas carreteras y se perseguirá a los grandes narcotraficantes, no a los cultivadores de coca.

“Las tensiones con los granjeros tienen que acabar, debemos convertirlos en nuestros aliados”, afirma Eduardo Díaz, el responsable de una nueva agencia encargada de promover los cultivos alternativos.

Además de celebrar los logros del Plan Colombia, durante su visita en Washington Santos debe convencer a los congresistas estadounidenses de la necesidad de reforzar la ayuda a Colombia en un escenario que, previsiblemente, será de postconflicto. Esta ayuda se destinará al desarrollo regional y a la desmovilización y la reinserción de los combatientes de las FARC, así como al desminado. Actualmente, la ayuda estadounidense a Colombia es de unos 300 millones de dólares anuales. Obama quiere que el próximo presupuesto incluya una partida que incremente la ayuda al país.

Un alto funcionario de Estados Unidos avanzó que la administración Obama destinará 100 millones de dólares adicionales al apoyo de los esfuerzos de paz. “Estuvimos a su lado en tiempos de guerra; debemos estar a su lado en tiempos de paz”.

Traducción de Emma Reverter

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